Que siga la guerra

El gran equívoco de los pacifistas y de quienes creen en que es posible superar la guerra interna colombiana estuvo en que no dimensionaron que la guerra es mejor negocio que la paz.

Opina - Conflicto

2021-04-04

Que siga la guerra

Columnista:

Germán Ayala Osorio

 

Con la firma del Acuerdo de Paz entre el Estado y las  Farc-Ep, el país soñó, momentáneamente, con la posibilidad de que la anhelada paz se posara en los territorios golpeados por la guerra interna. Pero no fue así.

Al permear el discurso de la paz en buena parte de las Fuerzas Militares, posterior a la firma del Acuerdo Final, estas entraron en una evidente fractura interna entre quienes de tiempo atrás le sirven a los Señores de la Guerra locales y extranjeros, y aquellos que asumieron con dignidad que era imposible derrotar militarmente a las guerrillas.

Aunque se podría pensar que el deterioro del orden público que hoy vemos en el país puede estar soportado en la división interna generada en el Ejército por la firma del fin del conflicto armado con las Farc-Ep, lo cierto es que esa circunstancia contextual está asociada al interés político y militar de revivir las dinámicas  del conflicto armado. Y para ello, se requiere que las disidencias de las Farc crezcan en número y control territorial. Lo mismo se espera del ELN. Según Ávila, “las disidencias de las Farc pasaron de operar en 2018 en 56 municipios a 127 en la actualidad. El Eln pasó de 99 a 167 municipios y el Clan del Golfo opera en más de 200 municipios. Un deterioro acelerado que se ha producido en los casi tres años de la administración Duque”.

Es decir, la inacción del Ejército nacional en sectores históricamente asumidos como Zonas Rojas, como el Cauca, obedece a una estrategia político-militar de los Señores de la Guerra (empresarios del campo, empresas mineras, políticos, hacendados y latifundistas), interesados en que Colombia jamás supere el conflicto armado interno.

En esa misma línea, hay que señalar que la actual cúpula militar está jugando electoralmente para las toldas del uribismo, en el sentido en que a mayor sensación de miedo e inseguridad en el país, el electorado votará en el 2022 por aquel candidato que ofrezca seguridad, es decir, bala, y ojalá en la perspectiva, principios y alcances de la Política de Defensa y Seguridad Democrática (2002-2010).

A pesar del deterioro de la imagen del Ares criollo, los militares confían en que de la Alianza Verde, de la Coalición de la Esperanza o quizás del insepulto Partido Conservador salgan candidatos presidenciales capaces e interesados en conectarse con los intereses económicos y políticos del sector castrense, empecinado en extender en el tiempo las condiciones del conflicto armado. Insistirán en que se trata de una “amenaza terrorista”, para asegurar el apoyo político y la financiación para combatir, pero no someter jamás, a quienes lideran esa amenaza a la “Seguridad Nacional”.

Con todo y lo anterior, lo que buscan los militares troperos al mando de Zapateiro, junto a los Señores de la Guerra, es consolidar la idea de que la paz de La Habana no solo es un fracaso, sino que la única opción es insistir en el enfrentamiento armado, ojalá extendido por otros 50 años.

De esa forma, se garantizan los intereses económicos de quienes ven en el desplazamiento forzado y en el deterioro de las condiciones de vida en zonas estratégicas del país, las condiciones perfectas para adelantar inversiones en minería (legal e ilegal), ganadería extensiva, o en la instalación del modelo de la gran plantación para la producción de agrocombustibles.

El gran equívoco de los pacifistas y de quienes creen en que es posible superar la guerra interna colombiana estuvo en que no dimensionaron que la guerra es mejor negocio que la paz. Por ello, la paz en Colombia seguirá siendo un asunto de Gobiernos, mientras que la guerra, continuará asumiéndose como un asunto de Estado. Lo anterior explica por qué Iván Duque, siguiendo instrucciones de Uribe Vélez, asumió como un asunto menor el proceso de implementación del Acuerdo de Paz de La Habana; y como un asunto de Seguridad Nacional, la operación de unas acéfalas disidencias farianas y la sempiterna lucha de un ELN fracturado. Así entonces, desde la Casa de Nariño y el Cantón Norte se escucha gritar: ¡la guerra debe continuar!

( 1 ) Comentario

  1. -¡MIENTRAS TODA LA TIERRA EN MANOS DE CAMPESINOS POBRES NO HAYA PASADO A MANOS DE LA CLASE DIRIGENTE COLOMBIANA, HABRÁ GUERRA! ¡ES LA CONTINUIDAD DE UN PROCESO QUE SE IMPLANTÓ EN 1819!

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Germán Ayala Osorio
Docente Universitario. Comunicador Social y Politólogo. Doctor en Regiones Sostenibles de la Universidad Autónoma de Occidente.