Colombianos, de espaldas a Colombia

No es necesario ser abogado para saber que hay en nuestro país la garantía de participar y controlar las actuaciones públicas. ¿Por qué no apropiarnos de ello?

Opina - Sociedad

2017-11-15

Colombianos, de espaldas a Colombia

Día a día los medios de comunicación nos sorprenden con nuevos escándalos que ocupan la opinión pública nacional y no hemos terminado de digerir una noticia, cuando ya nos estamos metiendo en otro drama, otro oprobio y en el mejor de los casos, otra historia.

Y es que la realidad colombiana es vertiginosa y no da tregua a pensar, cuestionar e indagar. Y es precisamente este síntoma el que nos ha llevado como pueblo a construirnos una coraza y volvernos indolentes ante lo que está pasando. Esa capacidad de volver paisajes los hechos más atroces, esa enfermedad que en algunos casos podría llamarse indiferencia, pero que en el país ya es “importaculismo”, esa convicción de que «no me importa porque no es mi problema», creer que a nosotros nunca nos va a pasar, o simplemente decir “no es asunto mío”.

Y eso, el mirar siempre los toros desde la barrera, es lo que nos ha llevado a actuar de espaldas a nuestro país. Es no solo que no nos importe lo de los demás, sino que ya llegamos al extremo de que ni siquiera la naturaleza, la biodiversidad, los animales, el erario y todo lo que es de todos, nos duele.

En muchos espacios de discusión siempre he sostenido que el escaso sentimiento de país de los colombianos, es el principal obstáculo para construir una nación moderna. Y es que el problema pasa porque ni siquiera conocemos lo que tenemos. Y esto, aplicado a todos los ámbitos de la vida nacional. Si es la cultura, despreciamos una película porque es colombiana. Si es en historia, no sabemos lo que ha pasado ni nos interesa. Si es en cuanto a los animales y la riqueza de especies que hay en nuestro territorio, ignoramos lo mucho que poseemos; tanto así, que el más maravilloso estudio sobre los pájaros en nuestro país, fue hecho por un norteamericano.

Es el colmo llegar a decir que si un artículo, por ejemplo, es colombiano, es de mala calidad. Pero caso especial merecen los dizque servidores públicos; aquellos a los que el ciudadano les confirió una tarea, un mandato que en el mejor de los casos cumplen a medias. Ellos son los llamados a proteger los recursos y a asumir ese compromiso en honor a no solo sus electores, sino a todos los colombianos. Pero su irresponsabilidad es tal, que nos parece ya normal que haya corrupción y que en la política se digan mentiras.

Es tal el cinismo de ciertos personajes de la vida nacional, que cuando desde las cortes se obra en justicia y derecho, salen a decir impunemente en los medios de comunicación, que tal o cual magistrado está cooptado o que tiene intereses subrepticios.

Y ante todas estas situaciones anómalas, el pueblo mira con pasmo y solo a algunos se les ocurre realizar marchas o hacer campañas en redes sociales que son un ruido más del momento, pero que de antemano se sabe que no conducirán a nada. Porque a la hora de un compromiso, el pueblo no está, o si está, se abstiene como pasó el fatídico 2 de octubre, que con grandes mentiras ganó la sociedad de los cínicos.

El pueblo debe movilizarse y comprometerse pero para ello, debe informarse. No tragar entero, cuestionarse y no callar. Es menester crear redes que nos unan como país, apelando a nuestro sentido de pertenencia y estando conscientes de que el poder popular es el poder supremo. Y cuando digo que hay que abogar por el amor a nuestro país, no estoy apelando a nacionalismos absurdos que tanto daño causaron en el siglo pasado. No. Lo que digo, es que el colombiano debe pensarse como miembro de un país; más allá de si es costeño, antioqueño o bogotano. Somos integrantes de una misma nación y como tal, hay que defenderla y amarla para engrandecerla.

Dispénseme el ejemplo que pongo a continuación, pero creo que es la mejor forma de ilustrar el sentir de esta columna:

Si los colombianos fuéramos tan unidos para manejar los asuntos que nos competen como Estado, con la misma fuerza, voluntad, solidaridad y cohesión con las que se manejó por ejemplo la tragedia del avión siniestrado de los jugadores del Chapecoense, seguramente tendríamos un mejor país. Que como todo el mundo habría problemas, es verdad. Pero muy seguramente, viviríamos mejor.

El caso mexicano sustenta mi idea. Creo que en Latinoamérica no hay nadie más orgulloso de su tierra que los mexicanos. ¿Por qué? Porque hay unidad de nación. Porque antes de ser de Jalisco o del DF, son mexicanos. Y no es que eso sea la quintaesencia. Es solo que unidos se enfrentan mucho más fácil las dificultades.

Insisto en una movilización popular, pero ojo que movilización no es ir a una marcha y compartir un canelazo. Una verdadera movilización popular, es aprovechar los espacios de participación ciudadana. Es robustecer el contexto académico. Es invitar a otros a pensarse como miembros de un mismo Estado. Es favorecer entornos de discusión con quienes no están de acuerdo con mi idea para engrandecer un debate. Es sencillamente saber, que el Estado no son los políticos sino que somos todos y que como es de todos, debemos luchar por protegerlo.

Las herramientas existen. Debemos conocerlas y aprovecharlas. No es necesario ser abogado para saber que hay en nuestro país la garantía de participar y controlar las actuaciones públicas. ¿Por qué no apropiarnos de ello? A algún genio de la publicidad un día se le ocurrió decir que unidos somos más. Y es tan simple como complejo. Pero me parece que en los tiempos de las redes sociales y del periodismo ciudadano, tenemos todo para hacerlo.

Un escritor colombiano dijo que el mundo estaba lleno de pequeñas revoluciones, y creo que es desde ahí que comienza todo. Hay que empezar por acciones mínimas que cambien nuestro entorno. El hecho de no consumir ciertos productos, no creerle a ciertos medios de comunicación, pueden ser pequeñas revoluciones que ayuden a esa movilización de la que tanto he hablado para no seguir dándole la espalda a nuestro país.

 

Mauricio Ceballos
Mauro Ceballos Montoya (Junnio), es abogado, comunicador social-periodista, amante de la literatura, la música, la radio y los animales. persona sensible, buen amigo, alegre y optimista. le gusta hacer las cosas bien y por eso es algo perfeccionista. no le gustan las injusticias y trata de no quedarse callado, aunque a veces es difícil. tiene la costumbre de malpensar, porque dice que así está más consciente de su realidad. por último, quiere compartir con usted, este pequeño escrito que en mucho o en parte, lo condensa todo: Puro humano. Soy juez y parte, fiscal y defensor, luz y oscuridad, ángel y demonio, egoísta y altruísta, tímido y despierto, soy la duda y la razón, lo ideal y lo absurdo, creyente y necio, trasparente y mentiroso. Soy la contradicción perfecta, humanidad pura.