Autor: Andrés Benoit Lourido
Mabiland es la amalgama del soul, del jazz y poesía de nuestro país. Un producto artístico proveniente de su misma alma.
Mabely Largacha (su nombre de pila) nació en Quibdó en diciembre de 1995, pero hizo de Medellín culpable de su sensibilidad a las palabras, del caos, melancolía y agresividad suscitada en su arte desde que llegó a esa ciudad a estudiar en el 2013.
Por aquella época participó cantando en un proyecto de su carrera en Comunicación Audiovisual. La producción de la canción fue tan bien recibida que la universidad preparó un evento de lanzamiento y por primera vez, ingenuamente, subió a una tarima con mil espectadores. Tenía entre 17 o 18 años, y ese fue el momento oficial cuando la música la enamoró.
Como la de todos, la vida de Mabely no ha sido fácil. Pero se gastó la fortuna y oportunidad que nos da la existencia para plasmar sus dudas, confusiones, identidad, amor y odio en la música.
Cuando uno la escucha se siente conocerla por dentro; la estética sonora es derivación de su humanidad.
En 2015 publicó ‘Ciclos’ un EP (Extended Play, un formato de grabación musical) con cinco canciones compuestas por sentimientos ambiguos; odios y oscuridad. Yacía la evolución y restauración de su próximo proyecto: ‘1995’, un álbum que narra sensaciones. «Realmente quería entregar un pedazo de mí», dijo Mabiland respecto a ‘1995’.
Este disco es su historia desde que nació en el Chocó; la evocación de su pasado y presente, una reminiscencia de su vida personal en diez canciones y 35 minutos con 32 segundos.
“Empecé a buscar más de mí, lloré un montón antes de escribir los temas. Pensaba: haga terapia con usted, mírese al espejo, llore, parche con sus amigos«. Concluyó.
El pasado 7 de septiembre fui a verle su show; es una mujer explosiva y apasionada con lo que canta. Las líricas no exponen pretensiones, sino una clara honestidad de su vida y contexto mezclado con sonidos ambiente como conversaciones y ruidos urbanos. El 19 de octubre volverá a sonar en la Fundación Gilberto Alzate Avendaño en la nostálgica Bogotá.
Mabiland se trajo el soul, jazz, rap y blues de Estados Unidos para mezclarlos con la cruda y hermosa Colombia.
«Esto va a sonar muy cliché, pero ¿qué más poesía que la vida misma? Golpearse es bonito también, no voy a negar que tengo cierto amor por Girondo, y que Gabo (Gabriel García Márquez) me hizo entender el realismo mágico en el que vivimos en Colombia», afirmó.
La vida no es fácil. Parece música. Caótica por la locomoción en las ciudades, falsetista por las injusticias que ha marcado la historia de todos los tiempos. A veces, hay improvisación como un jazz y gozo para bailar las noches de fines de semana como si fuera salsa. La vida es como un bemol alterándose con frecuencia. También es ausente cuando viene la muerte y quiere ser reina del silencio. Es incierta, compleja. Respira la alegría del folklore, suspira la melancolía del blues y libera la euforia del rock.
La música es el reflejo del contexto como decía Aristóteles; Mabiland es un ejemplo de que tenemos la necesidad de crear arte y reflejar nuestra sociedad. De nuestra absurda Colombia hace poesía con sonidos.
Bien lo dijo Caicedo: «¡Qué viva la música!».
Foto cortesía de: Radiónica