Según Wikipedia, (para no comenzar con referencias muy elaboradas) una tomografía es el proceso de obtención de imágenes de un órgano por secciones (en este caso del cerebro), por medio de un aparato llamado tomógrafo, cuyo resultado es un tomograma. Este método es usado en medicina, arqueología, biología, geofísica, oceanografía, ciencia de los materiales y otras ciencias. El turno hoy es para las ciencias sociales.
Un estudio de 2011 de la Universidad de Nueva York, titulado Las orientaciones políticas correlacionadas con la estructura cerebral en adultos jóvenes, publicado en la página del Centro Nacional de información biotecnológica de los Estados Unidos, utilizó imágenes de resonancia magnética funcional para ver la actividad cerebral de personas que se consideraban a sí mismas “muy conservadoras” o “muy liberales”.
Se les presentó un test de toma de decisiones para evaluar la capacidad de riesgo y acción frente a determinadas situaciones. Lo sorprendente del estudio no fueron las respuestas en sí, sino la actividad que se produjo en su cerebro mientras trataban de resolver el cuestionario.
El cíngulo y la amígdala son dos piezas fundamentales en el proceso del pensamiento complejo y del raciocinio, en el primero se realiza la conexión entre el sistema límbico y el neocórtex, en otras palabras, este conecta el sistema emocional del cerebro con el pensamiento abstracto. Mientras que la amígdala, (que también hace parte del sistema límbico) se especializa en hacernos sentir emociones (sorpresa, miedo, angustia etc.).
Las personas que afirmaron ser más liberales registraron más actividad en la circunvolución del cíngulo, mientras que los conservadores registraron más actividad en la amígdala.
Según el estudio comparativo posterior, se llegó a la conclusión de que en aquellos individuos cuya tendencia estaba entre el liberalismo y la izquierda, tenían el cíngulo de mayor tamaño, en tanto que, los conservadores, tenían una amígdala más grande.
En resumen, la función del cíngulo es priorizar las decisiones entre razón y emoción que es lo mismo que decir: “pienso vs. Siento”. En tanto que, la amígdala nos hace sentir emociones ligadas al miedo y a la ira.
El neurocientífico Scott Weems, de la Universidad de California, afirma que:
“Así, al mostrar que los conservadores poseen una amígdala más grande y los liberales un singlado anterior más grande (…) estos individuos estaban especializados en cosas distintas. A los liberales se les da mejor la detección del conflicto. A los conservadores, el aprendizaje emocional.
(…) Los liberales están más preparados para detectar el conflicto. Y dado que el cingulado anterior ayuda a resolver la ambigüedad, es probable que los liberales sean más capaces de adaptarse a las complejidades y contradicciones. Los conservadores, por el contrario, son más emocionales. Tienden a resolver sus complejidades a través de sus sentimientos, cosa que no es mala, pues sin sentimientos el humor no existiría. (…). El liberalismo y el conservadurismo, al igual que los chistes o la religión, no son más que maneras distintas de abordar la confusión[1]”.
Esto explica por qué energúmenos como el senador Felipe Mejía lanzan alaridos cual bonobo en el Congreso y por qué sus seguidores aplauden a rabiar sus más descarnadas pasiones políticas.
Claro está, ese furibundo proceder no es algo exclusivo de Paloma ni de los miembros del partido de Gobierno, la táctica política de ladrar en público la han utilizado exitosamente personajes desde Gaitán hasta Claudia López, (también cabe preguntarse si en últimas son o fueron liberales o se aproximan a la izquierda).
Pero la cuestión es, ¿a quiénes les pone los pelos de punta y a quiénes les brotan lágrimas de emoción?, probablemente a una mente precaria, que estaría dispuesta a dar la vida y a matar por defender un ideario o una clase política que definitivamente no le favorece.
Y es que, más allá de derecha o izquierda, lo que se pone en juego es el extremismo de la ignorancia política; el no saber discernir hasta donde el discurso puede ser nocivo, hasta donde puede ser contraproducente con sus propios intereses, con su propia clase social.
En pocas palabras, todo indica que la ciencia parece ratificar que aquellas personas que afirman estar en el espectro de centro izquierda e izquierda son más inteligentes, o al menos más prudentes y moderadas que aquellas que se ubican en la derecha y extrema derecha. Aunque claro, todo es relativo y en todas partes se cuecen habas.
En todo caso que la ciencia admita que la ferocidad política, la intolerancia y en última instancia el fascismo, tengan una explicación científica, es un espaldarazo para las ciencias sociales, es algo que siempre se intuyó, pero que ahora puede corroborarse. Son datos y hay que darlos. O como diría el famoso meme: “Se tenía que decir y se dijo”.
[1] Weems, Scott. (2014) Ha, The science of when we laugh and why. Ed. Taurus.
Foto cortesía de: La Razón