Petro negocia su gobernabilidad con quienes pueden desestabilizar al Gobierno

En este tire y afloje entre Petro y algunos de sus ministros con los mandaderos de los cacaos, en medio de una enorme presión mediática, pierden la democracia y la política.

Opina - Política

2022-10-28

Petro negocia su gobernabilidad con quienes pueden desestabilizar al Gobierno

Columnista:

Germán Ayala Osorio

 

Los ajustes que viene sufriendo el texto de la reforma tributaria del actual Gobierno son la representación fiel de lo difícil que será lograr los cambios prometidos en campaña. A pesar del golpe recibido por la llegada de Gustavo Petro a la presidencia, sectores del régimen mantienen su poder de presión sobre este.

César Gaviria Trujillo es el mandadero del régimen, pero no se descarta que otros, como Germán Vargas Lleras, hagan parte del pulso político que está detrás de la aprobación de la reforma tributaria. Con estas fichas del régimen, se consolida la mezquindad de los miembros de la élite que opera en Bogotá y el enfrentamiento ideológico que tienen con Petro.

Lo que está sucediendo es que el presidente está negociando su gobernabilidad con quienes tienen el poder suficiente para desestabilizar al Gobierno. Si bien el mandatario neutralizó momentáneamente a Lafaurie y a su gremio con la firma del convenio para comprar 3 millones de hectáreas, sabe que por encima de la cabeza visible de Fedegán están los cuatro cacaos que, juntos, conforman la élite económica del régimen colombiano.

A pesar de que Petro funge como jefe de Estado y, es la máxima autoridad administrativa, sus pretensiones de cambio ya están sufriendo un aterrizaje forzoso a la realidad política del país. Y de esa realidad se desprende la posibilidad de que ante imposiciones y cambios drásticos en las relaciones entre el Estado y el mercado, los cacaos opten por paralizar la producción y, por esa vía, afectar la gobernabilidad del presidente y hacer inviable su mandato.

No es conveniente que aquellos que votaron por el cambio asuman una postura crítica frente al Gobierno, sin considerar las circunstancias que están detrás de la operación de un Estado que deviene capturado por poderosos agentes económicos que están dispuestos a todo, con tal de mantener sus privilegios. Haberles arrebatado la Casa de Nariño constituye un avance y una afrenta enorme para aquellos sectores de poder que llevan años y años financiando las campañas de sus sirvientes: los presidentes de la República.

Petro Urrego entró rápidamente en una encrucijada: negociar intereses a cambio de mantener la gobernabilidad o alistarse para resistir, atrincherado en las masas populares que están listas para salir a defender a dentelladas el proyecto de cambio por el que votaron.

En este tire y afloje entre Petro y algunos de sus ministros con los mandaderos de los cacaos, en medio de una enorme presión mediática, pierden la democracia y la política; lo que confirma que esta última deviene engrillada a la economía y al capitalismo salvaje en el que están instalados los grandes ricos del país, César Gaviria y Germán Vargas Lleras, para nombrar solo a dos de los estafetas que el régimen viene usando de tiempo atrás.

Si Gustavo Petro decide atrincherarse en las masas populares y desechar las presiones de la élite mezquina cuyos miembros se oponen a que los graven, podría sobrevenirse un estallido social de enormes dimensiones. Hay que confiar en que las presiones y, quizás amenazas, que está recibiendo Petro se tramiten de forma adecuada entre las partes, poniendo por encima de los intereses de unos y otros, el país, que no es otra cosa que evitar que el enfrentamiento entre clases sociales —que la derecha viene promoviendo con sus marchas— termine escalando hasta llegar a escenarios de violencia callejera.

A Petro, el régimen le dejará hacer cosas como cuidar la Amazonía, pacificar el país, proponer una transición energética, sanear las finanzas del Estado y hasta ponerle límites a la captura de este a manos de la voraz clase política tradicional; pero sus agentes más poderosos no le permitirán erigirse como el gran transformador del país a punta de tocar los bolsillos de los ricos.

La derecha le dará el juego suficiente para que cumpla, quizás, con la mitad de lo prometido en campaña, con el objetivo claro de evitar que se convierta en un presidente imprescindible, popular y con ascendencia en las clases media y baja. 

Al final, Petro comprenderá que su proyecto de país de alguna manera es inviable porque para lograr los cambios sugeridos y prometidos deben cambiar tanto la élite como las mayorías. La semilla que Gustavo Petro dejará, podrá germinar si en el 2026 arrasa en las urnas un candidato progresista que, con el respaldo de las grandes mayorías, pueda obligar a las élites a ceder poder para hacer de Colombia un país diferente, decente, democrático y viable social, económica y ambientalmente.

 

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Germán Ayala Osorio
Docente Universitario. Comunicador Social y Politólogo. Doctor en Regiones Sostenibles de la Universidad Autónoma de Occidente.