En Colombia no se trabaja, se es esclavo

Hay una nueva transformación del feudalismo: trabajar como un mísero objeto del cual su recompensa no alcanza para vivir un mes con tranquilidad.

Opina - Economía

2020-05-18

En Colombia no se trabaja, se es esclavo

Columnista:

Samuel Salcedo Londoño

 

Para ser parte de la alta sociedad colombiana —como en cualquier país del continente latinoamericano— se requieren varios objetivos, de los cuales puedo resaltar dos importantes: ser de buena familia y conservar una gran apariencia. Respecto al primero, no es el punto de esta columna de opinión, pero en cuanto al segundo, me llena de una gran bruma la capacidad de los grupos elitistas y su deshumanizado comportamiento para lograr el cometido: denigrar a una persona común, llevándola a la más grande degeneración del hombre que es ser esclavo, para así salvaguardar la intimidad y el aspecto de estos selectos grupos.

Este tipo de acciones —se supone— que no deben presentarse en un Estado democrático donde priman los principios como la igualdad, la equidad y la propia justicia, pero al parecer, esos valores de los cuales sustentan al Estado y a su carta magna solo se ven aplicados a los pobres, exceptuando de toda responsabilidad penal y moral a estos grupos selectos de personas que se creen “inmaculados” e “intocables”. No puede existir más odio y repulsión de mi parte hacia las actividades feudales que se practican en la sociedad colombiana con el pretexto del fomento del trabajo formal y el de la buena honra, y que por mera casualidad son cometidos por estos neo-oligarcas acostumbrados a ignorar dichas situaciones.

Aunque estos relatos parecen de ciencia ficción, de los cuales no tiene ningún sustento físico más que el de una argumentación propiamente moral, cabe decir que eso es un solo pretexto para intentar ocultar la realidad de Colombia. Recordemos, como el gran representante colombiano al que se le galardonó con el Premio Nobel de Literatura, que nosotros vivimos en un realismo mágico. Todo esto se centra en la historia de una mujer, Edy Fonseca, de la cual fue obligada a trabajar de manera continua como celadora de un edificio residencial en el barrio Los Rosales, ubicado en la ciudad de Bogotá.

Este tipo de situaciones no más traen vivo el recuerdo de la época feudal mediante una “remuneración salarial”, en la que se escondía consigo el esclavismo deshumanizador… En esa misma situación se presentaba la señora Fonseca al trabajar como celadora en uno de los barrios más pudientes de Bogotá donde, en ese mismo edifico, viven los padres del senador Germán Varón Cotrino.

La desgarradora, repúgnate y deshumanizada historia de la señora Fonseca conlleva un sinfín de atrocidades de manera directa o indirecta a los derechos humanos. En primera medida, la señora Fonseca fue obligada a quedarse en el edificio para seguir trabajando como celadora del mismo, cosa que no podía rechazar porque era su sustento de vida y su forma de ganársela limpiamente —también, teniendo en cuenta que en estos tiempos de pandemia, gracias a la COVID-19, es meramente imposible conseguir empleo—; en segunda instancia, el jefe le daba a la señora Fonseca un total de 15 mil pesos colombianos por día para que se alimentara, esto lo tenía que repartir en las 3 comidas del día; a parte, le indicaron que durmiera en un sofá ofrecido por la junta comunal del edifico, el cual fue ubicado en el sótano, lugar en el que se instalaba la señora Fonseca y en el que no había agua, por lo que debería utilizar un balde para hacer sus necesidades; lo peor de todo no recae en lo ya mencionado —aunque, por sentido común y por tener un poco de compasión, eso es totalmente inaceptable y asqueroso—, sino que, cuando la señora Fonseca sufrió una calamidad familiar, con la muerte de uno de sus sobrinos, no se le permitió visitarlo.

Todo esto demuestra que la gran brecha antagónica de clases no es ningún mito, sino que es más una realidad presente de los países de América Latina, una realidad que algunos pocos no quieren que sea estudiada, calificada y/o encasillada como feudalismo o esclavización. Este acto perverso que se le aplicó a la señora Edy Fonseca solo demuestra la perversión de las clases sociales; ellos —los oligarcas— no desean más que un país sumiso y desinformado para aprovecharse de aquellas personas como la señora Fonseca que necesitan el dinero para sobrevivir en esta sociedad tan salvaje. Esto, sin tener en cuenta la pandemia que está azotando la economía y la forma de vivir a nivel mundial. 

Solo me resta afirmar mi gran desprecio —como ya he manifestado— para aquellas personas que piensan sobre la vida como un objeto material, más no como un derecho fundamental e inalienable. Al parecer, este tipo de afirmaciones nunca podrán ser aceptadas por este grupo pequeño y selecto de personas. Para saber esto no se necesita ser ni magíster en sociología, o pertenecer al partido comunista, o ser de una clase privilegiada: todo se basa del sentido común y la empatía.  

 

Fotografía: cortesía de Radio Nacional de Colombia.

( 2 ) Comentarios

  1. Excelente tu columna, esto nos invita a reflexionar de que en este mundo las clases medias y bajas no somos más que meros peones para las clases altas. Y que a pesar de todos los formalismos existentes y «evolutivos» esto nunca ha cambiado

  2. Gracias por tu columna, son pocas las personas que tienen la gallardía de escribir sobre la triste realidad de nuestro país y de muchos de latinoamerica, donde los ricos cada día que pasa reciben más beneficios y estrategias para monopolizar los mercados lo cual lo único que hace con las personas de pocos recursos es volvernos esclavos ya que las pocas oportunidades son explotadas por los que tienen más recursos.

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Samuel Salcedo Londoño