Paz sin sostén

En las FARC nunca se habló de enfoque de género ni de discriminación en el trato hacia las mujeres. Todas y todos trabajaron, combatieron y aguantaron por igual.

- Política

2023-02-25

Paz sin sostén

Autor: 
Ían Schnaida

 

Alexa no quería ser guerrillera, de pequeña soñaba con ser policía, ya que su familia había sido víctima de los paramilitares; pero, cuando tenía 15 años, su papá intentó abusar sexualmente de ella, la única niña de la casa y la menor de 7 hijos, por lo cual decidió huir al monte luego de que nadie le creyera. Vivían en Tuluá y su madre era una mujer sumisa que pregonaba el «aquí se hace lo que diga su papá», mientras se echaba al hombro, sola, el arreglo de la casa, lavar la ropa, planchar y hacer de comer; todo para todos. Era 28 de diciembre de 2005, Día de los Inocentes, y Alexa empacó tres cosas en una maleta roja con negro de Totto y salió a las 7:00 de la noche de su casa para nunca volver a regresar, incluso tras firmar el Acuerdo de Paz, 11 años después.

Isabela, por su parte, ingresó a las filas de las FARC como refugio del momento que vivía Colombia. Era 2004, pleno Gobierno de Álvaro Uribe Vélez y, si bien ella pensaba irse al monte apenas terminara su carrera, abandonó a su madre, con quien vivía en Bogotá, y se fue cursando sexto semestre de Ciencias Sociales en la Universidad Distrital. Había iniciado en el 2002 a hacer trabajo político de forma clandestina, pero la situación de seguridad que empezó a vivirse en el país la llevó a acelerar su plan y el 2 de septiembre de 2004 empacó una maleta con ropa de tierra caliente, pensando que iba a un lugar parecido a Vietnam, y cogió una flota hacia Villavicencio a las 9:00 de la noche, después a Mesetas, pasó por la aldea de Puerto Nariño, cruzó el río Duda y llegó hasta La Julia, municipio de Uribe, Meta, en una época en la que allí no había ni rastros del Ejército. Llegó al campamento con la intención inicial de quedarse 6 meses, pero terminó quedándose 12 años.

En medio de la convulsión propia del conflicto armado, la guerrilla fue la universidad de la vida para ambas. Una universidad donde todo se regía, como explica Alexa, por lo que decían «un poco de cuchos a los que les envolvieron el tetero en la bandera del Partido Comunista y entonces porque Marx dijo, Lenin dijo o Stalin hizo, entonces tenía que ser así».

En las FARC nunca se habló de enfoque de género ni de discriminación en el trato hacia las mujeres. Todas y todos trabajaron, combatieron y aguantaron por igual. Ellas ponían el lomo para cualquier orden que se les impartía y llegaban a ser comandantes y a tener experiencia política y organizativa; pero la igualdad llegaba hasta que se trataba de acceder al Estado Mayor Central, al Secretariado, en el que nunca hubo una mujer. De hecho, pese a que 29 de cada 100 firmantes eran mujeres, según la Agencia para la Reincorporación y la Normalización, el enfoque de género surge ya avanzadas las negociaciones entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla insurgente FARC, o Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, y fue debido a la presión ciudadana y de las colectivas feministas que se empezó a hablar de las mujeres y de la diversidad en el conflicto armado.

La psicóloga clínica, Paola Giraldo, explica que las mujeres que entran a las filas guerrilleras o de grupos armados, «terminan por someterse fácilmente a prácticas machistas y patriarcales. Lo tienen normalizado, ya que suelen venir de hogares desestructurados». Esto facilita que se generen escenarios de maltrato, acoso y abuso sexual que muchas veces no es ni siquiera reconocido como tal por ellas hasta que no inician procesos psicológicos y pueden compartir sus experiencias de vida con otras mujeres abusadas. «Es por ello que en las FARC no se hablaba de enfoque de género ni de discriminación. No porque no existiera, sino porque hacía parte del diario vivir», sentencia Giraldo, quien acompañó por más de dos años (2018 – 2019) a mujeres víctimas del conflicto y a excombatientes que eran violentadas al interior de las filas de una organización militar, que terminó por afectar todo aspecto emocional y físico de quienes se cargaron a cuestas una guerra que no les pertenecía.

 

Eran maricas y creían en la causa revolucionaria

Las manifestaciones sexuales por fuera de lo heteronormativo eran vistas, no como diversidades, sino como parte de la descomposición social que padecía el país y, por ende, no había cabida dentro de las FARC para ello.

Alexa cuenta que en los campamentos los veteranos explicaban que también eran mal vistas porque hubo una época, entre finales de los 90 e inicios de los 2000, donde se dio un apogeo fuerte de incorporaciones y acciones militares de las FARC, que llevaron a que se presentara el crecimiento más importante de esta guerrilla, que pasaba por cualquier caserío e incorporaba a quien dijera que quería ingresar. Desde que no le dolieran las rodillas ni la columna para cargar, tenía su puesto asegurado. Fue poco después que algunas de estas personas empezaron a decir: yo soy gay, yo soy lesbiana y, según los relatos consultados, los dejaban ir.

Cuando miembros de la inteligencia militar se dieron cuenta de este fenómeno dentro de las filas de las FARC, empezaron a infiltrar policías con misiones como: surgir y matar a un comandante, o dañar la cadena de abastecimiento. Alexa narra que cuando ya se sentían descubiertos, se declaraban homosexuales, y como era una orden, los dejaban ir, hasta que se percataron de que algunos de ellos sí eran policías y empezaron a fusilar a diestra y siniestra, «matando gente que no estaba infiltrada,sino que simplemente eran maricas y creían en la causa revolucionaria».

 

«Una no iba a decir que le gustaba una camarada para que la fusilaran»

Alexa inició su vida sexual en la guerrilla. Allí tuvo sus primeras relaciones y sus primeras parejas. Siempre hombres, desde luego. No había forma de pensar diferente y arriesgarse con los comandantes a un fusilamiento. Fue hasta que salió del monte y aterrizó en la ciudad que se empezó a dejar de cuestionar su atracción por las mujeres. Al principio restringió sus emociones y pensó que estaba confundida; pero terminó por darse cuenta de que eso que le hacía falta antes, lo encontraba en el goce de su cuerpo con otros cuerpos como el suyo. Algo impensable al interior de las filas guerrilleras a las que dedicó más de una década y donde apoyó una revolución armada en la que nunca pudo ser.

Tras las sacudidas del destino, Alexa terminó trabajando como fotógrafa para el secretario general de Presidencia, Mauricio Lizcano, y está a solo meses de casarse con la mujer que ama. Y si bien dice que será algo sencillo en la Plaza Núñez, la madrina de su boda será la vicepresidenta Francia Márquez y el padrino, un generoso corredor de bolsa que le pagó la carrera universitaria y le daba de comer cuando no tenía un peso por haberse ido del partido de las FARC, ahora Partido Comunes, justo cuando ellos llegaban al Congreso, porque querían imponerle lo que debía decir en sus redes sociales. «Una persecución por creer en la inocencia de ‘Santrich’» que le cambió la vida, una vez más, como se la cambió, de muchas maneras, a las demás firmantes.

En tanto, Isabela se casó hace ya 1 año con su compañero. Actualmente trabaja como investigadora en el Centro de Pensamiento y Diálogo Político, CEPDIPO, que nació con el Acuerdo de Paz, como espacio de investigación y encuentro del partido emergente Comunes, tras la entrega de armas. Ella recuerda que en su boda no bailaron el vals, sino que cantaron Ana y Jaime «haciendo chillar incluso a los que no eran de izquierda». También bailaron Ojitos hechiceros de Rodolfo y Los Hispanos.

«Este viento amor que conmigo en la montaña está
Que contigo en la batalla está
Silbando siempre esta nueva canción».

Pero este no es el compañero que Isabela había escogido inicialmente, porque a ese se lo mató el Ejército antes de reincorporarse. Además, perdió a su mejor amiga, la mujer que le enseñó todo en las filas guerrilleras, también en un asalto de las Fuerzas Militares. Tuvo que aprender a desprenderse de las cosas individuales por un ideal. Separarse de su familia, sollozar en el monte mientras extrañaba a su madre, imaginar el dolor de ella por no saber si estaba bien, si había comido esa noche antes de irse a dormir. «Esos dos ojitos lindos y hechiceros» que la vieron partir sin tener la certeza de volver a verla jamás.

Y allí estaban en medio de la guerra, en dos puntos diferentes de las montañas colombianas, pero entre el mismo plomo, con las mismas bombas y la misma hostilidad de nunca volver a descansar porque había que acostarse a la defensiva, ahuyentando los sueños para despertarse más ligero y echar a correr o echar bala porque ya los habían ubicado. Ahí nadie se imaginaba un Acuerdo de Paz.

 

«Ay, gonorrea, me van a coger modo marrano en estas sabanas, fatigada»

Alexa siempre estuvo escéptica frente al proceso de paz, porque las FARC venían de cuatro intentos frustrados que habían terminado todos con operativos militares enormes. Y de hecho estuvo tentada por primera vez a regresar al monte cuando ganó el ‘no’ en el plebiscito: «Esta gente no quiere paz, sigamos echando plomo». Ella llevaba tres meses comiendo y durmiendo sin entrenar en absoluto, y lo primero que hizo fue echarse las manos a la cabeza y decir: «Ay, gonorrea, lo que se viene es guerra; estamos en las sabanas del Yarí, aquí desembarcan y lo capturan a uno modo marrano en estas sabanas, fatigado». Y no cambió de parecer hasta La Habana. Ella hacía parte de la escuela de comunicaciones, pensándose el que sería el noticiero de las FARC: NC, Nueva Colombia Noticias y, tras el fracaso del plebiscito, tenían que volver a extraer al Secretariado y podían llevar una sola persona para hacer fotografía y video, y ella era la única que podía ir. Estando allá, se fumó un cigarrillo en la Plaza de los Militares con el general Javier Flórez Aristizábal, comandante del Comando Estratégico de Transición para la Paz, y al ver su cara de preocupación de que había ganado el ‘no’, y que se podían ir a la caneca casi 5 años de trabajo en la mesa, algo se movió dentro de ella.

No era Humberto de la Calle, el político diciendo: «Hagamos o no la guerra». Era un militar, el que daba las órdenes de ejecutar los operativos contra ellos, con el que, en algún punto, también se dieron candela. Era el enemigo, y estaba preocupado porque había perdido la paz. «En ese momento me cambió el concepto del Acuerdo de Paz. Ahí dije: “Marica, esta vaina es en serio” y, en efecto, así fue. Yo llegué el 9 de octubre a Cuba y el 24 de noviembre se dio la firma de El Teatro Colón».

 

«Fue más temible hacer parte de la guerrilla en los últimos años»

La primera vez que Isabela sintió el miedo de estar cerca a un bombardeo, estaba recién llegada de la ciudad, cumplía tres meses en el monte. Empezó su entrenamiento militar con el curso básico. Los acostaban recién llegaba la noche y, a la hora, los despertaban con simulacros crueles para mantenerlos preparados para la verdadera guerra. Esa noche no hubo simulacro, el ataque era real. Las bombas cayeron a 300 metros, cerca al campamento donde ella estaba, quieta, enfriándose por dentro con un miedo hasta ahora desconocido. Un miedo a la muerte que se le volvió parte de la vida.

En esa época los ataques no eran tan precisos. Los aviones daban dos o tres vueltas y daba tiempo de alzarse el fusil al hombro y huir; pero en los últimos años la precisión era letal y dejaba muchas víctimas mortales. El avance de la tecnología, los chips, los aviones rastreadores, todo se fue sumando hasta que el vértigo de la guerra terminó por arrebatar cualquier asomo de esperanza; «por eso nadie se esperaba que la vida fuera a cambiar tanto luego de la Décima Conferencia de las FARC», dice Alexa.

«Este viento amor que con nosotros caminando va
Por cada grito de la guerra que será
El grito de la nueva libertad».

 

Las primeras mujeres en la mesa de diálogo fueron las esposas de los comandantes del Secretariado

Inicialmente la mesa fue integrada por las mujeres de los comandantes del Secretariado y no precisamente por cuadros políticos. «Porque el camarada no podía ir sin su compañera», explica Alexa.

Cuando se hace la instalación de la Mesa de Diálogos en Oslo, «en primera fila están ‘Santrich’, ‘Calarcá’, ‘Iván Márquez’ y detrás de ‘Iván Márquez’ estaba su mujer, que en términos políticos no era un cuadro. Y era la única mujer que estaba en Oslo». Al principio no hubo ninguna agenda de género; pero Colombia no era la misma de 1964 cuando nació la guerrilla de las FARC. Las colectivas y el movimiento feminista de mujeres y aliades, con apoyo de la cooperación internacional, ya habían encendido el debate del género en la academia, la política y, desde luego, el mundillo político del activismo que se congrega en las redes sociales, donde la comunicación ya no es unidireccional, como solía entenderla las FARC desde su ejercicio propagandístico. Se vieron forzados a ir cediendo y llamar, no solo a las mujeres, sino también a la comunidad diversa que había sido víctima para que hiciera parte del proceso. «Les tocó aceptarlo y sentarse en su ego y en sus costumbres machistas y patriarcales», celebra Alexa.

Esta participación de las mujeres no se dio gracias a una invitación de las FARC; sino que el Secretariado de su momento revisó los cuadros a ver quiénes tenían medio idea del asunto y las llevaron. Era una orden, una misión común y corriente, como si estuvieras en un campamento; con la diferencia de que iba a llegar gente del Gobierno a sacarlas en un helicóptero para luego meterlas en un avión cuatro horas hasta llegar a La Habana. Para extraerlas de esa selva que era con lo único que tenían cercanía.

«Para mí lo más importante fue poderle demostrar a la sociedad que no éramos unos muebles más en la foto, sino que éramos luchadoras y sujetas políticas», explica Isabela, quien fue parte del primer equipo que se formó con el objetivo de revisar el Acuerdo y darle el enfoque de género. El movimiento social que se alzaba en las calles dio para que naciera la subcomisión de género y para que se diera, al interior del partido, una discusión sobre el papel de las mujeres en la lucha revolucionaria y, sobre todo, en los puestos de poder de la organización.

«En ese momento éramos defensoras acérrimas, no hablábamos de género, simplemente nos conformamos con el rol que nos tocaba. Nos tardamos muchos años en reconocer que las mujeres teníamos que estar en ese Estado Mayor, en exigir estar en el Secretariado. Y esa deuda ya se saldó con la última asamblea de nuestro partido donde llegamos a la dirección de manera paritaria, por primera vez».

 

«Llegamos a La Habana a madrugar a estudiar sobre feminismo»

Andrea Piedrahita es magíster en Ciencia Política y estuvo acompañando el Acuerdo de Paz de la mano de las organizaciones sociales. Ella cuenta que el tema del feminismo insurgente nació con el Acuerdo; porque las mujeres en combate tenían como prioridad la lucha de clases, y poco a poco empezaron a reconocer que la lucha feminista era pieza clave de la reivindicación que esperaban las mujeres en los territorios.

Todas llegaron a la mesa sin experiencia en trabajo teórico de género, salvo el contacto que habían tenido con otras mujeres campesinas y organizaciones rurales, que si bien les enseñaron mucho, no les habían dado base teórica de nada.

«Llegamos a La Habana a estudiar. Nos tocó empezar a leer y madrugábamos a un grupo de estudio para hablar de feminismo y feminismo de clase», cuenta Isabela. Así fue como empezaron a plantearse el feminismo insurgente y a entender la brecha que había, incluso en la guerra, con las mujeres y las diversidades. Las mujeres cubanas y las del M-19 fueron parte fundamental de este proceso de empoderamiento.

Alexa cuenta, con pesar, que en medio de todo, la guerra les arrebató la feminidad. La terapeuta Paola Giraldo, explica que esto se debe a que en la guerra las mujeres dejan de ser sujetos y se vuelven objetos. «La guerra, más que la feminidad, les arrebata el lugar de sujeto. Simplemente son objetos que cumplen órdenes. No tienen forma de sentirse ser humano. El rol feminino está de entrada denigrado, y es por eso que en muchos casos tuvieron que vivir abusos sexuales y aberraciones», como lo pudo documentar ella mientras hizo parte del proceso de acompañamiento psicológico que hizo con Medimás a mujeres víctimas y excombatientes del conflicto.

Según la Comisión de la Verdad, son 25 000 las víctimas de violencias sexuales identificadas entre 1985 y 2016 en el conflicto armado colombiano, de estas, el 91 % son mujeres, de acuerdo con el Registro Único de Víctimas.

«En los reglamentos que regían el accionar de las guerrillas se establecía una igualdad; pero no en términos de equidad, sino la igualdad que pone a una niña de 13 años a cargar lo mismo que un hombre de 34. Eso no es una equidad en términos de género. Incluso es una igualdad que resulta siendo más machista», sostiene una exguerrillera habitante de un Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación, ETCR, que prefiere mantener el anonimato.

«Claro que el feminismo era una deuda pendiente que tenían las mujeres en armas para consigo mismas», sostiene Andrea Piedrahíta. Una deuda que, según explica, no se ha terminado de pagar porque en el proceso de implementación ha fallado en muchos ámbitos, pero, sobre todo, ha fallado en proteger a las mujeres y a las diversidades con enfoque diferencial. «Es que desde que no haya garantías ni para la vida, ¿qué se puede esperar?»

Aún así, dentro de los reincorporados, no fue bien vista la subcomisión de género. «Para algunos, lo único que estábamos haciendo era dividir la organización», cuenta Isabela; «pero nosotras nos pusimos a la altura del momento histórico y la lucha de las mujeres. Nosotras llegamos, la mayoría de origen campesino, con una visión, y acá nos encontramos con otras reivindicaciones, así que nos tocó abrirnos a eso y aprender».

Y fue el 24 de noviembre de 2020 cuando la senadora del entonces Partido FARC, Griselda Lobo, presidió una sesión plenaria del Senado, convirtiéndose en la primera firmante del Acuerdo en hacerlo.

 

La implementación ha disminuido la relevancia que tiene el enfoque de género

La seguridad física y económica de las mujeres firmantes, especialmente en la zona rural, no puede garantizarse si no se logra el acceso y la seguridad jurídica en la tenencia de la tierra y de la vivienda, según da cuenta el Sexto Informe de Verificación de la implementación del enfoque de género del Acuerdo Final de Paz que presenta la Secretaría Técnica del Componente de Verificación Internacional –ST–, en cabeza del Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos, CERAC y del Centro de Investigación y Educación Popular, CINEP.

«Hay gente que aún no tiene garantías ni sobre su tierra porque la Agencia para la Reincorporación y la Normalización no compró en algunas partes, sino que rentó», cuenta Alexa, motivo por el cual, cinco años después, en el proceso de implementación del Acuerdo no se ha terminado de materializar la compra de tierras para los firmantes que le siguen apostando a la paz, por lo que muchos han construido o sembrado en predios que no les pertenecen, y en los cuales no pueden generar ningún tipo de arraigo real.

A pesar de que estos derechos están normativamente garantizados, como explica la Secretaría Técnica, la realidad es otra. «Las mujeres enfrentan un conjunto de riesgos y cargas extraordinarias que, como lo ha reconocido la Corte Constitucional en el Auto 092 de 2008, las ponen en condición de desventaja y asimetría frente a la propiedad (Corte Constitucional, 2008, p. 45). A ello se suman obstáculos de orden cultural e institucional que impiden el reconocimiento económico y social de la actividad de las mujeres. Por su parte, la población LGTBI es víctima de una discriminación secular que se traduce en una invisibilización en la sociedad».

De hecho, los avances enumerados son tímidos para la magnitud de la reincorporación. La Secretaría Técnica identifica un primer logro que se ha quedado a medio camino, en materia de acceso y uso de la tierra con la creación del Fondo de Tierras para la Reforma Rural Integral, el cual contempla medidas especiales para las mujeres.

Allí hallaron que, pese al ingreso de predios al fondo, no hay avances importantes en la asignación de tierras a campesinas, pues se establece que —al 30 de junio de 2021— 826 mujeres fueron beneficiadas con la asignación de tierras. Otros instrumentos previstos que, debían beneficiar en forma especial a las mujeres, tampoco muestran resultados importantes: el Subsidio Integral de Acceso a Tierras —SIAT—, reglamentado de manera tardía (en 2020), únicamente ha beneficiado a 54 mujeres —todas en 2021— y con la Línea Especial de Crédito solo se ha cubierto a 31 mujeres.

La Secretaría Técnica indica que aunque las mujeres participan en el 56 % de los títulos de propiedad de tierras, solo tiene participación en el 41 % de las hectáreas, lo cual mantiene la disparidad de género y, por ende, revictimiza a las mujeres en escenarios de reincorporación donde no tienen los mismos derechos.

Alexa sostiene que «ahora hay deudas muy grandes con relación a la reincorporación. Las mujeres hemos tenido que vivir la desilusión frente a la no sostenibilidad de los proyectos productivos, y muchos factores que no permiten que haya autonomía económica para las mujeres, dejándolas relegadas a roles de cuidado en casa, cuando en el monte eran comandantes».

 

De una selva a otra

Luego de más de una década viviendo en campamentos móviles, internadas donde la selva se vuelve hostil y los bichos parecen apenas descubiertos en expediciones forzadas, volver a la vida civil es encontrarse con una selva vestida de grises en la que corren aún más peligros que antes.

«Volver a empezar es duro. Fueron más de 12 años viviendo en el monte, entonces volver a Bogotá que es tan hostil no ha sido fácil. Al volver al caos empecé a extrañar mucho la montaña y el estar lejos de la vida en colectivo. Ahora no sé quién es ni mi vecino. Es difícil volver a la universidad con pelados más jóvenes a vivir cosas que me salté en la vida por mis propias decisiones», sostiene Isabela, quien ahora tiene sus ojos puestos en hacer una maestría, luego de terminar —por sus propios medios— su carrera en la Universidad Distrital.

Ahora quiere ser mamá, pero tampoco ha sido fácil. Es una condición que comparte con otras mujeres reincorporadas que han tenido dificultades físicas para gestar luego de lo que tuvieron que vivir en el monte.

«Primero la gente criticaba los abortos en la guerrilla y ahora dicen que retornamos para llenarnos de chinos. Hay que ser muy respetuosas con la decisión de las mujeres en relación a su forma de vida. Yo lo que he visto es que algunas que eran comandantes ahora quieren dedicarse a la familia bajo la lógica tradicional: criar los hijos, que el compañero salga y se rebusque. Así como otras han seguido su lucha política y tienen puestos de responsabilidad. Todo, salvo la violencia de género, debe respetarse».

En todo caso, el proceso de reincorporación de las mujeres es distinto al de los hombres. «Creo que es más complejo para las mujeres firmantes ejercer su ciudadanía hoy porque apenas están asumiendo roles que la guerra no les permitía, como la maternidad o la vida en pareja», sostiene la trabajadora social, Mónica Fernández.

Paola Giraldo, en su proceso de acompañamiento a mujeres víctimas y firmantes, cuenta que la salud mental nunca fue prioridad al interior de las filas guerrilleras y que eso terminó por desencadenar diferentes problemas de salud. Sumado a que, una vez de regreso a la vida civil, son revictimizadas en diferentes escenarios de denuncia. «No las escuchan, las excluyen por venir de una organización armada, y les dicen que “quién las mandó a irse por allá”. En pocas palabras, las culpan por lo que les pase o les pasó al interior de las filas guerrilleras».

Paola Giraldo trabajó con el médico forense Hermes de Jesús Grajales y da cuenta de que cerca del 60 % de las mujeres que iniciaba, no terminaba todo el proceso terapéutico, y solo un 40 % sí lo hacía, es decir, acompañaron a cerca de 120 mujeres en dos años. Muchas solo estaban en la primera consulta y, por miedo, se negaban a continuar.

«Normalmente salían del monte con un nivel de ansiedad y depresión alarmante, dejaban de comer, presentaban casos de paranoia e intenciones de suicidio que, lastimosamente, se concretaron en muchos de los casos de aquellas mujeres que se negaban a continuar el acompañamiento psicológico. Las que no pasaban de la primera consulta».

Cabe resaltar que el daño psíquico se deriva de una victimización primaria, ya que esta es la que se da cuando las personas viven directamente el hecho; como consecuencia de esto comienzan a evidenciar diferentes alteraciones a nivel emocional y secuelas psíquicas, además, si no se realiza un adecuado tratamiento terapéutico, se les dificultará llevar a cabo una vida normal (Echeburúa, Corral y Amor, 2004).

 

Resolución 1325: en el papel todo es muy bonito

Por medio de esta resolución, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, reconoció, por primera vez, la importancia de entender las repercusiones de los conflictos armados sobre las mujeres y las niñas, al tiempo que se debe garantizar su protección y su plena participación en los Acuerdos de Paz. Aún así, siendo este uno de los primeros Acuerdos con un capítulo de género, el papel lo resiste todo.

Rosa Salamanca, directora estratégica de Corporación de Investigación y Acción Social y Económica, CIASE, cuenta que para los Acuerdos de Paz en el mundo, a partir del año 2000, el marco de referencia de participación de las mujeres es la Resolución 1325. «Es una resolución que se viene utilizando hace mucho tiempo por las organizaciones de mujeres y la misma Corte Constitucional en sentencias como la T 025», la cual fue proferida por la Corte Constitucional el 22 de enero de 2004, y abarca un amplio catálogo de derechos que el juez constitucional afirma están siendo vulnerados al interior del país, por un evidente “estado de cosas inconstitucional”, así como el impacto desproporcionado sobre las mujeres en la violencia y el fenómeno del desplazamiento.

Salamanca sostiene que gracias a la decidida intervención de las organizaciones de mujeres y, la comunidad internacional, se logró respetar el hecho de que era de vital importancia que hubiera mujeres participando en la mesa de negociación. «Fue a través del reconocimiento a la Resolución 1325 y a toda la agenda de Mujer, Paz y Seguridad, que fue evidente que teníamos que tener una subcomisión de género».

«Todo está muy bonito en el papel y en la foto, pero en la realidad es fatal. ¿Cuántos feminicidios se están presentando? El sistema no protege desde lo jurídico a las mujeres. Al Estado poco le importa la violencia de género, mucho menos las que están en guerra. En Colombia todavía llegan las medidas cautelares cuando la mujer que las pedía ya lleva semanas muerta porque el tipo la asesinó», así habla Alexa de la Resolución 1325 y de las garantías que debían tener ella y sus compañeras.

El tema de las garantías afecta principalmente a aquellas personas que hacían parte del pie de fuerza de la guerrilla, no a los altos mandos, por lo que están incluidas una gran cantidad de mujeres firmantes. Alexa sostiene que «se han incumplido las garantías para hacer política. No hay 349 firmantes asesinados de gratis (Indepaz, 18 de febrero de 2023). No hay garantías para nadie en los territorios. Ninguno de los jefes tiene problemas de seguridad; pero si te pones a revisar a los que han asesinado, es gente que se dedicó a ser líder o lideresa en su terruño».

Algunas firmantes, incluso, están denunciando que se ven obligados a sacar a sus hijos de sus territorios porque las disidencias —y otros grupos armados— se los quieren llevar.

Ante los incumplimientos de la Resolución 1325, Rosa Salamanca dice que en este momento están trabajando sobre el plan de acción en torno a la misma, «de modo que tengamos más dientes para poder tener indicadores, monitoreo, seguimiento, informes». Una herramienta de presión que es impulsada actualmente por el movimiento de mujeres y el movimiento feminista, en acuerdo con la viceministra de Asuntos Multilaterales, Laura Gil y con la consejera presidencial para la Equidad de la Mujer, Clemencia Carabalí, quienes están adelantando trabajo pendiente que se ha dejado de hacer en la implementación, con respecto a mujeres, campesinos y diversidad.

Este plan de acción debe estar listo en septiembre para poder entregarlo a la Asamblea General y al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

 

De la lucha armada a las labores de cuidado en el hogar

«Da mucha rabia que mujeres que fueron comandantes, unas berracas en el monte, ahora uno no las pueda invitar a tomarse una cerveza porque responden que no pueden irse porque tienen que esperar a que llegue mi marido para servirle el almuerzo, que a él le gusta caliente —cuenta Alexa con voz sarcástica—, después de que este hijueputa tenía que recoger y organizar su propia vajilla en la guerrilla; pero hoy no puede comer si su mujer no le calienta la comidita. Entonces creo que también hay responsabilidad de las mujeres firmantes en cuanto a los roles que salimos a ejercer en este marco de la reincorporación que ha sido bien complicada».

Asimismo, sentencia que si hubieran garantías económicas reales para que las mujeres pudieran estudiar y montar sus proyectos, tendrían otra realidad, pero con todos los incumplimientos muchas de ellas quedaron a merced de lo que ya conocían. «La autonomía económica no era un problema en la guerrilla porque allá nadie dependía económicamente de su compañero —explica Isabela—. Aquí se reactivó la dependencia y el Estado poco aplica un enfoque diferencial para sostener a la mujer». Esta es una paz sin sostén.

«Es verdad que las mujeres firmantes del Acuerdo en el tránsito a la vida civil han entrado en las lógicas relacionales de género, en donde el sistema patriarcal prima. Es decir, hay mujeres que se ven afectadas en sus relaciones interpersonales por las violencias basadas en género, la dominación y la pérdida de autonomía y derechos. En relación a las labores de cuidado, que en el marco de la insurgencia se realizaban de manera colectiva, hoy en día en la vida civil se ven como acciones individuales, aisladas de lo comunitario y por tanto no reconocidas, no remuneradas. Es decir, pasaron de los cuidados colectivos a los cuidados individuales que históricamente han asumido las mujeres en el mundo», sostiene Alejandro Leal, del Equipo de Cuidado, Niñez y Vínculos Familiares del Consejo Nacional de Reincorporación, CNR-Comunes.

Leal también sostiene —con respecto a las mujeres firmantes del Acuerdo de Paz— que «las labores de cuidado, en su tránsito a la vida civil, se han convertido en una barrera de participación, una pérdida de autonomía y, en especial, un retroceso en el acceso a sus derechos como sujetas políticas».

Isabela dice que algunas mujeres excombatientes asumen roles de cuidado y sumisión por miedo a la soledad. «Retornar a una sociedad patriarcal como esta también hace que las mujeres sientan que están envejeciendo, que ya no tienen el cuerpo que tenían en la guerrilla. Allá solo estaba sola la que lo decidiera. Acá está el riesgo de quedarnos solas para siempre y eso motiva a muchas mujeres a establecer una familia con el estereotipo que se tiene tradicionalmente».

Ante este fenómeno, Paola Giraldo sostiene que puede motivarse por el miedo a la pérdida.

«Es común que las mujeres que estuvieron en el conflicto se vuelvan sobreprotectoras por miedo a que se repita la historia del abandono. Por fortuna esa programación de nacer para ser madres está cambiando para las nuevas generaciones; pero para quienes vienen de la guerra, su salvavidas es tener un marido o un niño, tener alguien a quien darle ese amor que a ellas no les dieron».

Giraldo explica que las mujeres que hicieron parte del conflicto están marcadas por la culpa y el no merecimiento, lo cual las lleva a sobreproteger lo que tienen «y es cuando empiezan a dejar de salir y a quedarse en casa esperando al marido para calentarle la comida, y asumen roles tradicionales que les fueron programados social e históricamente».

El proceso de empoderamiento para superar los vestigios de la guerra requiere ayuda psicológica y una red de apoyo familiar. «Ellas vienen en un proceso de autoexclusión y asumen que deben quedarse encerradas, sumado a los eventos psicóticos, de paranoia y estrés postraumático». Además, el hecho de que sigan asesinando excombatientes acrecienta estas condiciones psicológicas, sostiene la terapeuta.

Alejandro Leal afirma que desde el Segundo Encuentro Nacional de Mujeres y Diversidades Farianas en el 2019 se mandó la creación de una iniciativa de «Cuidado y Buen Vivir para la Paz, que busca promover estrategias de cuidado comunitario y colectivo que eliminen las barreras en razón al cuidado de las mujeres firmantes y las mujeres de las comunidades».

Finalmente, Leal sostiene que están velando por el reconocimiento de los cuidados como trabajo y «esperan que sus avances en la ruralidad puedan aportar de manera significativa para la elaboración de políticas públicas de cuidado a nivel país, la creación de un observatorio de la economía de cuidado que brinde insumos concretos en la medición en la ruralidad que aporte al futuro Sistema Nacional de Cuidado, que esperamos se avance en el Gobierno actual».

 

Una encerrona

«Ahora en mi familia hay diferencias políticas abismales. Hay militantes del Centro Democrático, desafortunadamente los más jóvenes. Al comienzo, en lo personal, me dolía mucho; pero ahora hemos aprendido a tolerarlo», cuenta Isabela, quien dice que evitan hablar de cosas como las movilizaciones; pero más allá de eso, reconoce que su familia fue muy importante para la adaptación de nuevo a la vida civil; para superar los rezagos de la violencia y, desde luego, la estigmatización por haber pertenecido a la guerrilla.

En cambio, Alexa no volvió a tener relación con su familia, con el núcleo con el que vivía. «Uno no puede volver donde lo maltrataron. No pude regresar a ser familia de quienes me dieron la espalda cuando dije que mi papá había intentado abusar de mí. Tocó reducir mi familia a los que yo considero mis hermanos: dos primos hermanos con los que compartí aguapanela de la misma olla y la mamá de ellos».

Y mientras una trabaja para el partido político fruto del Acuerdo de Paz, la otra rompió todo tipo de relaciones con este mismo debido a la que ella denomina una encerrona contra quienes creían en la inocencia de ‘Santrich’, el exjefe guerrillero procesado por la Fiscalía de Néstor Humberto Martínez Neira en un caso que aún hoy Comunes pide ser investigado, alegando que se trató de un montaje.

«Si esta gente dejó solo a este man que era cabeza de la mesa de diálogos, ¿qué podría pasar con uno que vivía cuidándole el culo a esa manada de maricas?», se preguntaba entonces Alexa cuando empezaron a indicarle qué debía postear en sus redes sociales y ella prefirió irse del partido 3 días después de que se posesionaron en el Congreso, para después enterarse de que las mismas directivas del partido le cerraron todo tipo de puertas, asegurándose de que no fuera empleada fácilmente.

A los demás miembros del grupo de comunicaciones que pasarían de vivir en hoteles a casas rentadas les dieron cerca de 3 millones de pesos para que compraran cama y los básicos necesarios para instalarse; pero Alexa se fue con lo único que tenía, una cafetera que le costó 40 mil pesos en una tienda de la 13. Estuvo viviendo 6 meses en una residencia donde hacía aseo en contraprestación, hasta que conoció a un corredor de bolsa que le pagó la universidad sin pedirle absolutamente nada a cambio.

Alexa narra que incluso recibió amenazas una vez se retiró del partido; pero insistía en sobrevivir sin pedirle ayuda a sus excompañeros. «En ocasiones no tenía ni para comerme un pan y ahí es donde uno se da cuenta que a uno lo cuidan es las amigas. Ellas me dieron de comer a mí y a mis mascotas, me ayudaban a pagar los servicios públicos por allá en 2019 que todo era tan duro».

 

De empuñar un arma a disparar una cámara en la posesión presidencial

Alexa se la guerreó, ahora en una situación aún más retadora, para abrirse campo en el mundillo de la fotografía y el fotoreportaje y terminó trabajando en el Senado como contratista. Cuando pensaba que todo iba despegando la despiden, con comunicado previo, por apoyar el estallido social que se vivía en esos momentos, motivado por las actuaciones del Congreso de ese entonces y del Gobierno de Iván Duque Márquez.

Cuando asesinaron a Rodolfo Fierro, Alexa estuvo tentada, por segunda vez, a regresar al monte. Con hambre y sin garantías era fácil pensarlo. Llamó a un amigo y le dijo que le regalaba el comedor y el televisor. Fue ahí cuando él y la mamá de su hijo se inventaron un emprendimiento: Amor a Tiempo, «y me llaman y me dicen: no te vas a ir, vamos a trabajar. Fue como comprar dos cajas de cerveza e ir puerta a puerta a entregar los domicilios, a decir yo soy firmante y vender los productos fruto de la paz con gente por fuera del círculo de la reincorporación».

Sigue dándola toda en el paro, aprendiendo, trabajando, hasta que un día le dicen que es parte de las elegidas para hacer el cubrimiento presidencial de Gustavo Petro y Francia Márquez. Después la llama Mauricio Lizcano a decirle que quiere que trabaje con él. «Yo no le creía porque Mauricio es víctima del conflicto por parte de las FARC. Yo no era del bloque que secuestró a su papá, pero yo dije: “Yo fui de las FARC, aquí tengo rabo de paja y con esta gente de derecha…”; pero entonces él se levanta de su escritorio y me dice bienvenida al equipo, y yo me pongo a llorar. Y ha sido lindo poder estar en eso. En el despacho hay mucho respeto hacia mí por ser mujer firmante. Y mucho cariño siendo mujer diversa. Me preguntan cuándo me voy a casar. Mientras tanto, algo a lo que le había dedicado la mitad de mi vida, nunca me permitió ser yo».

Finalmente, Alexa dice: «Los altos mandos jugaron con nuestra lealtad. Nos decepcionaron tanto. Se embolsillaron resto de plata a costilla de nosotros y nos dejaron botados». Y celebra que ella ha podido tener otro tipo de vida, fuera de las armas y lejos de ellos.

En agosto lanzará su libro: Disparos por disparos, donde mostrará 11 años de trayectoria fotográfica desde que se estaba cuajando el Acuerdo. Después vendrá la boda, un evento abierto en homenaje a la comunidad diversa y en homenaje a las mujeres que se sostienen solas en una paz sin garantías.

Este trabajo fue elaborado con el apoyo de la Corporación Alianza Iniciativa de Mujeres Colombianas por la Paz, IMP; el proyecto International Media Support, IMS; y la Red Colombiana de Periodistas con Visión de Género.

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Ían Schnaida
Campesino antioqueño | Periodista de la UdeA | Fundador y director de laorejaroja | Dudo de pa' fuera.