Autor:
Wilmar Vera Zapata
Colombia tiene muchos récords en violencia (masacres, asesinatos de líderes sociales y ambientales, desplazamientos) pero no en asesinatos de presidentes en ejercicio. Por fortuna.
El ataque al helicóptero donde se transportaba Duque, ocurrido a finales de la semana pasada, en el que varios impactos alcanzaron a la aeronave de la FAC, recuerda que a veces el puesto viene con una carga de peligro mortal.
Y aunque el magnicidio es una costumbre tan antigua como el gobernar, nuestro país está lejos de las tristes marcas de algunas naciones donde ha hecho parte de su historia, como Francia que decapitó a su rey, Rusia que fusiló a la familia imperial, Estados Unidos que ha sepultado a cinco presidentes baleados o Chile, que desenterró del Palacio de La Moneda a su mandatario, hace casi 50 años. Ahora bien, sí se han presentado atentados y ataques, pero por fortuna, dejando ilesos a los mandatarios.
En el principio
Simón Bolívar inaugura este listado con la Conspiración Septembrina, el 28 de septiembre de 1828. En esa ocasión, al presidente-dictador (es un título, no una característica) de la Gran Colombia fue atacado en el Palacio de San Carlos y, en lugar de enfrentarse a los conjurados, decidió hacerle caso a Manuelita Sáenz, escapar por una ventana y esperar el desenlace del golpe de Estado escondido bajo un puente. La orden era asesinar al libertador a quien veían con aires de reyezuelo y tras retomar el control de la situación, se hizo un juicio sumario y se ordenó la ejecución de varios patriotas, algunos inocentes del atentado. Este hecho le dio impulso a la división de los militares políticos y facilitó la disolución de la Gran Colombia.
En el siglo XX, Rafael Reyes fue un presidente cuyo gobierno duró cinco años, de 1904 a 1909 y se caracterizó por un interés de reconciliación nacional y despunte de la economía mal trecha, tras la guerra de los Mil Días y el robo de Panamá. Sin embargo, el camino no fue tapizado en rosas. Algunos líderes de su partido, el Conservador, no estuvieron de acuerdo con algunas acciones, como cerrar el Congreso y tratar de hacer una nueva Constitución, que lo dejó en la mira de los conspiradores, primero el 19 de diciembre de 1905, cuando algunos congresistas fueron descubiertos intentando desmontarlo de la presidencia y fueron exiliados y el segundo intento, el 10 de febrero de 1906, cuando sufrió un atentado.
Ese día viajaba con su hija en su coche tirado por caballos por el sector de Barro Colorado, en Bogotá, y tres sujetos (Marco Arturo Salgar, Roberto González y Fernando Aguilar) emboscaron el carruaje y le dispararon. Por suerte, tenían mala puntería y a pesar de que huyeron, los autores materiales y algunos cómplices fueron detenidos. El 6 de marzo, a la misma hora (1:30 p. m.) fueron fusilados luego de ser hallados culpables por un Consejo de Guerra.
Golpe de Estado
En 1944 el país se encontraba en plena crisis política. Los conservadores, liderados por Laureano Gómez, hacían invivible la patria y el Gobierno de Alfonso López Pumarejo era conocido por corrupción y ataques permanentes por parte de la oposición. Además, el mandatario, en 1943, había pedido una licencia debido al tratamiento que necesitaba su esposa, María Michelsen.
El golpe se dio el 10 de julio de 1944, cuando el coronel Diógenes Gil detuvo al mandatario en una visita oficial que hizo a Pasto. Aunque estuvo preso, su vida no peligró y los conjurados no tuvieron éxito y se rindieron. Su regreso a Bogotá fue una bocanada que no duró mucho para el maltrecho segundo gobierno de López.
Otro que padeció un ataque fue Mariano Ospina Pérez, durante El Bogotazo, el 9 de abril de 1948, cuando enardecidos liberales atacaron el Palacio de San Carlos y por un momento se pensó que las fuerzas militares se levantarían contra el presidente. De ese episodio salió la famosa frase: «Para la democracia de Colombia, vale más un presidente muerto que un presidente furtivo».
Nuevas violencias
La violencia guerrillera y del narcotráfico imprimió una terrible dinámica a los magnicidios que ensangrentaron la segunda mitad del sigo pasado y los primeros 10 años de este. Como candidatos presidenciales, Ernesto Samper, César Gaviria, Andrés Pastrana, Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo Ossa, Jaime Pardo Leal, Carlos Pizarro Leóngómez y Álvaro Uribe sufrieron ataques, algunos de ellos mortales. En ese momento, la carrera por el solio de Bolívar parecía una verdadera eliminatoria.
Álvaro Uribe inauguró su Presidencia bajo una lluvia de morteros lanzados por las extintas Farc, el 7 de agosto de 2002, donde 19 personas fueron asesinadas y más de 100 heridas. Durante su mandato varios ataques con carro bombas, techo bombas y disparos generaron la idea de que sus enemigos estaban en una cacería mortal. No obstante, ‘Timochenko’ reconoció que dos de sus atentados fueron en contra de Vargas Lleras y no de Uribe.
Ahora fue el ataque a la comitiva de Duque. A pesar de que hay muchos interrogantes, al igual que con los ataques hacia Uribe, es indudable de que estas acciones en nada contribuyen a la reconciliación y a construir un país mejor. La violencia nunca deja nada bueno y se espera que los responsables sean hallados y el atentado esclarecido, no solo para que no se repita, sino para tranquilidad de la nación en general.
Como decía al principio, ningún presidente en ejercicio ha sido asesinado en Colombia. Aunque, valga decirlo, esa honrosa ventaja no se aplica con los precandidatos que, desde hace 120 años han sido emboscados, golpeados con hachas o sicariados. Ahí sí, como dicen en deportes, tenemos un doloroso puesto de liderazgo.