El presidente Petro Buendía

Este terrenal Aureliano Buendía, el Petro de carne y hueso, ya está tan curtido en debates y en alianzas, ha respirado tanto entre camionetas Toyota, hombres musculosos de gafas oscuras y sillas del Capitolo, ha llenado tantas plazas públicas, que quizá debajo de esos vestidos portados con elegancia se esconda la piel escamosa de un estadista.

Sátira - Política

2022-02-21

El presidente Petro Buendía

Columnista:

Julián Bernal Ospina

 

Cuando le pregunten a Gustavo Petro a quién escogería como su principal opositor, alguien que para él esté a su altura intelectual y moral, él sin duda responderá: «El único que puede enfrentarse conmigo se llama Gustavo Petro». Sin embargo, como es un sujeto brillante y un estratega, responderá con una suerte de acertijo, diciéndolo sin decirlo, sugiriéndolo apenas: «Será el candidato cuyo nombre no es el suyo sino el de todo un pueblo». Ese, para él, sería el caso solitario en que un dirigente sea superior a sus dirigidos. En algún momento tal vez nos insinúe que Gaitán le robó ese discurso cuando tuvo un sueño con él en la víspera de su asesinato, o que, en realidad, García Márquez estudió en el mismo colegio en donde él había de hacerlo, en la fría Zipaquirá, y no al revés.

Según esto, no estaría de más que Petro pensara que el nobel tomara el apodo de su alias cuando era guerrillero: Aureliano. Aún más: quién quita que la historia del coronel Aureliano Buendía sea la transcripción de la de Petro, con sus 32 guerras perdidas y su soledad sin amor en la vejez, puliendo lenta y continuamente pescaditos de aguacate un mediodía caribeño de aire denso. Petro Buendía, pródigo en batallas y en amores, solo podría comparar el número de su descendencia democrática –a cada mujer le corresponde una bendición– con el número de sus votos regados, como si quisiera ganar la presidencia con los que sumen sus hijos y los hijos de sus hijos. De tal suerte que así sería Petro Buendía el nombre de todo un pueblo, porque en ese caso miles llevarían sus apellidos.

Está por verse este final novelesco, solo para alguien que ha vivido tantas vidas y tan interesantes, en las sombras y en las claridades. Aunque, para él, estimo que la suya ya sea hace tiempo una historia escrita en los libros de los pleonásticos cambios históricos. No por nada el nuevo nombre de su movimiento, el Pacto histórico –antes Colombia humana, y antes Polo, y antes, y antes–, con sus sílabas rimbombantes, pretenda dividir en dos la historia colombiana, y todo el que participe en él se convierta, automáticamente, en un abanderado de la pe: paz, patria, pueblo, Petro; y, el que uno, en un seguidor de la u: usura, úlcera, ubérrimo, Uribe. Por todo lo cual, subestimado por la mayoría de sus contradictores, camina y habla, saluda y debate como si ya fuera el personaje principal y protagonista de una obra que se titule Historia política de Colombia.

Como si ya fuera presidente. En cualquier caso, será cuanto menos interesante volver a ver a un presidente que se había preparado para ser presidente, y no una especie de presentador parlanchín (un presidentador) que parece existir con un formato preestablecido. Este terrenal Aureliano Buendía, el Petro de carne y hueso, ya está tan curtido en debates y en alianzas, ha respirado tanto entre camionetas Toyota, hombres musculosos de gafas oscuras y sillas del Capitolio, ha llenado tantas plazas públicas, ha sido objeto de tantos titulares, ha hecho tantas alianzas del ajedrez político –pensando siempre que es quien mueve las fichas y no una ficha movida por otro–, que quizá debajo de esos vestidos portados con elegancia se esconda la piel escamosa de un estadista. Para serlo, solo hay una condición: ser un político inteligente capaz, física, intelectual y sagazmente, de responder a los movimientos de la realidad política. Tal y como el coronel Aureliano Buendía lo hubiera hecho si hubiera ganado aunque fuera una guerra.

 

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Julián Bernal Ospina
Soy por vocación escritor. Trabajo como escritor freelance. Escribo ficción y no ficción. En no ficción, sobre temas políticos y culturales. Para mí la escritura ha sido una forma de encontrarme, y una forma de involucrarme con la humanidad de los otros. Tengo un blog en el que escribo sobre literatura en la coyuntura: julianbernalospina.com. Me preocupa sobre todo la imaginación. Defiendo la idea de que la literatura es un lugar de riqueza y sensibilidad humana que toda persona tiene el derecho de vivir.