Y en Nicaragua, Daniel Ortega, haciéndose el sueco…

Desde el inicio de las protestas hace un año, exactamente desde el 18 de abril del 2018, la comunicación entre el pueblo y el mandatario Daniel Ortega se volvió insostenible.

Opina - Internacionales

2019-05-01

Y en Nicaragua, Daniel Ortega, haciéndose el sueco…

El sacerdote Ernesto Cardenal, uno de los grandes poetas hispanoamericanos de todos los tiempos, escribió un cuento –el único perpetrado por su mano- que se titula, lacónicamente: “El sueco”.

En el cuento, que es, de lejos, uno de los más antologados de la literatura nicaragüense, el narrador comienza explicando, al lector, una gran particularidad. Aquella es que, nada más y nada menos, él es el sueco. Él es Eric Hjalmar Ossiannilsson, un joven europeo, que llega de visita a Nicaragua, seducido por la frondosa exuberancia vegetal del país y por la rara presencia de un ancestral y curioso reptil perteneciente a la familia de las Iguanidae.

El viaje, desde el inicio, deja entrever su aspecto trágico: el sueco es apresado por la policía del régimen inmediatamente después de haber cruzado la frontera, y sin conocer una sola palabra del idioma español, su legítima defensa se torna imposible. Así que el joven es forzado a pasar muchos años de encierro, sin juicio previo y, mucho menos, sin conocer las hipotéticas culpas que lo mantenían en un inhumano y feroz confinamiento.

En resumidas cuentas, la única vía racional que existe para tratar de comprender los motivos de la captura del sueco, es la dificultad de los violentos esbirros del régimen para vencer el obstáculo lingüístico que hay entre ellos y el joven europeo, puesto que resulta evidente que ambos hablaban lenguas distintas que hacían imposible la comunicación.

La misma dificultad sufre, ahora sí en clave de metáfora, hoy en día, la poética y combativa nación nicaragüense. Es que desde el inicio de las protestas hace un año, exactamente desde el 18 de abril del 2018, la comunicación entre el pueblo y el mandatario Daniel Ortega se volvió insostenible, entre otras cosas porque mientras el pueblo expresaba con rezos y proclamas pacificas sus deseos de libertad, el régimen orteguista respondía con el sonido estruendoso de las metrallas.

Y los escuadrones paramilitares, respaldados por la patente de corso otorgada por la dictadura, respondían disparando y asesinando a los grupos manifestantes, con total impunidad.

Y es que desde el inicio de la ruptura del pueblo con la satrapía comandada por Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo, en Nicaragua, los 350 muertos y los 700 presos políticos han tenido que representar, con sus vidas y sus cuerpos, el lenguaje de la barbarie, es decir, el de la dictadura: y los 50.000 exiliados producto de la crisis humanitaria, las protestas sucesivas e interminables de ciudadanos en todo el territorio, y las rebeliones populares en departamentos tradicionalmente sandinistas como Masaya o Carazo, a su vez, han tenido que representar el lenguaje del pueblo, su clamor, paciente y resignado.

Esa misma ruptura con la dictadura es notable, también, en la prensa. Ellos fueron los primeros en denunciar las arremetidas dictatoriales del régimen, y fueron los primeros, además, en sentir los estragos de la represión estatal.

No sobra decir, que la pluralidad en los medios de comunicación es señal de que los sistemas democráticos disfrutan de buena salud, mientras que, por el contrario, la censura es el síntoma inequívoco de que la democracia se encuentra exánime y su lugar ha sido ocupado por el control abusivo y asfixiante de las dictaduras.

Estos síntomas funestos, lamentablemente, son los que diariamente sufre, desde el año pasado, Nicaragua. Por eso importantes periodistas del país como Carlos Fernando Chamorro han tenido que marcharse al exilio.

Los sacerdotes de la iglesia, por su parte, también han tenido un papel encomiable en la lucha contra la dictadura. Y han denunciado, desde sus púlpitos y desde las calles, con un lenguaje beligerante, pero pacifico -¡vaya contradicción!-, los desmanes violentos de lo que monseñor Silvio Báez, obispo auxiliar de Managua, llama las “fieras” del apocalipsis.

Pero, sin embargo, a pesar de la actual barbarie estatal y de que Nicaragua ha sufrido, desde siempre, el asedio infatigable de los tiranos y sus violentas dictaduras, la lucha cívica se mantiene firme, combatiendo con tenacidad y reivindicando con orgullo, todos los días en las calles del país, el legado y el lenguaje redentor de sus dos héroes nacionales: el poeta Rubén Darío y el revolucionario Augusto César Sandino.

 

Foto cortesía de: CNN

 

 

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Guillermo Palomino Herrera
Crítico literario, lector diletante de la historia y de la política nacional.