En tiempos de polarización y cinismo institucional, la apuesta más radical es construir comunidad: medios pequeños con grandes comunidades que amplifican liderazgos desde los márgenes.
Una reflexión de Laorejaroja para Democracia Viva 2025, con el apoyo de Asuntos del Sur.
En un continente donde la política institucional dejó de convocar y los algoritmos prefieren que peleemos, volver a encontrarnos no es nostalgia romántica: es supervivencia colectiva. Los medios alternativos lo sabemos bien. No somos grandes emporios mediáticos ni nos respaldan multinacionales, pero construimos una comunidad que sí cree que otra forma de narrar lo político —más honesta, más cotidiana, más nuestra— es posible.
Mientras los titulares se reparten entre escándalos y trinos de los mismos con los mismos, hay algo mucho más potente ocurriendo: liderazgos feministas, comunitarios, juveniles, indígenas, rurales, populares que toman la palabra. No esperan permiso: se organizan, cuidan, resisten y comunican. Y ahí es donde los medios nativos digitales jugamos un rol clave: amplificar, traducir, sostener. Ser un altavoz que también escucha.
Más del 60 % de la ciudadanía latinoamericana desconfía profundamente de partidos, parlamentos y gobiernos, según datos de Latinobarómetro y Statista. La desconfianza también se extiende hacia los medios tradicionales, percibidos como parte del mismo sistema que reproduce exclusión, mentiras, estigmas y concentración del poder.
En paralelo, los algoritmos que premian lo sensacionalista y desplazan la deliberación democrática, convirtiendo la esfera pública en un tablero de datos administrado por corporaciones extranjeras. El resultado: ciudadanos reducidos a audiencias, democracia reducida a clics.
La región enfrenta hoy más de 300 proyectos regulatorios sobre inteligencia artificial, la mayoría sin transparencia ni control ciudadano. Casos como el SINE en Brasil o el sistema Alerta Niñez en Chile ilustran lo que pasa cuando algoritmos deciden sobre empleos o protección infantil sin supervisión democrática: se multiplican sesgos, se vulneran derechos, se profundizan desigualdades.
El riesgo no es abstracto: un tercio de la población latinoamericana vive en países con espacio cívico cerrado o reprimido y menos del 5 % en contextos abiertos. Sumemos a eso la exclusión digital de millones y el cóctel es claro: si no nos organizamos, la democracia puede terminar en manos de cajas negras tecnológicas y gobiernos complacientes.
Aun con estos riesgos y problemáticas, sin las redes sociales, ejercicios como el nuestro no habrían nacido. El algoritmo, bien manejado y estudiado, también ha permitido que otros medios intervengamos en la discusión pública y disputemos la atención de la gente.
Y de ahí parte la otra cara: liderazgos comunitarios, feministas, populares y juveniles que disputan la captura digital y política desde abajo. No solo denuncian lo que falla, sino que inventan prácticas que restituyen agencia: huertas como actos de soberanía climática, colectivas que usan tecnologías libres para defender la privacidad, radios comunitarias que devuelven la palabra a territorios silenciados, redes de cuidados que sostienen la vida frente a la precariedad. Esos liderazgos nos recuerdan que el poder de encontrarnos está en lo cotidiano: en reconocernos, dialogar en la diferencia, sostenernos en comunidad.
Para LaOrejaRoja, encontrarnos también es nuestra práctica editorial. Mientras los grandes medios compiten por audiencia, nosotros preferimos hablar de comunidad. No queremos 10 millones de seguidores mudos; preferimos 100 que comenten, corrijan, propongan, se encuentren. Nuestra apuesta no es alimentar la lógica del algoritmo polarizante, sino contradecirla: ofrecer periodismo que no infantilice a quien denuncia, que priorice el contexto antes que el escándalo, que escriba pensando en la abuela, la vecina, el parcero y la profe que no están en Twitter pero sí en la vida real. Comunidad es tener espacios para disentir con responsabilidad, para abrir micrófonos, para narrar sin simplificar.
En nuestras coberturas no vas a encontrar “los dos lados” de un feminicidio, ni tibiezas frente a discursos de odio; pero sí vas a encontrar análisis con fuentes, opinión responsable, contexto histórico y espacio para la crítica (incluso la que viene hacia adentro). Porque comunidad también es tener desacuerdos.
Por eso decimos que nuestro medio es pequeño, pero nuestra comunidad es grande. Grande en diversidad, en inteligencia colectiva, en afecto. Nos lo recuerdan cada día quienes nos escriben, nos critican con cariño, nos mandan datos, nos proponen temas.
Creemos, como nuestros aliados de Asuntos del Sur, que recuperar lo público no es trámite de reforma: es un gesto cotidiano. Es dejar de delegar y empezar a encontrarnos. Es entender que los medios también pueden ser espacios de participación, no solo de consumo. Que la información no es un fin, sino un punto de partida para la acción.
Que esta columna circule como parte de Democracia Viva 2025 no es casualidad: buscamos amplificar una conversación regional que ya existe. Entre el 15 y el 19 de septiembre, tres medios del Sur —Argentina, Guatemala y Colombia— publicamos en simultáneo para decir, con acentos distintos, que el poder de encontrarnos cambia destinos. Y sí, también queremos que te metas: que conozcas Código Común, que compartas este texto, que lo discutas, que lo contradigas si hace falta. Porque una democracia viva no se mide por la unanimidad, sino por la vitalidad de sus desacuerdos.
#DemocraciaViva2025 — Nos vemos en la plaza, en el feed y en la próxima asamblea. Ahí donde el nosotros vuelve a tener sentido.