El complique de escribir

Escribir es un compromiso para con nosotros mismos, porque representa las intenciones que podamos tener, ya sean las más honestas o las más pretenciosas.

Opina - Arte

2020-09-01

El complique de escribir

Columnista:

Jonathan Franswa Cardona Gamas

 

Escribir es de todos los asuntos, el más delicado. Escribir a parte de desnudar el alma, que a veces está oculta incluso para sí mismo, te deja expuesto a la mirada de los otros, como vulnerable, y peor aún, como «caracterizable». Pero, escribir también es delicado porque deja huellas de las personas que quizás fuimos un día; personas que quizás queramos olvidar, aunque siguen ahí a la sombra de algún recuerdo. Al fin y al cabo todos tienen derecho a tener sus secretos, sin embargo, la opinión no fuera problema si no fuera pública, tal como le pasó a la conocida apneista colombiana. Entonces, escribir termina siendo realmente un importante compromiso consigo mismo.

Desde los comienzos de este agitado y acelerado siglo, la gran mayoría de personas, o al menos las que han tenido la oportunidad de pertenecer a alguna red social, se han convertido en escritores. Y tal vez nadie lo quiso, pero todo el que escribe en una red social encuentra alguien que lo lee. Y uno se expone, así sea en una palabra o una imagen, para que lo miren; para de alguna manera y con algún fin, generar un impacto en el otro. Sin embargo, estas redes se volvieron un cúmulo de palabras que a lo largo del tiempo exponen lo que somos a partir de lo que hemos sido, es decir, a partir de eso que hemos querido mostrar en algún momento de la vida. Hay quienes afirman que tales algoritmos nos conocen más que nosotros mismos.

Ahora bien, escribir es un compromiso para con nosotros mismos, porque representa las intenciones que podamos tener, ya sean las más honestas o las más pretenciosas. Pero, sin las preguntas adecuadas tales propuestas terminarían siendo enredaderas en el fondo de un lago que nos pueden atrapar en algún momento de la vida y quizás nos ahoguen. Con dicha precisión entro en materia de lo pretendido en dicho artículo que, por supuesto, no deja de ser una opinión, y es pensar cuál es la voz del que escribe (ya aclaré que la mayoría somos escritores); y si ese impulso a teclear es realmente una intención propia.

Para tener una voz propia, como primera instancia, es necesario ver a través de los ojos propios. Allí es donde la pendiente se hace más empinada. Y es más empinada porque tenemos la obligación de preguntarnos cuáles son las cosas que mueven mis propias pasiones; si son mías porque las razono y en realidad las veo, o son de otros porque las veo a través de los ojos de otros. A partir de aquí se debería empezar por la pregunta: «¿por qué hago lo que hago?» y esto derivará en una serie de cuestiones, que bien realizadas, lograrían que la acción a cometer deje una huella que por lo menos para sí mismo no se convierta en una sombra de la que se quiera huir.

Si tener una voz propia es dependiente de ver a través de los ojos propios; ver por los ojos propios es dependiente de saber escuchar. El problema es que para escuchar se debe saber callar, y nuestras pretensiones de jóvenes emprendedores no nos permiten en muchas ocasiones momentos silencio. Por eso somos jóvenes de lamentos y sin fundamentos que vamos acarreados por el exceso de información que nos empuja a todo menos a tener una voz propia.

Ahora es que es importante más que saber para donde vamos, saber qué estamos haciendo, qué discurso nos está moviendo y cuál es esa influencia que nos somete a un continuo desarrollo de ideas que ni nos pertenecen. Para así encontrarnos con los yo y los otros más próximos y lograr acciones que nos hagan personas realmente optimas con nosotros mismos y con los otros.

Escribir, termina siendo ese análisis que los dedos hacen de nosotros mismos. Y puede dar la imagen que en realidad somos o tal vez una imagen errónea. Al publicar podemos terminar siendo de esos que siguen o son seguidos, que son incomodados o que incomodan, pero finalmente siempre dejará una huella que valoremos o que queramos ocultar.

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Jonathan Franswa Cardona Gamas