Las motivaciones del “vandalismo” en el Paro Nacional

Hoy Colombia se supera a sí misma. Hoy Colombia necesita de un diálogo. No hay que olvidar que se coincide en que se quiere una mejor nación. 

Opina - Política

2021-05-12

Las motivaciones del “vandalismo” en el Paro Nacional

Columnista:

Jaír Villano

 

Una de las formas más comunes de desconocer la naturaleza metafísica de un acto es darlo por hecho. ¿Qué hace que un acto sea ese acto y no otro? ¿Por qué? ¿Qué hace que el vandalismo sea vandalismo y no, por ejemplo, el exacerbamiento rabioso de un enfado generalizado?

¿Por qué algunos protestantes sienten la necesidad del combate, del incendio, de la destrucción? ¿Por qué la atención de los informadores se incrementa con los efectos de la crisis y no con las causales de la crisis? ¿Por qué la prensa internacional titula el efecto de la represión estatal y no esos malestares que generan que el ciudadano se atreva a exponer su vida ante un enemigo que dice protegerlo?

En una revolución. O no: en una transición. En un campo de batalla. En ese texto que escribimos todos el lenguaje es fundamental: una expresión mínima como el murmullo trasciende su lugar, se hace una voz a voz: una comunicación significativa que agrupa lo colectivo. 

El discurso, entonces, debería estar a la altura del momento. Pensarlo no solo al servicio de mis intereses y de los intereses que satisfacen mis intereses monetarios. No solo se reporta una noticia, un hecho, el acto vandálico. ¿Qué promueve ese acto? Y ¿por qué acentuar el sesgo del discurso? ¿Por qué no entender que en Colombia algunos sienten que la mesura y la calma, exigidas desde la comodidad del centro, es la que ha mantenido a este país en un mutismo histórico? ¿Qué hace que en esta nación la protesta pacífica no tenga los mismos alcances de una protesta violenta y ruidosa? ¿Sería el mismo el fragor del Paro Nacional si su despliegue se limitara a la ocupación de unos cuantos lugares y el rugir de algunos cacerolazos? 

¿Por qué no preguntarse por las motivaciones colectivas del sujeto que, a pesar de todos los riesgos, se lanza contra el agente del Esmad? ¿Cuáles son sus razones? 

Hay una idea de país que habla por él, que es silenciada por el acto; hay una manifestación pública que su acto oculta. Puesto que su grito no se atiende, no se escucha, su necesidad de atención sigue acumulada. Su estridencia se transmuta en lo que informan los medios. El mensaje queda doblemente reprimido: por la violencia de su contraparte, y por la precariedad del cubrimiento. Este individuo y su lectura de país se reducen a la nada. Es como si su existencia se limitara a su acto. En lugar de ser visto como un guerrero que asume todos los riesgos con tal de serle fiel a una necesidad de atención de su mensaje colectivo, a su visión de país, es reducido a vándalo. Su colectividad es vandálica. ¿No se lograría algo con escucharlo?  

¿Por qué la destrucción del espacio público? Acaso lo colectivo no lo es, no se sienta así, no hay creencia en el Estado. No hay Estado, luego lo público no es de todos. ¿Qué hace que ciertos ciudadanos lo perciban así? ¿Qué promueve los estragos?

¿Por qué no entender que a pesar de los riegos del virus el colombiano se expone? Un día de protesta es igual o peor que el día a día normal en su país ¿No es elocuente que en medio del pico de una pandemia que fenece vidas en el mundo esta sociedad esté marchando a lo largo y ancho de sus rincones?

Acaso el maniqueísmo del discurso colombiano impide que se supere la línea desde la que tratan de situarnos. Y por eso cuando los señores pudientes de Cali salen a pedir que cesen la violencia en sus barrios, se autodenominan “gente de bien”. “Nosotros somos gente de bien”. ¿Los demás no? Aquí el bien, allá… ¿el mal?

Al mismo tiempo, en la misma ciudad, en “confusos hechos”, la vida de varios jóvenes de uno de los sectores más reprimidos es aniquilada. ¿No es ese el mal? Pero puesto que en Siloé no habita el bien, lo otro es asumido como normal. El cubrimiento del reportero, en consecuencia, no se conmueve con la muerte de esas otras existencias. ¿Sería distinto el tratamiento periodístico si lo acaecido se situara en las losas de mármol acariciadas por la “gente de bien”? 

Ni siquiera está la pregunta de por qué los lugares del paro han mudado los habituales, ¿por qué tantos espacios? ¿Por qué el protestante siente la necesidad de tomárselos? ¿Por qué obstaculizar las vías? 

Acaso hay una tristeza profunda y prolongada y ahora mismo se desembaraza en nefastos rugidos. Acaso hay una desconfianza que se opone a un raudal de promesas que se desvanecen en su cumplimiento. Acaso el dolor de ser colombiano necesite de un alivio que supere el efectismo del paliativo. Es un sufrimiento profundo, y por ello exige cambios drásticos.

El significado de lo colectivo ha explotado, y por eso lo que pasa no se debe reducir a adjetivos, titulares engaños y descalificaciones. Habría que salir del reposo y el interés, y mirarlo como una compleja amalgama de causales que hacen que Colombia sea lo que es hoy, y no lo que los mandatarios quieren que sea, y no lo que ellos quieren hacer creer que es.

Hoy Colombia se supera a sí misma. Hoy Colombia necesita de un diálogo. No hay que olvidar que se coincide en que se quiere una mejor nación. 

Un diálogo honesto, despojado del soliloquio discursivo y altanero del gobierno y sus medios. Un diálogo que empiece a reconocer al otro no por la consecuencia de su acto, sino por sus motivos. 

 

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Jaír Villano
Escritor. Magíster en Literatura (Universidad Javeriana, Bogotá). Su más reciente libro es “Un ejercicio del fracaso (ensayos)”.