Autor: Sebastián Martínez
Lo que hoy entendemos por amor es un resultado de las diferentes concepciones que esta emoción ha tenido a lo largo de los años, una emoción llena de ideales e ilusiones utópicas creadas por diferentes sociedades que la han convertido en una necesidad fisiológica como el hambre o el sueño, haciendo que el individuo día tras día entre en una constante e incesable búsqueda de este.
Hoy por hoy, el amor (haciendo referencia netamente a relaciones amorosas) está constituido por un nuevo modelo “posmoderno” que lo estereotipa. Un ejemplo de esto es que las mujeres tienen mayor libertad e independencia respecto a su pareja, algo que no estaba bien visto en siglos pasados y que, actualmente, es algo natural de las relaciones, logrando así una “igualdad” entre ambos géneros.
Comparemos concepciones; el amor en el siglo XIX era cerrado a lo que la sociedad de la época estableciera como lo que era amor y lo que dejaba de serlo.
Las mujeres fantaseaban con encontrar a su príncipe azul e irse con él para llegar a ser felices y también para salir de su hogar natal, tal como ocurre en Madame Bovary de Gustave Flaubert con la protagonista principal Emma Bovary.
Emma busca en Charles el ideal que había ido construyendo a lo largo de su vida con base en los libros que solía leer, soñaba con sentirse plena al casarse.
Sin embargo esa ilusión romántica fue desmoronándose con el paso del tiempo, fue abrumada por la rutina y sus expectativas de amor fueron opacadas por mares de resignación, lo que después la convertiría en una mujer irritable y con comportamientos refutables que eran producto de malas sensaciones y de una felicidad inexistente.
Ahora miremos cómo es en la actualidad; las relaciones son abiertas y tanto mujeres como hombres han dejado la dependencia uno del otro y han encontrado diferentes caminos para llegar a la felicidad por sí mismos.
No obstante el amor es fundamental en la vida de la sociedad contemporánea, más que un deseo es una necesidad de supervivencia, no con el objetivo de ser felices, el fin de tenerlo es no sentirse solo y obtener lo que se quiere con alguien “al lado”, muchas veces esto no es más que otro ideal fantástico, pues el ser humano por naturaleza es ambicioso y busca sentirse más a gusto cada hora, cada minuto, cada segundo que pasa.
Un estudio de un grupo de investigadores británicos de The Open University entrevistó a más de cuatro mil personas para analizar qué aspectos hacen que una relación sea duradera o no.
La conclusión a la que llegaron fue que la mayoría de las relaciones actuales no logran un “feliz para siempre”, somos incompatibles entre nosotros y con millones de diferencias, por ende encontrar el amor verdadero es cumplir con unos parámetros prejuiciosos que hacen que sea complejo mantener un vínculo con alguien.
¿Elegir a quien amar? Responderlo sería estúpido e incierto, no hay forma de determinarlo.
Quiero profundizar en el comportamiento que adoptan los participantes de las relaciones amorosas cuando dicen estar enamorados o cuando no logran lo que se proponen, cuando la frustración llega y los consume el sin sabor de no estar ni tener eso que deseaban en un principio, las actitudes que toman no son espontáneas y todo va más allá de algo intrascendente, entran a actuar hormonas, regiones del cerebro que se encargan de integrar la información de todo el cuerpo y coordinar la actividad del organismo frente a determinadas situaciones, estableciéndole a la persona una personalidad que posteriormente guiará el rumbo de su relación.
En el amor pueden haber diferentes fases, se puede estar completamente enceguecido por la otra persona o, de igual forma, se puede llegar a tener un trastorno compulsivo obsesivo donde realmente no hay amor.
Para el primer caso, actúa la parte del área ventral tegemental del cerebro que está asociada al deseo y a la motivación, al enfoque y las ansias que la relación amorosa produce, en donde simultáneamente intervienen las células ApEn, las cuales producen dopamina que es el neurotransmisor que se encarga de producir sensaciones de placer y que está presente en el SNC y hace que las emociones de amor aumenten. Esta se activa ante cualquier estímulo que sea agradable, por ejemplo, actúa durante el consumo de drogas.
Cuando la persona llega al punto de “desamor” como le sucede a Emma Bovary, los niveles de dopamina disminuyen y esto conlleva unos síntomas determinados como lo son la tristeza, el nerviosismo, el desgano o la desmotivación.
Todo esto hace que nos comportemos de manera consecuente, donde nuestra creatividad se ve afectada y se presenta la ausencia de esa felicidad soñada. Haciendo una analogía: es como si el adicto dejara de consumir de repente.
Por otro lado tenemos la serotonina, un neurotransmisor que se relaciona directamente con el estado de ánimo. Es la responsable del buen humor, genera sensaciones de optimismo y hace que el individuo sea sociable.
Es decir que si secretamos altos niveles de serotonina la sensación de felicidad aumentará, es por esto que al estar “enamorados” se incrementa su producción.
En el caso de Emma o de alguna relación en la que haya presencia de sensaciones negativas, los niveles de serotonina disminuyen y hacen que nos volvamos pesimistas y, asimismo, abundan sensaciones de desmotivación. En este punto también hay interacción del núcleo accumbens del cerebro, el cual mide las ganancias y pérdidas cuando no se obtiene lo que se desea.
Podemos vivir experimentando millones de sensaciones a causa del amor, sus estereotipos cambian con el paso del tiempo, pero esta emoción vive en un estado de necesidad, es adictivo e intenso por donde se le mire, en donde se involucran procesos químicos que determinan los comportamientos de las personas. El amor es una cadena de reacciones químicas.