Una famosa revista colombiana publicó en julio de este año un artículo al que yo llegué solo hasta hace un par de semanas. Perpleja de principio a fin, leí completo el texto que, bajo el título de “No necesitamos la menstruación”, explicaba cómo tomando pastillas anticonceptivas se podía dejar de “vivir sin esa aburridora acompañante”.
La periodista que hace la nota cita a un ginecólogo que, sin el menor cuidado, asegura que “las mujeres que quieren detener las molestias mensuales de la menstruación simplemente deben tomar pastillas de corrido, sin descansar siete días. Y hacer lo mismo con los otros anticonceptivos”.
La voz de una escritora estadounidense refuerza la del médico al asegurar que, gracias al hecho de haber omitido ese proceso fisiológico de su vida, dejó de gastar en cosas relacionadas con la higiene personal y de preocuparse por quedar embarazada. “Solía hacer estriptis, pero con la menstruación era muy incómodo, así que con el dispositivo volví a bailar. Fue mucho más fácil estar en el escenario o con un cliente. Y esto les ocurre a mujeres en otras profesiones, como las que trabajan en ambientes muy masculinos”, apuntaba la mujer.
Ser mujer no es sencillo. Nos juzgan y nos juzgamos con una facilidad impresionante. Nos anulamos, nos omitimos; muchas veces nos negamos y otras tantas entramos en esos círculos de competencia que son tan masculinos y que nos alejan de nuestra esencia.
¿Cuántas veces como mujeres no nos hemos sentido avergonzadas por la menstruación?, ese proceso tan nuestro, tan natural y del que venimos todos.
Al interior del útero, del que cada mes sale ese flujo de sangre que es el óvulo no fecundado, se han gestado todos, absolutamente todos los seres humanos; desde Hitler hasta la madre Teresa de Calcuta –sin que haya mucha diferencia entre uno y otro-. Pero también usted, yo y el médico para el que jugar con algo sagrado como lo es la menstruación “no tendría ninguna repercusión”.
Para los hombres tampoco está fácil ser hombres. Sobre ellos está el peso de ser la parte racional del cuento, de tener que contar siempre con una respuesta a la mano y de no demostrar que, como nosotras, sienten y está bien.
El lío no son las feministas ni los ginecólogos desubicados. El enemigo no es la gente sino un sistema criminal y moribundo que tira todo el tiempo a deshumanizarnos, a hacernos creer –y lo logra la mayoría de veces- que el otro es la competencia, lo hostil, el territorio a conquistar y a someter.
Hombres y mujeres, todos somos seres humanos. Y los seres humanos tenemos sentimos y también tenemos fluidos –de toda clase-, así estos sean tiempos en los que algunos quisieran desaparecer todo eso. El otro, el que está a su lado, tiene anhelos y angustias como usted. Revolución sería darnos cuenta de eso y actuar en concordancia.
Cuando leí el artículo pensé que no está lejos el día en el que la Ciencia –un dios más de esos tantos que ahora nos asisten- ingenie la manera para que dejemos de mear y de cagar y así ser más productivos, como las máquinas. El tema es que somos otra cosa.
Por amor a la humanidad, que a la final es lo que somos –y con el derecho que cada uno de sus seres tiene a decidir, sin molestar a los demás, con qué se siente más pleno-, sí necesitamos de la menstruación.