Bogotá y la anarquía en movilidad

No hay afán ni excusa que valga para aceptar lo mal que nos movemos en Bogotá.

Opina - Sociedad

2018-01-19

Bogotá y la anarquía en movilidad

Bogotá es ese lugar donde todo lo que no se debe hacer en cuestión de movilidad y tolerancia en las vías se hace y se interioriza.

Es pan de cada día ver a los distintos actores de las vías en Bogotá manoteando, discutiendo, agrediendo e irrespetando al otro con el que comparte el trayecto. Peatón con peatón, ciclista con ciclista, conductor con conductor, taxista con taxista, busetero con busetero, motociclista con motociclista, taxista con ciclista, peatón con motociclista y así se va construyendo, he ahí la paradoja, el caos y el desorden en el tráfico de Bogotá.

Habría que decir que todos, sin excepción alguna, han olvidado (por conveniencia, afán o ignorancia) los manuales de tránsito y la reglamentación del uso de las vías en general. Los motociclistas y los ciclistas resultan transitando por todos los carriles menos por el derecho, hay quienes van campantes por toda la mitad del carril para adelantar, es decir, el izquierdo. Ahí un primer problema. La mayoría de conductores olvidan que los carros tienen una herramienta bastante práctica para avisar hacia dónde van a girar o si van a estacionar. A muchos nos toca adivinar que van a detenerse o que van a girar, inclusive hay quienes avisan que van a girar a la derecha y terminan por tomar la otra derecha, es decir, la izquierda. He ahí otro ( y quizá uno de los más frecuentes) problema.

También encontramos a conductores que aún con campañas pedagógicas y todo el cuento, no respetan las cebras y obstaculizan el paso de peatones o quedan en medio de una vía debido al trancón, generando así un taponamiento de la vía paralela y por ende, generando más retrasos.

Pero los peatones tampoco se salvan. No utilizan las cebras ni los puentes peatonales. Caminan tranquilos en medio de las ciclorutas y “pasan como Pedro por su casa” un semáforo en verde, generando así el molesto ruido del automóvil que, con todo el derecho, pita con ahínco tras la imprudencia del peatón que no espera a que el semáforo se ponga en rojo.

Pero claro, también hay casos donde los conductores, entiéndase los de carros particulares, taxis, buses y demás, “le echan el carro encima” a peatones que intentan cruzar una calle. No hay respeto por los reductores de velocidad y así mismo olvidan que la prioridad la debe llevar el peatón. Quizá por eso algunos peatones creen que pueden atravesarse en una calle. Tienen el derecho de pasar sin ser amenazados, pero tampoco hay que abusar de ese derecho.

El problema, que más allá de incumplir ciertas normas de tránsito, está en la incapacidad de nosotros los bogotanos en entender que en lo público todos tenemos responsabilidades. La forma en que usted o yo manejamos afecta al que va adelante, atrás y a los costados. Muchos creen que lo obvio es igual para todos, y resulta que en un caso como la movilidad, todos debemos jugar con la intención del otro por descabellada que pueda parecer, pues al dar por hecho X o Y decisión suceden accidentes con resultados que pueden ser fatales.

No hay afán ni excusa que valga para aceptar lo mal que nos movemos en Bogotá. Infortunadamente en este espacio también termina reinando la ley del más vivo, el que no hace la fila como todos los demás sino que hace mil y un maromas para sacar ventaja; o aquel que considera que es el dios del tránsito y pasa por encima de todo el mundo o se molesta porque no lo dejaron pasar. La movilidad también se volvió una lucha de egos, una competencia innecesaria y malsana por demostrar cuál es, supuestamente, el mejor conductor por ser avispado y no por respetar los turnos, los espacios y los derechos que tienen los demás al compartir una misma vía.

Pongamos direccionales, para algo están. Si somos ciclistas indiquemos con la mano hacia dónde vamos a girar, evitemos que el que va a atrás nos choque porque creemos que es evidente nuestro movimiento. No seamos imprudentes, egoístas y afanados. En un trancón donde se unen dos calles dejamos pasar un carro por calle, así seguramente contribuimos a disminuir el tiempo del trancón y también vamos aprendiendo que los atascos no solamente son culpa del colapso de las vías sino de la manera en que hemos llegado a usarlas.

Respetemos al peatón, al ciclista, al motociclista, al conductor particular o de servicio público. No nos molestemos si nos dicen la verdad. Y esto último aplica para todo, pues si algo nos falta a los colombianos en general es tener el suficiente valor para aceptar el error. No es que el otro sea “sapo”, es que si el otro nos hace caer en cuenta que somos parte del problema, es mejor aceptar y empezar a remediar la situación.

 

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Andrés Osorio Guillot
Estudiante de filosofía y letras. Interesado en reconstruir historias y narrar al país desde el periodismo. Trabajo temas en cultura, sociedad, memoria, conflicto y literatura.