La paz se respeta

Dirán lo de siempre, lo que ya sabemos de sobra en este país que se repite: que hay que combatir a sangre y fuego a todos esos que se fueron, que plomo es lo que hay, que duélale a quien le duela hay que destruir a esos que huelan diferente, y también a los que intenten siquiera pensar distinto.

Opina - Sociedad

2019-08-31

La paz se respeta

Autor: Mauricio Galindo Santofimio

 

Contentos han de estar quienes desde el comienzo de la negociación con las Farc le apostaron a su fracaso. Esos que objetaron todo, esos a los que nada de esa negociación les pareció rescatable o bueno, los que inventaron mentiras para que la gente saliera a votar emberracada en el plebiscito por el ‘No’, ese ‘No’ que ha venido carcomiendo al país.

Pero más contentos deben estar los que creen en la paz. ‘Márquez’, ‘Santrich’, ‘Romaña’, el ‘Paisa’ y todos los que los siguen y traicionaron al país y a la sociedad —que les dio la oportunidad de tener una vida en la legalidad, una vida en la política y un chance de luchar pacíficamente por sus anacrónicos y viejos ideales comunistas—, le hicieron un favor a la Farc, al partido político, que sí ha entendido que la paz es el camino, y, de paso, a toda Colombia.

Ya sabemos, ahora sí, aunque se intuía, que se devolvieron al monte a delinquir, que no dejaron su rol delincuencial y que, pese a sus discursos, entraron de lleno a eso que les gusta: la guerra, la sangre y el escozor por lo lícito.

Enhorabuena dieron la cara para poder saber a qué se atiene el país con ellos. Pero con ellos, solo con ellos, con ese grupo minoritario de la antigua guerrilla más poderosa del planeta que hoy, por fortuna, ya no existe, ya no es, ya murió, para desdicha y sufrimiento de los amantes de la confrontación, que aún la ven como su arma política con la que ganaron elecciones, se reeligieron y hoy siguen en el poder.

Sin la guerra no son nada. Sin ella también se les acaba el discurso, también perecen como doctrina política que está acostumbrada a tener privilegios para ellos y desastres para los demás.

Y han de estar dichosos aquellos delirantes con el anuncio de los delincuentes de que se van a alzar en armas otra vez, porque les dieron más motivos para seguir engañando. Dirán lo de siempre, lo que ya sabemos de sobra en este país que se repite: que hay que combatir a sangre y fuego a todos esos que se fueron, que plomo es lo que hay, que duélale a quien le duela hay que destruir a esos que huelan diferente y también a los que intenten siquiera pensar distinto.

Y claro que hay que combatir a quienes defraudaron al país, a quienes lo engañaron con sus trucos de delincuentes sabidos de memoria, esos trucos que los llevaron también a decir mentiras: que iban a honrar los acuerdos, que nunca más empuñarían un arma, que juraban respetar la Constitución y la ley para poder posesionarse como congresistas, que se la jugaban por la paz. Claro que sí, hay que combatirlos, perseguirlos, capturarlos y llevaros a la justicia ordinaria porque eso decían los acuerdos, que no contemplaban impunidad como los otros señores de la guerra siempre han insistido.

Pero que se persiga a ese minúsculo grupo de facinerosos (porque es un pequeñísimo grupo que insiste en la violencia), como al ELN, que pretende acogerlos, y a todos los alzados en armas, no significa que se tenga que ir contra los que sí han cumplido, contra los que sí han respetado la palabra, y la han honrado y la han repetido también.

Porque eso es lo que buscan, destruir todo, acabar con ese “maldito acuerdo” como lo llamaron muchos y lo siguen llamando a escondidas, en la oscuridad de sus consciencias, y con sus brumosos y sombríos corazones grandes.

Dirán con altivez que nunca hubo paz ni la habrá, que todo fue un engaño para ganar premios, que todo fue un desastre que nos llevaba rumbo a convertirnos en otra Venezuela. Con esa altivez y con esos bríos manifestarán que se había dicho, que se había advertido que todo iba a fracasar, y así convencerán a varios más.

No hay tal. Ni ha fracasado la paz, ni fracasarán los acuerdos si es que el Gobierno así lo quiere. Porque todos esos juegos de palabras han sido para justificar sus acciones. Las objeciones a la JEP, los asesinatos de líderes sociales, los incumplimientos en los espacios territoriales, la poca voluntad de seguir adelante con un acuerdo que aborrecen, así lo demuestran.

Pero la paz se respeta. Lo que viene ahora es rodear a todos aquellos que le apostaron con sacrificio y templanza a una reconciliación y a un futuro mejor para Colombia. Lo que es menester en estos momentos es respaldar a la JEP, a sus magistrados, a los exguerrilleros de las Farc que han cumplido, y se espera sigan cumpliendo, a esos que han condenado el accionar de sus antiguos camaradas.

Bien por Timochenko, por Lozada, por Alape, por Catatumbo, por Sandino, por Granda y por todos esos que alguna vez estuvieron en la ilegalidad, pero que hoy siguen en pie de lucha por la paz. Sus postulados bien pueden defenderlos en el marco de la ley. Así no estemos de acuerdo con ellos, ni con sus ideologías, respaldamos esa valiente apuesta por la sensatez de no ganar el poder por la vía armada.

Apuesta que no aceptaron ni quisieron los que se volaron, con lo que de paso le dieron alas a la extrema derecha para que siga mintiendo y manteniendo al país en una guerra eterna. Apuesta errática, esa sí, que es la que deben estar aplaudiendo los que han impedido que la paz siga su curso, para tener discurso y para perpetuarse en el poder, en ese de unos pocos, con prebendas para ellos y con perjuicios para muchos.

Ahora, cuando los extremistas, que es lo que son, pintan la deserción de ‘Márquez’ y de su banda como el acabose y el fin del proceso, es cuando más hay que apoyarlo. No se puede abandonar a la gente que se reincorporó, a los que tienen proyectos productivos, a los que trabajan la tierra sin nombre y aún sin títulos.

No se puede dejar a la deriva a esos que siguen convencidos de los beneficios de la paz, a esos que hacen política legal, y, por supuesto, no se puede abandonar a las regiones pobres y desprotegidas, es allí, con inversión, donde realmente se construye la paz.

¿Que no ha pasado nada? Claro que sí. El país se dio cuenta de quiénes son y para dónde van los que siguen albergando odio en su corazón. Claro que pasó algo, paradójicamente alentador: Colombia ha visto renacer del ‘Sí’ a la paz y el clamor por una vida digna, equilibrada, justa y en paz para todos.

Del Gobierno en gran parte depende si le ofrece a su gente garantías de convivencia o patentes de corso para la muerte. De él depende si sigue peleando con el sátrapa venezolano o se concentra en el país que lo necesita y le pide a gritos seguridad, estabilidad, equidad, educación y paz. En las regiones es donde se ve la guerra, el Gobierno verá si se hace el de la vista gorda.

De los partidos políticos comprometidos con la paz depende si la defienden o la dejan morir. De los ciudadanos de a pie, depende si hacen paz, diariamente, o repiten las mentiras guerreristas. De los periodistas depende si le hacen el juego a la destrucción de todo lo conseguido o a la reestructuración de la sociedad. De ellos depende si la profesión es, como debería ser, para el beneficio social, para el bien común o para el beneficio personal y de unos pocos.

Lo que se viene es una batalla de cifras amañadas todas. Dirán que se armó una nueva guerrilla poderosa, para asustar y para seguir vendiendo humo. Vendrá una andanada de recriminaciones de unos contra otros.

Dirán que la culpa de las deserciones es del Gobierno anterior o de este. Pero la culpa y la responsabilidad real de ese portazo a la paz es única y exclusivamente de esos bandoleros que le dijeron adiós a la esperanza y, en últimas, de todos, porque no le apostamos como país a la reconciliación. Fallamos en eso. Falló y sigue fallando la sociedad en no creer que la paz es posible y que a la guerra hay que decirle adiós. Pero aún hay tiempo, porque la paz se respeta.

 

Adenda

Los maestros volvieron a paro por causa del mal servicio de salud. Tienen razón, y no solo ellos. Para mucha gente, pedir citas para especialistas se ha vuelto una odisea indignante y deshonrosa. ¿Qué hacemos, señor ministro de Salud?

 

 

Foto cortesía de: Sputnik News

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Mauricio Galindo Santofimio
Comun. Social-Periodista. Asesor editorial y columnista revista #MásQVer. Docente universitario. Columnista de LaOrejaRoja.