Verdad, ¡incómoda verdad!

Las declaraciones de las FARC han despertado pasiones y reacciones viscerales, no solo por destapar viejas heridas, sino porque, de ser cierto, pondría en evidencia un nuevo fracaso de la Fiscalía.

Opina - Conflicto

2020-10-13

Verdad, ¡incómoda verdad!

Columnista:

Daniel M. Meléndez Márquez 

 

Revisionismo. Negación. Interpretación y reinterpretación. Reescritura de la historia, y de sus historias. El infinito repositorio documental que es Internet permite escribir, contar, narrar, opinar, desmentir, criticar, mientras que los medios de (des)información dan tribuna, tarima y trinchera a cualquiera que pueda construir narrativas que favorezcan al statu quo. ¡Y de qué manera!

Hace 80 años advertían contra «la chusma liberal» y «la chusma gaitanista»; hace 70 años era «la chusma nueveabrileña» y hoy, «la chusma petrista» o «chusma petroñera«. Ayer, los males del país eran «la izquierda y la mafia»; hoy, «la izquierda y la mafia». Y cuando se menciona la insuficiencia de nuestras instituciones, la respuesta recibida es que es un «resentido«, que «divide y polariza» y que «está sembrando el odio«. Cambian los protagonistas; prevalece la narrativa.

La repetición de mentiras crea verdades.

La doctrina del «enemigo interno» y el uso de «chivos expiatorios» sirvió durante décadas al bipartidismo político y el pensamiento hegemónico que ha imperado en Colombia desde mediados del siglo XIX, pero esta estrategia se fortaleció con la Guerra Fría, sirviendo a los poderes a cargo para mantener sus privilegios. Y si algo nos enseña la historia es que en esta suerte de Estado patrimonial con formas premodernas, casi feudales, que es Colombia, todo vale con tal de mantener dichos privilegios. Incluso pasar sobre la vida del otro.

La reciente confesión del exjefe guerrillero y hoy senador Carlos Lozada sobre su responsabilidad en el magnicidio de Álvaro Gómez Hurtado, ha planteado nuevamente el asunto de «la verdad, pese a todo» y lo que ello implica. Si bien, debe comprobarse la veracidad de esta confesión, esto ha puesto a las FARC en el papel conveniente que han jugado durante décadas: el chivo expiatorio que cargue la responsabilidad de todos los males del país.

No solo será el magnicidio de Álvaro Gómez; también los asesinatos de Jesús Antonio Bejarano y el general (r) Fernando Landazábal Reyes, dos figuras claves que, coincidencialmente, tenían información clave sobre el presunto golpe de Estado que se fraguaba en 1995 contra el entonces presidente Ernesto Samper y, además, sobre el magnicidio. ¡Qué conveniente!

Si los motivos esgrimidos resultan siendo «saldar viejas deudas», ello reforzará la cantinela de «¡resentidos! ¡resentidos!» que tanto se ve en redes; si se argumenta que el objetivo era «profundizar las contradicciones», los moldeadores de opinión seguirán con el sonsonete de «sembrar el odio» y si aducen que estaban atacando a la clase política que representaban («la oligarquía santanderista», en la jerga de las FARC), dirán que es otra evidencia del «odio de clases». Con cara gana el statu quo y con sello pierden las FARC.

Esto, a su vez, favorece a quienes se afanan por reescribir la historia de Colombia. Ejemplo de ello, lo tenemos en la senadora Paloma Valencia, quien repite cada que tiene oportunidad que «a Gaitán lo mató la izquierda internacional», siguiendo la línea narrativa que, durante años, ha insistido en que a Manuel Cepeda lo mató la izquierda, que el exterminio de la Unión Patriótica no fue tal, sino que se mataron entre ellos mismos (fue la misma izquierda). Siempre el chivo expiatorio.

Pero los actos atroces de las FARC pasan a segundo plano cuando se recuerda el daño más grande que le hizo este grupo guerrillero al pueblo colombiano. Lo grave no son sus secuestros extorsivos ni sus masacres y asesinatos ni el narcotráfico ni el reclutamiento de menores ni la violación de mujeres; lo verdaderamente grave, reprochable e imperdonable es que durante 60 años sirvieron como el chivo expiatorio que tanto necesitaba la clase política para tener a quién echarle la culpa de todos los males del país; esa clase bipartidista, burocrática y gansteril a la que tanto decían combatir.

 

La verdad, incomoda; las preguntas también

De comprobarse más allá de toda duda razonable la participación y responsabilidad de las FARC en el magnicidio de Gómez Hurtado, ello pone en entredicho la capacidad, eficiencia y eficacia de la Fiscalía General de la Nación, cuyas infructuosas pesquisas sobre el caso han dado resultados nulos desde 1995, minando aun más la credibilidad del ente acusador. Mil millones de pesos invertidos durante 25 años en una investigación que mandó a la cárcel a personas inocentes. Un cuarto de siglo de incompetencia y negligencia. El fracaso de la Fiscalía, nuevamente.

Y todas las indagatorias, procesos, capturas y condenas llevadas a cabo en el proceso reafirman que, en Colombia, no se busca encontrar culpables, sino condenar los acusados.

De las tres versiones existentes sobre los actores y factores en el magnicidio de Gómez Hurtado; dos de ellas (las que involucran al Cartel del Norte del Valle y las FARC) tienen algo en común: los presuntos autores intelectuales y materiales están muertos y no hay manera de comprobar ninguna de estas dos versiones. Existe, sin embargo, una tercera versión cuyos presuntos implicados siguen vivos, y cuya línea de investigación siempre termina con muertos de por medio y en un callejón sin salida: la presunta participación de integrantes de la fuerza pública en el magnicidio.

Porque si las FARC resultan, de hecho, responsables del magnicidio, queda la pregunta: ¿por qué entonces se han evidenciado intentos, por parte de integrantes de la fuerza pública (Ejército y Policía), de obstruir y desviar las investigaciones de la Fiscalía? ¿Por qué investigadores y testigos clave que seguían y daban pistas sobre la presunta participación de agentes de inteligencia en el magnicidio, han sido asesinados o han desaparecido?

 

¿Estamos preparados para la verdad?

Los seres humanos creemos saber cuál es la verdad en cada momento, hasta que conocemos una nueva. Para algunos, la verdad es aquello que se nos muestra tal como es. Otros, definen la verdad como un desocultamiento. Montaigne decía que la verdad es deseable, pero no está al alcance de los hombres, porque la verdad, para ser considerada como tal, debe estar por fuera de toda contradicción. La verdad debe ser inmanente, evidente por sí misma, sin necesidad de explicaciones; no depende del punto de vista de nadie. Si la verdad necesita ser explicada, y no es una evidencia para todos, entonces no es verdad, sino opinión.

En 2005, el entonces comisionado de Paz, hoy prófugo de la justicia, Luis Carlos Restrepo, afirmaba en una entrevista: «No sé si en Colombia estemos preparada para la verdad». Las reacciones viscerales desatadas por las declaraciones de los excabecillas de las FARC dan cuenta de ello. Y con las verdades (amañadas, a medias o completas) que vayan emergiendo en la Comisión de la Verdad y la Justicia Especial para la Paz, surgen más preguntas: ¿qué pasará a medida que salen más verdades? ¿Cómo se va a manejar eso? ¿Qué pedagogía colectiva requerimos, como sociedad, para aceptarla?

Las declaraciones de las FARC han despertado pasiones y reacciones viscerales, no solo por destapar viejas heridas, sino porque, de ser cierto, pondría en evidencia un nuevo fracaso de la Fiscalía. En estos tiempos de la posverdad, tal vez no sepamos cuál sea la verdad sobre este u otros casos, pero sí debemos estar preparados para desenmascarar aquellas mentiras que nos venden como verdades.

Ahora, más allá de preguntarnos «¿qué es la verdad?», se hace necesaria una profunda reflexión sobre lo que implica decir, exponer la verdad; de lo contrario, nadie sentirá la confianza suficiente para dar el paso ni la sociedad entenderá la dimensión del reto que este proceso requiere. ¿Estamos preparados para asumir el desafío que nos plantea el momento histórico?

Difícilmente nos desprenderemos de nuestras creencias, si no somos capaces de examinarnos a nosotros mismos. Muchas de las creencias que tenemos se pueden relativizar. En nombre de la verdad se han construido muchas mentiras y el problema hoy día es que parece que no haya más realidad que la que nos muestran los medios de comunicación. Y siempre va a depender de la opinión de quien nos la cuente.

En estos tiempos de la posverdad se puede fabricar, no solo una, sino muchas versiones de la verdad. Tal vez nunca sepamos cuál es la verdad sobre este caso, o sobre otros que vayan saliendo a la luz, sea de los exguerrilleros, exparamilitares o exfuncionarios del Gobierno. Por consiguiente, debemos estar preparados para desenmascarar esas mentiras que nos venden como verdades.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Daniel Mauricio Meléndez Márquez
Psicólogo egresado de la U de A. Asesor político temático. Interés en psicología política. Maestrante de Educación en el Tecnológico de Antioquia. Trabajo con poblaciones vulnerables y gestión cultural.