Democracia a precio de tamal

Opina - Política

2017-08-22

Democracia a precio de tamal

«(…) la libertad no es algo preexistente que se trata de proteger; es una facultad que es necesario conquistar».
Georges Burdieau

La democracia, como régimen político prevalente en la mayoría de países del mundo actualmente, ha demostrado que sus más profundos principios representan, a su vez, su mayor debilidad. Esto es algo que va más allá de la discusión académica sobre los laberintos de la democracia, sus fronteras o perspectivas; tiene que ver con la apropiación que del sistema hemos hecho los colombianos a lo largo de la historia, con la manera como hemos corrompido el sistema hasta lograr su inefectividad para salvaguardar el bien común, permitiendo que sea usado para privilegiar los intereses particulares de minorías particulares (para después quejarnos de ello), la forma como los actores políticos que aspiran al poder explotan las condiciones adversas del país para vender soluciones mesiánicas y la incapacidad de la institucionalidad para resguardar el Estado de derecho.

No digo que el régimen democrático sea perfecto y represente la última frontera de la esperanza humana para alcanzar la libertad y la igualdad (aunque prefiero la equidad) que tanto se han pregonado desde la época de Montesquieu, John Locke o J.J Rousseau (incluso en la época del honesto Lincoln), tampoco considero que se debe iniciar una colosal batalla por reemplazarlo; sencillamente considero que no es apropiado ni justo culpar íntegramente al sistema de la corrupción del sistema político colombiano.

Sería como considerar que la pólvora es la única responsable por los miles de millones de muertes que ha ocasionado dicha sustancia utilizada como elemento propulsor en los proyectiles disparados por armas accionadas por el hombre; en este caso no se trata del elemento en sí, se trata de la manera como el hombre corrompió el principio fundamental de su creación: festejar y alejar a los malos espíritus.

La mayoría de los colombianos (como en muchos otros países del mundo) hemos visto que el negocio de empeñar nuestra libertad e incluso nuestra soberanía popular, rinde excelentes resultados a nivel individual; nos facilita la toma de decisiones y de paso nos permite obtener beneficios en el corto plazo

¿Y qué pasa después del sancocho, después de la rumba con el candidato, después de la teja o el mercado? Nuestra capacidad de reflexionar sobre estos aspectos se ve influenciada de manera negativa por la satisfacción de las necesidades y deseos inmediatos sin la consciencia de lo que en el largo plazo y a nivel colectivo puede representar depositar un voto por un candidato basado en el raciocinio de la recompensa fácil.

Por otro lado están los actores involucrados en el ejercicio político y quienes aprovechan las condiciones más adversas de la población para, en muchos casos, orillarlo a renunciar a su libertad de participar y tomar decisiones por nuestra propia cuenta. Es así como se presenta otra forma en que nuevamente los principios básicos de libertad, igualdad y participación son vulnerados y orientados en favor de la meta política del candidato.

Así, condiciones de pobreza, analfabetismo, deficiencias en la infraestrucutura comunitaria, falta de acceso a los servicios básicos de salud, entre otros aspectos, se convierten en la puerta de entrada para las acciones y discursos populistas, mesiánicos y caudillistas que avivan la esperanza de los ciudadanos y nos llevan a aferrarnos a hologramas políticos.

Finalmente está la institución, incapaz de garantizar que el Estado de derecho no sea una frase de un simple párrafo en un documento que casi nadie respeta: La Constitución. Esto lo digo porque más allá de los controles técnicos, propios de la burocracia política, que se aplican para determinar si un candidato es apto o está habilitado para aspirar, no establece unas normas claras frente al ejercicio proselitista de los políticos.

Las restricciones en función de los actos propagandísticos y de campaña se limitan a un control de garantías que no contempla las pautas para que los ciudadanos no sean víctimas de la compra de votos o de compromiso electoral a cambio de un trabajo temporal en la campaña, el intercambio de dádivas como mercados, trago, tejas, entre otras conductas que atentan contra la dignidad del pueblo y que se traduce en la constante actitud de subestimar su verdadero poder.

Sería maravilloso que ahora que estamos ad portas de una nueva contienda electoral, en uno de los momentos históricamente más relevantes de nuestra historia, los colombianos entendamos de una vez por todas que nuestra soberanía no se compra con un tamal.

 

Juan Sebastián Longas
Estudiante de Comunicación y Relaciones Corporativas de la Universidad de Medellín, con estudios en cultura política y redes sociales. Amante del debate y la opinión.