Del ‘Matarife’ y otros demonios

Hay un determinador principal de los ríos de sangre que han multiplicado su caudal en los últimos 30 años y que han bañado, sin compasión, cada rincón de nuestra patria.

Opina - Política

2020-06-13

Del ‘Matarife’ y otros demonios

Columnista:

Diego Luis Amaya

 

Sin lugar a dudas, en todo un acontecimiento se ha convertido la emisión de la serie ‘Matarife’: Un genocida innombrable, no solo por la cantidad de visitas y reproducciones a través de las redes, sino porque se ha suscitado toda una controversia alrededor de la misma.

Muchas voces y letras a favor y en contra por parte de simpatizantes y contendientes de la doctrina del protagonista de la serie: él, el innombrable. A propósito de los cortos, pero sustanciosos capítulos emitidos hasta el momento, quiero a través de mi escrito hacer una breve analogía con el caso de otro demonio, otro genocida, llamado Adolf Eichmann, un criminal austriaco-alemán de alto rango en el régimen nazi hallado culpable de crímenes contra la humanidad por los tribunales de Israel, en un juicio que comenzó en abril de 1961 y culminó con su sentencia de muerte el 31 de mayo de 1962.

Vale la pena traer a colación esta historia, pues guarda ciertas similitudes —al menos yo las encuentro—, con nuestra propia experiencia y parte de un artículo escrito por el abogado y periodista argentino Matías Bauso, titulado, Las tenebrosas horas finales de Adolf Eichmann, el “arquitecto” del holocausto.

En principio me llama la atención la descripción que hace Bauso sobre lo que quedó de la figura del terrible genocida nazi al momento de enfrentar su juicio: “La fiera apresada, el genocida feroz, resultó ser débil, sin ningún brillo intelectual, de una lógica gris y confusa, un ser mediocre”. En la historia reciente de América Latina ese mismo cuadro nos lo ha pintado la justicia peruana, al dejar ver en exactas condiciones a Alberto Fujimori enfrentando ante sus autoridades los cargos por los crímenes de lesa humanidad que cometió durante su mandato en nombre de la democracia. ¿Será entonces ese el final que le espera a nuestro genocida innombrable? 

Tal vez tengamos la posibilidad de ver a través de los medios independientes, que no son abyectos y simpatizantes de la doctrina sangrienta del uribismo, a un hombre sentado frente a los tribunales de justicia, quizás como narra Bauso, a un catatónico Eichmann: “indiferente, escuchando las acusaciones, los cargos y cada una de las declaraciones de los testigos, sin mirarlos siquiera una vez, absorto en sus pensamientos o rebuscando entre sus papeles alguna respuesta fatua y poco convincente”.

Es posible que lo veamos escuchando cada uno de los cargos y los relatos de los sobrevivientes que quedaron del accionar de esa corporación bélica legalizada y escondida a través de un partido político, sin expresar emoción alguna, del mismo modo que Eichmann confrontó su juicio y, muy seguramente, sus adeptos lo seguirán describiendo como “frentero”, sin importar el cuadro desconfigurado de su personalidad ante el tribunal que le competa juzgarlo; eso sí, en la medida en que los jueces, bien sea de la honorable Corte Suprema de Justicia, la Justicia Especial para la Paz (JEP), e inclusive la misma Corte Penal Internacional, tengan el temple y el talante de no someterse a las presiones políticas y que no pierdan de vista jamás el objetivo principal del proceso: establecer la culpa del acusado y la medida de esa culpabilidad, tal como fue el comportamiento del tribunal israelí que juzgó y condenó al genocida alemán y que nos describe el periodista argentino en su historia.

En Colombia llevamos mucho más de 60 años de historia violenta, millones de litros de sangre se han derramado a lo largo y ancho de nuestro territorio y esos oscuros acontecimientos siempre han tenido protagonistas; a un lado identificados y reconocidos “bandoleros”, “terroristas”, vagos desgreñados y mal olientes, se enfrentan a los del otro lado; “la gente de bien”, “doctores bonitos”, vestidos con Yves Saint Laurent y olorosos a Krizia Uomo, en una lucha fratricida por el poder y el dominio de las Fuerzas Militares para sostenerlo, que las involucra indefectiblemente y encierra dentro de una pirámide en la que se distinguen los altos mandos, adoctrinados solamente para entender que el “orgullo, el honor y la lealtad militar” se consiguen siendo fiel a los principios y antivalores de quienes desde sus poltronas dan la orden de apretar el gatillo y, los que sin otra opción más que la del yugo de la obediencia, salen a los campos a dejar su piel ensangrentada convencidos de que ese orgullo, honor y lealtad, tienen un valor que se traduce en el permiso del fin de semana.

En la serie ‘Matarife’: Un genocida innombrable, su autor, el abogado penalista y periodista Daniel Mendoza, intenta a través de su narración gráfica demostrar el nexo de causalidad y culpabilidad del expresidente y hoy senador de la República, Álvaro Uribe Vélez, como determinador principal de los ríos de sangre que han multiplicado su caudal en los últimos 30 años y que han bañado, sin compasión, cada rincón de nuestra patria. Es así como en el segundo capítulo invoca a Claus Roxin, un destacado abogado alemán, estudioso del derecho penal y tratadista referente en esa materia, que enseña que para ser condenado se necesita tener vinculación directa con el crimen y esa vinculación la tiene no solo quien sea el autor material del delito, sino también quien lo planee, lo determine y contrate al asesino.

De hecho, narra Bauso, que una de las grandes dificultades que enfrentaron los jueces del nazi fue precisamente desentrañar la naturaleza de esos delitos, y plantea una serie de interrogantes, entre ellos: ¿Cómo actuar con imparcialidad ante la abyección, ante lo atroz, ante los crímenes inimaginables? ¿Quién es el asesino? ¿El que empuña el arma? ¿El que da las órdenes? ¿El que obedece? ¿Dónde están los límites de la obediencia? ¿Quién es el responsable?

Finalmente, el jurado mediante una magnífica sentencia condena a Eichmann destacando en ella una frase que va muy de la mano con el enfoque del segundo capítulo de la serie en mención, y en ese sentido dijeron los jueces: “El grado de responsabilidad aumenta en la medida que nos alejamos del hombre que sostiene en sus manos el instrumento fatal”.  

 

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Diego Luis Amaya
Ingeniero de Sistemas, no me siento ni a la izquierda ni a la derecha, amo mi país y estoy convencido que el poder de la palabra es mayor que el de las armas.