Como bien se aprecia en la síntesis de la canción de los hermanos Zuleta titulada “Costumbres perdidas” –una excelente obra musical donde se hace una nostálgica añoranza al desconocimiento de las bases de la familia en la actualidad y también resalta la desaparición de nuestros amigos los «aparatos» de los caminos–, este mundo con afán de girar cada vez más rápido aniquila todo rastro de inocencia que debió quedarnos después de la niñez. Sé que muchos –igual que yo– no han logrado superar el hecho, y mucho menos, perdonar a aquel amigo de infancia que con pruebas nos hizo entender que el Niño Dios no existía, que Papá Noel era más una marca comercial que algo real y que el cumplimiento de nuestras pretensiones en las cartas navideñas, dependía del sueldo de nuestros padres. Después de eso, diciembre nos brindó su otra cara, nos arropó con el manto de la vida chévere y del trago escondido, llegó la irresponsabilidad “justificada” con el cambio de etapas.
Es historia de pueblos hablar de «aparatos» (aparición que es una figura irreal e imaginaria, que alguien cree ver; especialmente, imagen de una persona fallecida o animal). Muchas personas pueden dar testimonio de la existencia de estos seres de otros mundos que deambulan en el nuestro, eran casi que infaltables sus apariciones cuando desobedecíamos órdenes de nuestros padres, acto que no era muy común, gracias a la inocencia que nos ataba a un buen comportamiento. Con las noches llegaba el temor, mucho más creciente en aquellos que estaban obrando mal o simplemente no quisieron hacer algún oficio en sus casas. Me ha sorprendido llegar a mi pueblo y darme cuenta de que ningún niño habla de los «aparatos», a nadie le ha salido de noche en una calle sola un perro negro. Ya no quedan relatos de que, después de irse a una fiesta sin permiso, fueron atacados de regreso a casa por un alma en pena con forma de mujer y harapos blancos, y mucho menos se habla sobre las cartas que le enviarán al Niño Dios.
¿Para dónde se fueron esos veedores de las buenas costumbres?
Hoy hacen falta. La evanescencia del miedo hacia los espantos, se lo atribuí a mi ida a la ciudad, pensé que eran cosas de pueblo que a la urbe no llegaban. Después de indagar sobre el tema, me enteré de que no era solo creencias pueblerinas, en las ciudades también actuaban estos dantescos seres pero fueron desplazados por la llegada de la televisión y la internet, que se encargaron de relegar de sus dominios a aquellos engendros que vivían del miedo de los inocentes. Toda esta tecnología se encargó de exponerlos al ocaso. Entendí que, cuando salí de mi pueblo a la ciudad, creí solo dejar por ese tiempo los «aparatos», sin saber que ya cuando quisiera volver, habrían sido desterrados de sus últimos dominios.
Sé que muchos queremos volver a tener esa inocencia que mantenía el respeto a los mayores, entre muchas otras virtudes que perdimos al reemplazar por «mundo», el espacio que dejaba la marcha de la inocencia.
Imaginemos que volvieran esos guardianes del bien; el comienzo sería un caos total, caravanas de espantos atacando a personajes corruptos, noches trágicas para los indecentes y la zozobra de los amigos de lo ajeno al ver que su aliada se convertiría en su pesadilla. Una gran cantidad de apegados a los malos hábitos políticos tendrían mucho de que arrepentirse arrodillados orando al verdadero Dios y no al ídolo del signo peso que irresponsablemente han adoptado.
La falta de temor nos lleva a actuar muchas veces mal y de forma desmedida. Somos un caballo desbocado, un país sin gobierno, un gobernador sin contralor… perdón: sin control, etc. Cuando actuamos mal y nos arrepentimos, “amalayamos” no tener una “Llorona Loca” que nos amenace con aparecer, pero somos, de momento, inconscientes, ya no le tenemos pavor a ella y mucho menos creemos en el Niño Dios, se nos dañó la inocencia.