Feminismo

En el silencio no hay movimiento feminista

Ana Cristina González Vélez nos recuerda que el liderazgo feminista es incómodo, colectivo y profundamente político. 

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Quien ha estado cerca de las luchas feministas en América Latina conoce el nombre de Ana Cristina González Vélez, una de las voces más influyentes en los derechos sexuales y reproductivos de la región e impulsora del movimiento Causa Justa, que logró la eliminación del delito de aborto en Colombia, lleva más de 30 años desobedeciendo desde la palabra, desde el cuerpo y desde las leyes.

Pero ahora, además de hablar de derechos, Ana Cristina está hablando de liderazgo; uno que no se basa en la competencia ni en el carisma, sino en la ética. De un liderazgo feminista que nace del compromiso con una causa, no con una posición.

Ana llega acompañada de preguntas, incomodidades, aprendizajes y una claridad política que no pretende tranquilizar, sino mover. En conversación con Laorejaroja, Ana Cristina compartió sus ideas sobre el poder, el desgaste, las redes de afecto y la urgencia de defender lo conquistado. 

“Cuando yo empecé a ser feminista hace 30 años, era importante hacer la lucha sin mencionar que una era feminista, es decir, haciéndose invisible y desapareciendo en ese contexto”, recuerda. Hoy, décadas después, dice que lo que han logrado muchas mujeres es poner en el centro de la conversación temas que antes eran marginales: la libertad reproductiva, la autonomía sobre el cuerpo, el derecho a decidir. Pero también es consciente del precio, “Ese poder que hemos desestabilizado, yo digo, está furioso y violento y nos quiere castigar e incluso criminalizar a la agenda de igualdad, a las feministas y al feminismo”.

Para ella, el liderazgo no se mide en seguidores ni en discursos, es una actividad que tiene la intención de generar transformaciones profundas en la sociedad, transformaciones de los valores, de los arreglos sociales; y para eso, afirma, se necesita un esfuerzo colectivo, se necesitan crear redes, confiar en otras y sostenerse en grupo, porque el contexto no es amable: “El liderazgo se ejerce en contextos donde las mujeres y nuestras demandas hemos sido invisibles. Es un contexto en términos generales adverso”.

Sobre el desgaste emocional, Ana Cristina no lo niega, pero tampoco lo romantiza “Yo nunca he tenido la sensación de que voy a rendirme. Y por alguna extraña razón tampoco he vivido de manera muy intensa un desgaste emocional”, dice. Y lo explica con honestidad: su convicción está menos atada a resultados inmediatos que al deseo profundo de transformación.

“Lo que a mí me mueve más que la desesperada necesidad de un resultado inmediato […] es esa convicción y necesidad de que hay que pedalear y hay que derribar muchas barreras”.

También sabe que no todas tienen esa misma energía todo el tiempo, por eso defiende la importancia de tener espacios de intimidad, grupos pequeños y de confianza donde se pueda hablar de todo: dudas, estrategias, angustias. “No creo que haya que pensar siempre en clave de tener la respuesta correcta. Lo único que creo que hay correcto en este liderazgo feminista es la búsqueda de esa justicia y de esa igualdad”.

Ese liderazgo no puede replicar los modelos de poder tradicionales, y Ana Cristina lo sabe. “Nosotras también crecimos inmersas en un sistema patriarcal y en unos arreglos que nos enseñaron a disputar las cosas de cierta manera.” Por eso habla de una mirada crítica constante: revisar cómo se toman decisiones, cómo se ejerce el poder incluso dentro de los movimientos. Insiste en el trabajo intergeneracional, no como una consigna vacía, sino como una práctica concreta: escuchar a las históricas, abrir camino a las más jóvenes, dejar que otras voces emerjan, incluso cuando incomodan. “Aunque nos contradigan, aunque nos hagan tambalear”.

Y cuando habla del backlash, explica cómo cada avance logrado ha sido contrarrestado por sectores conservadores que no proponen nada nuevo, sino que se dedican a intentar desmontar lo conseguido. “Si ganamos una sentencia, ellos la denuncian. Avanzamos en una norma, ellos tratan de tumbarla. Creamos el aborto legal, entonces impulsan la objeción de conciencia en las instituciones. Yo diría que se han quedado sin ideas. Sus únicas ideas consisten en derribar lo que nosotras hemos hecho”.

Ante esto, su respuesta es clara: reforzar lo propio, volver a las ideas, a los argumentos y a las redes: “Somos un movimiento estratégico con fuerza, con ideas, con argumentos, que ha logrado transformaciones tan profundas que no podemos o no debemos dejarnos ni asustar, ni atemorizar, ni marginar, ni silenciar por esos intentos de retroceso.” Y una vez más, cierra con la frase que repite como un mantra: “En el silencio no hay movimiento”.

 Ana Cristina nos propone una hoja de ruta para pensar el liderazgo desde otro lugar: no como un privilegio, sino como una responsabilidad compartida. Un liderazgo que abraza causas, pero también personas, que se permite llorar, que no busca brillar, sino transformar. Que no se mide por lo que conquista, sino por lo que sostiene.

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