Columnista: Ligia Patiño
Si los ríos Magdalena, Cauca, Atrato, San Juan, Sinú, San Jorge, Catatumbo y otros fueran llamados a testificar en las audiencias, nos revelarían las innumerables atrocidades que paramilitares y guerrillas cometieron contra la población civil, decía un especial que público El Tiempo el 24 de abril del 2007, titulado ‘Colombia busca a sus 10.000 muertos’. Una frase que habla de lo contrario a lo que afirma el crápula uribista que actualmente dirige el Centro Nacional de Memoria Histórica.
Si, los ríos tienen mucho que contarnos. Después de convertirlos en las cloacas donde van a parar nuestros desechos, por muchas décadas se convirtieron en cementerios de agua, pues a los asesinos les resultó más fácil tirar los cadáveres de sus víctimas a los ríos —en muchos casos después de ser descuartizadas vivas o de sacarles las vísceras y rellenarles de piedras— para que la evidencia de sus crímenes no saliera a flote.
Por ejemplo, se dice que la mayoría de las víctimas de la masacre de Trujillo, en el departamento del Valle, fueron a parar al río Cauca; en varios municipios de Risaralda a sus habitantes les esta prohibido por parte de la delincuencia recoger los cadáveres que trae el mismo afluente; en Puerto Berrio Antioquia, sus habitantes les dan cristiana sepultura y les rezan a los pedazos de cadaveres que pasan flotando por el río Magdalena; en Ituango los pobladores denuncian que cerca al proyecto hidroeléctrico se encuentran los restos de cientos de desaparecidos.
No es una bobería «poner a hablar» no solo a los ríos, sino también a los parques, a las plazas, a los caminos. Hay que «darle la palabra» a todos eso sitios que se convirtieron en testigos de los más crueles crímenes cometidos por colombianos en contra de colombianos.
Y es que no es un misterio que Darío Acevedo —ese grandísimo cafre que en mala hora dirige tan importante institución como lo es el Centro Nacional de Memoria Histórica— quiere ayudar a tapar los crímenes de su «patrón» y también a seguir negando tajantemente el conflicto armado.
¡Pues no! ¡Este platanal no es el país de los siete enanos o de la nefasta «Economía naranja»! Este un país que desde hace rato grita la verdad, una verdad que hasta los ríos nos la están mostrando a los que vivimos en la comodidad de las grandes ciudades ignorándola.
Aparte de Acevedo, la fuerza pública también se prestó para esa operación «tapen, tapen»
Como cómplices, las «fuerzas del orden»—aprovechándose de la famosa Doctrina de la Seguridad Nacional y con el fin de arrasar con todo lo que oliera a izquierda— realizaron por ejemplo la masacre de Trujillo, en la cual narcotraficantes, paramilitares y miembros del Ejército, torturaron y asesinaron a pobladores del norte del Valle; y en el bajo Putumayo, violentaron, asesinaron o desaparecieron a los habitantes que denunciaban los atropellos que los paramilitares cometían contra ellos.
No es una tontería poner hablar a los lugares y a los objetos, porque son símbolos que representan a los muertos y desaparecidos.
Para sus familiares y allegados, para un país sin memoria , y en homenaje a las víctimas; es necesario que el pueblo colombiano vea más a fondo el conflicto, sea sensible y solidario con las víctimas y desplazados a través de las voces que atestiguaron tan cruenta confrotación entre hermanos.
Y ojo: la guerra sigue pero con diferentes actores. El ELN, las disidencias de las FARC, las Autodefensas Gaitanistas de Colombia, el Clan del Golfo, etc., hacen parte del nuevo sainete. Una suma que se da por el gran ausente: el Estado, el cual no llega al 70% del territorio colombiano.
Por su clara connivencia en la negación del conflicto armado colombiano y como ciudadano afectado por tan grave estrategia, exijo la renuncia del «señor» Acevedo y demando que al Centro Nacional de Memoria Histórica llegue una persona idónea para tan alto cargo. Un ser humano de verdad que no se burle de las víctimas ni las revictimice una y otra vez con sus desfachateces. ¡Ellas merecen respeto!