En un aparte del libro de Juan Gabriel Vásquez, “La forma de las ruinas”, cuando el autor narra con detalle algunos aspectos de una investigación extraoficial alrededor del asesinato del general Rafael Uribe Uribe, Anzola, el protagonista de esa investigación, descarga sobre un papel toda su frustración por no poder probar nada de lo que sabe, de las inconsistencias alrededor del asesinato del general, el que las mismas autoridades, la iglesia y los asesinos, tenían especial interés en que no se esclareciera.
“Todo esto es verdad pero no puedo probarlo. Todo esto es verdad pero no me consta”, escribía indignado Anzola, impotente por no saber qué hacer con toda la información que tenía y a nadie le interesaba, plasmando sobre el papel cada una de las piezas del rompecabezas que no encajaban en la versión oficial del asesinato, denunciando los oscuros tentáculos que se movían detrás de lo que sucedió ese 15 de octubre de 1914, siendo plenamente consciente, a esas alturas, de que las omisiones que se estaban haciendo en la investigación eran intencionales, y que esas omisiones tenían más de un nombre propio con apellido.
Ese episodio, ficción o no, exageración del personaje de la novela o no, encaja con bastante precisión en nuestra historia, en nuestras mañas, envuelve la esencia de los entramados oscuros de las manías y los vicios de nuestras prácticas políticas, con la particularidad de siempre: los escándalos pasan y la impunidad le sobrevive para la posteridad.
Para el caso, hace apenas siete años, en la contienda electoral del 2010, fue evidente la mano oscura que recubrió la campaña del candidato de Uribe, del Uribe de nuestros tiempos, el mismo que en ese entonces apostó por Juan Manuel Santos como su sucesor, aunque hoy, en medio de las divisiones ya conocidas por todos, pretendan salir a rasgarse las vestiduras señalando a Santos como responsable único de las irregularidades, como si no hubiera sido la misma cosa.
La campaña del “todo vale”, que pasó ante los ojos de todos, fue la revelación de que, de puertas hacia adentro, estaban pasando muchas cosas más.
Lo más evidente, que incluso fue admitido en su momento, fue la puesta en escena de la “campaña negra” liderada por el asesor estrella del gobierno, un experto en rumor, el cual echó mano sin reparo alguno de una estrategia sucia que poco tenía que ver con los temas importantes que estaban en discusión, enfocado en resaltar el ateísmo de Mockus, entre muchas más cosas sin sentido, algunas de ellas imprecisas.
Estaban ocupadísimos haciendo eco de su habilidad para difundir “rumores”, pavoneándose de ser los gurús del marketing, restándole toda la altura y la seriedad de un debate político que busca elegir el Presidente de un país. Y esto, que en su momento fue una simple “picardía”, que a lo único que faltaba era a la ética y no a la Ley, fue el principio de todo el despliegue desvergonzado que puso de revés el debate de los aspirantes a la presidencia de la República de Colombia.
En la retina de todos quedaron estos sucesos; algunos miraron hacia otra parte y los validaron, a pesar de que a otros nos parecía grotesco, por no decir que denigrante. Pero eso era lo de menos, hoy lo sabemos, aunque es muy probable que haya mucho más por saber, de lo cual no me queda la menor duda, y tampoco creo que nos sorprenda mucho, pues, a fin de cuentas, las sorpresas son para quienes no se esperan las cosas, y nosotros estamos más bien esperando que se sepa todo lo que sospechamos, y que sabemos que es verdad, aunque no nos conste, como advertía el personaje de la novela de Juan Gabriel Vásquez.
Es verdad, aunque no pudimos probarlo, que entraron “dineros calientes”, como en otrora ha sucedido en este país. Es verdad, pero no podemos probarlo (aún), que Juan Manuel no se acaba de enterar que en sus campañas, tanto la del 2010 como la del 2014, ingresaron apoyos indebidos, y es verdad, aunque no podamos probarlo, que todo este tiempo ha sido consciente de eso, y que sabe mucho más de lo que admite, incluso cosas que aún no se saben, y quizás nunca se sepan.
Y aun así, a pesar de que no podemos probarlo, no necesitamos sus disculpas señor “presidente”, o sus frases sin sentido de “me acabo de enterar”, como si hubiera sido un mero accidente de su campaña del 2010, como si en el 2014 no hubiera vuelto a ocurrir, como si todo lo que pasa en el país es iniciativa de los subalternos, siempre a espaldas de los jefes.