El spleen en tiempos de pandemia

La incertidumbre provoca una nostalgia por la vida antes de la pandemia, y a la vez una profunda ansiedad ante la idea de salir de esta extraña pausa.

Opina - Política

2020-09-01

El spleen en tiempos de pandemia

Columnista:

Simha Harari Cheja

 

Entre 1855 y 1864, Baudelaire escribió El spleen de París, una obra que surgió directamente de la vivencia de la ciudad, que en aquel momento estaba absolutamente atravesada por los cambios arrolladores de la modernidad. Se trataba de un tiempo de ruptura, donde las nuevas fuerzas productivas estaban desplazando cada vez más a los vestigios de la París antigua.  La poesía baudeleriana surge de «esas largas paredes negras, tediosas para el ojo, siniestro cinturón del anchuroso cementerio que llamamos una gran ciudad».[1] Precisamente, la palabra spleen —una palabra difícil de traducir— denota un temple de ánimo en que el aburrimiento y la angustia se encuentran; en que la existencia se vuelve tan abrumadora que deja un vacío.

¿Cómo se vive esto en la pandemia? ¿Cómo es el aburrimiento que resulta de estar confinado? Lo interesante de estas preguntas es que parten de una configuración disímil; de un lugar en que la familiaridad confronta con una violenta extrañeza. Es decir, el confinamiento permite cierta distancia; la «nueva normalidad» provee herramientas para extraer aquello que caracteriz(aba) a la «normalidad» antes de la pandemia. 

En El mundo como voluntad y representación, Schopenhauer define al aburrimiento como «el vacío de una voluntad desocupada». Me paree que esto no solo se refiere a la condición de estar desocupado, sino a la de «no tener ganas de nada». Pero no porque no haya nada que hacer, sino porque de cierta forma existe la consciencia de que las cosas no aplacan lo único que importa; las cosas «nos dejan vacíos», no ofrecen nada, nos abandonan en soledad con lo único esencial, que es a la vez lo más insoportable: la carga de la existencia. El aburrimiento, en este sentido, es algo que se extiende hasta las raíces de nuestra existencia misma. No solo sentimos una «falta de volición por estar desocupados», sino que sentimos que —aunque estemos ocupados, aunque estemos rodeados de cosas—, todo nos deja vacíos.

El aburrimiento también guarda una cercana relación con el tiempo, pues, como diría Schopenhauer, en cuanto nos sentimos presos de este vacío de la voluntad, «se nos hace imperioso algún pasatiempo».[3] Esto es, el tiempo transcurre de una manera distinta cuando estamos aburridos; precisamente, la palabra alemana para aburrimiento —«langeweile»— denota un permanecer, un durar peculiar: «pasar un largo rato». ¿Qué quiere decir, entonces, que el pasatiempo sea la forma de confrontar al aburrimiento? Como el término indica, el pasatiempo es un modo de «hacer pasar el tiempo». Pero no es solo es eso, sino que, con el aburrimiento, el tiempo se hace largo. Queremos, pues, hacer que transcurra más deprisa.

Pienso que esto nos dice algo interesante sobre la forma de habitar la cotidianeidad en el mundo previo a la pandemia: por un lado, las ciudades modernas son espacios abrumadores, tan repletos de cosas que «dejan un vacío»; por otro, son espacios de «aceleración», de inquietud y movimiento constantes. Ambas cosas tienen una relación con el aburrimiento, pues a veces la inquietud y la aceleración culminan en la demasía; y a veces alivian el «pasar un largo rato».

En el confinamiento, el movimiento y la inquietud constantes están de cierto modo suspendidas, aunque hay quienes aún sienten un impulso de híper-productividad. Pareciera que los pasatiempos tampoco son suficientes, y que ahora lo que abruma son las distracciones digitales. Algunos días pasan rápido, mientras las semanas parecen durar meses. Aparentemente, nunca notamos cómo la rutina y la interacción social proveen estructura y estabilidad en nuestra percepción del tiempo. Los días se desbordan unos sobre otros.

La incertidumbre provoca una nostalgia por la vida antes de la pandemia, y a la vez una profunda ansiedad ante la idea de salir de esta extraña pausa. De pronto, los intercambios y los detalles más banales e insignificantes de la cotidianeidad parecen anhelos utópicos. Twitter, Facebook, Netflix… nada parece aligerar el extrañamiento.

¿Podría el confinamiento ser un punto de partida para repensar la necesidad imperiosa de «hacer pasar el tiempo»? ¿Podríamos abrazar de cierta forma la quietud, el silencio, el vacío, y dejar de negar el aburrimiento? Quizá sea una buena oportunidad de, como diría Luigi Amara, «recoger los escombros de la falta de sentido y levantar con ellos una nueva escuela del aburrimiento».

[1] Baudelaire, Vida de José Delorme, en Baudelaire y Millán Alba, Pequeños poemas en prosa; Los paraísos artificiales. p.15. 

[2] Schopenhauer y López de Santa María, El mundo como voluntad y representación. p. 122. 

[3] Schopenhauer et al., El mundo como voluntad y representación. p. 339. 

 

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Simha Harari Cheja