Mientras acabamos la guerra domestiquemos la corrupción

Opina - Sociedad

2017-02-19

Mientras acabamos la guerra domestiquemos la corrupción

Después de una agitada carrera por refrendar el acuerdo de paz que firmó el Gobierno de Colombia con las Farc, aparecen en el panorama político nuevos problemas -nuevos en sentido figurado- pues siempre han existido, solo que nunca les prestamos atención, entre ellos, el dolor de cabeza de todos los colombianos: LA CORRUPCIÓN, un gigantesco monstruo que carcome lentamente el erario, con enormes mordidas que ante nuestros ojos permisivos se hacen pequeñas.

Así pues, es necesario recordar que la corrupción contrario a lo que hoy se piensa, no es consecuencia de la guerra, sino una de sus causas, por eso, atacando de raíz la corrupción, cientos de miles de problemas que hoy por hoy aquejan al país encontrarán la luz al final del túnel. Pero no es nada fácil acabar con este monstruo gigantesco, la solución está más allá de quejarnos por redes sociales, el remedio a este problema requiere una mirada institucional, pues todo comienza en el desorden mismo del Estado colombiano, así, queda en evidencia que la Constitución política ni siquiera compila de manera concreta normas sobre la administración pública, mostrando una vaguedad al respecto, sin contar el amplio poder con el que cuenta la rama ejecutiva respecto de las otras ramas vulnerando así el principio de la división de poderes.

En ese orden de ideas, con este evidente desorden institucional, las reformas que busquen «acabar» -aunque por ahora no sea posible- con la corrupción, serán en vano, será casi como pedalear sin cadena, máxime mientras las prácticas clientelistas persistan descaradamente y vayan quedando atrás, cada vez que un nuevo escándalo aparece, se olvida el anterior, y así llevamos dos siglos en este círculo vicioso, votando y olvidando. Eso explica por qué en los anaqueles de la historia colombiana, solo aparecen los mismos apellidos de siempre.

Ahora bien, dejando un poco de lado el desorden institucional, es preciso resaltar otra de las tantas fuentes que alimentan este monstruo de la corrupción, ni más ni menos que nosotros: los ciudadanos, y precisamente lo somos porque nosotros los elegimos. No es la política la que hace que un candidato se convierta en ladrón, sino que son nuestros votos los que convierten a un ladrón en político. Todo ello ocurre por la pésima cultura política y electoral que tenemos los colombianos, creemos que un candidato que regala mercados es un buen político, pero no nos atrevemos a dudar de un candidato que propone cosas imposibles, al contrario, le creemos y lo elegimos.

De tal suerte que, la módica suma de 25 billones de pesos que anualmente salen del rubro presupuestal en forma de dádivas, prebendas, entre otras tantas ingeniosas modalidades, representan casi la misma cantidad que el presupuesto del Ministerio de Defensa, dejando en evidencia, -una vez más- que la corrupción es más costosa que la guerra.

 

Caricatura de Matador para EL Tiempo

Así las cosas, si bien el acuerdo con las Farc no representa una paz completa, domesticar la corrupción no significa acabarla, por lo menos no en un futuro cercano, es una tarea titánica, que implica depurar toda la administración pública nacional, nada fácil. Es cierto que acabar con la corrupción suena bonito, pero de nada sirve perseguir a los corruptos si el sistema sigue fomentando esta horrorosa práctica, por ello, es necesario buscar soluciones a fondo y no simples pincelazos que embellecen el panorama, mientras todo sigue igual.

Soñar con un gobierno transparente es una utopía que si bien parece lejana no es imposible, depende en gran medida de nosotros, de nuestra forma de ver la política y de nuestra manera de votar. Mientras el voto sea una mercancía, la corrupción será el pan de cada día.

Juan Diego Medina
Columnista, analista y optimista. Política y amor por una Colombia mejor. Pedagogía para la paz. Sueño con un país en donde quepamos todos; lo lograremos.