Vivir en Colombia es un constante dolor de estómago

Nunca nos han quitado las cadenas ni las vendas, somos un país secuestrado por el fantasma de una pesadilla con monstruos asfixiados en su propia condena perversa.

Opina - Política

2020-04-11

Vivir en Colombia es un constante dolor de estómago

Columnista:

Sergio Jaimes Herrera

 

Vivir en Colombia es un constante dolor de estómago, y no cualquiera: ese dolor de estómago que te postra en cama, te manda al baño o te hace vomitar, ese dolor de estómago que no se cura con una aromática de manzanilla ni una noche de sueño; porque ni dormir tranquilo se puede. 

Creería uno, entonces, que la época maravillosa para vivir en un país como este sería la infancia, no porque no se sientan estos dolores de estómago tan terribles, sino por la magnificencia de lograr ver un helicóptero de la Policía y sentirme en una película de superhéroes; o escuchar a diario las muertes a manos del Estado y las bandas criminales, pero no entender lo que sucede por pensar en el siguiente diálogo entre mis dos peluches favoritos; poder tomar un lápiz y dibujar dos príncipes besándose en un reino sin saber que, años más tarde, mi cuento de hadas tendrá sus villanos y mi príncipe y yo tendremos que vivir en resistencia; o ver a mi hermana jugar y no saber que tendrá ojos depredadores encima, sucios, asqueantes, vulgares; esos ojos de macho que también matan. 

Qué fácil sería quedar encapsulado en los años de la inocencia, pero, aún y con este paisaje que miente, resultaría doloroso habitar Colombia: podría convertirme en uno de los niños que mueren a diario por desnutrición o por violencia intrafamiliar, podría ser el niño al que se le niega la educación y se ve sometido al trabajo infantil, al abuso sexual o al matoneo en su salón de clase. No podría ser un niño feliz o, al menos, no como los de la otra Colombia. 

¿Y entonces? Pensarme la supervivencia en este país como adulto es aún más desgastante y aterrador porque es poner los pies, no sobre la tierra, sino sobre la patria que nunca ha sido libre, la sangre de los muertos y el odio de los vivos sepultados por el engaño. Cruzar la frontera de la utopía adolescente y, entrar en el rincón oscuro de la adultez, se convierte en un acto de valentía, en el no querer vivir sin desear matarse; el estar preparado para salir a la calle más cercana y encontrar la violencia que escupe la xenofobia, la homofobia, la transfobia, el racismo, el clasismo, la misoginia, el machismo, la corrupción, la narcopolítica y todas esas formas erróneas y lesivas de habitar el mundo; formas que al final no tienen borde ni relleno. 

Nunca nos han quitado las cadenas ni las vendas, somos una Colombia secuestrada —como si no hubiese bastado oír esa palabra durante tanto tiempo de guerra— por el fantasma de una pesadilla con monstruos asfixiados en su propia condena perversa. ¡Qué barbaridad!

Estanislao Zuleta dice al inicio de su ensayo Elogio a la dificultad: “La pobreza y la impotencia de la imaginación nunca se manifiestan de una manera tan clara como cuando se trata de imaginar la felicidad. Entonces comenzamos a inventar paraísos, islas afortunadas, países de Cucaña. Una vida sin riesgos, sin lucha, sin búsqueda de superación y sin muerte. Y por lo tanto también sin carencias y sin deseo: un océano de mermelada sagrada, una eternidad de aburrición. Metas afortunadamente inalcanzables, paraísos afortunadamente inexistentes. Todas estas fantasías serían inocentes e inocuas, si no fuera porque constituyen el modelo de nuestros propósitos y de nuestros anhelos en la vida práctica”, palabras interesantes para este malestar hijo de una madre maltratada.

¿Estamos en la obligación (si queremos sobrevivir) de crear esos paraísos y esas islas afortunadas para correr a ellas cuando este territorio, que se nos fue dado sin ser pedido, nos ahogue en su desgracia? Suponiendo que la respuesta más sana es “sí”, tendríamos entonces que desarrollar una habilidad mayor al filtro de la indiferencia: la de vivir paralelamente en dos mundos; el que llevamos en nuestro bolsillo para casos de emergencia y el que los gobernantes y ciudadanos se han encargado de parir a punta de maldad.

La dificultad de ser colombiano y vivir en Colombia continuará manifestándose en este dolor de estómago o, al menos, hasta que muera yo y logre matarlo a él también.

 

( 5 ) Comentarios

  1. Felicidades al periodista, me encantó. Aunque soy muy optimista a veces también falta realidad y crudeza.

  2. ReplyJuan Carlos Portilla

    Muy interesante….como haces referencia a esa mas o menos resilencia…voy a seguir leyendo tus articulos….mas aterrizados me gustaria y con un legunguaje mas cercno a la gente…FELICITACIONES Y SIGUE ADELANTE

  3. Sergio Andrés, eres un narrador nato, mientras leía me parecía estar viviendo en esa Colombia que produce dolor de estómago. Felicitaciones sobrinito sigue así, es lo tuyo eso te nace, y lo compartiré porque vale la pena, muy interesante y, eso es buenísimo porque uno empieza u quiere seguir hasta el final, te auguro muchos EXITOS.

  4. No has podido describir de mejor manera lo que se vive dia a dia en este país sumido en la corrupción, en la violencia y la prepotencia, sumado a eso, la politiquería que con el transcurrir de los años se va tornando aun mas turbia y poco razonable, al menos hay alguien como tu que busca ser escuchado y con fuertes ideales para contar lo que se vive dentro de ese mundo sucio que describes con argumentos sólidos.

  5. Ser colombiano es un dolor de estómago perpetuo. Mucho más real que la definición de Borges, eso de ser «un acto de fe».

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Sergio Jaimes Herrera
Comunicador Social con ganas volátiles de ser periodista. Defiendo las libertades individuales basadas en el respeto y los Derechos Humanos, especialmente los de la diversidad sexual. Codirector de Acción Prometea. Soy marica y escribo en este instante por si me muero en un rato.