¿Una resentida social hablando?

No, no odio a la clase alta ni a los políticos. No odio a nadie. Lo que sí es cierto es que aborrezco la desigualdad de este país.

Opina - Sociedad

2020-08-09

¿Una resentida social hablando?

Columnista:

Tatiana Barrios

 

Por estos tiempos se ha venido observando la inserción de un nuevo concepto, un término de moda que se ha convertido en el calificativo estrella dentro de la comunidad uribista cuando se encuentra presa de un debate, si es que a ese juego de insultos se le puede llamar debate.

Un conjunto de dos palabras que, según su lógica, son definición precisa para todo aquel atenido que llegó a tener la osadía de cuestionar y exigirle a un gobierno, esos que han dudado del poderosísimo, ultraísta, honorable y bondadoso señor eterno, sus súbditos o sus incansables duendecillos. Del que les vengo a hablar es un concepto que se ha apoderado de las redes sociales, trending topic en los insultos más usados por estos tiempos… sí, les hablo del famoso «resentidos sociales».

Al empezar a ver este término en Twitter me preguntaba a qué podía referirse ser un resentido social (teniendo en cuenta que era usado como un insulto o descalificativo), pensaba que el resentimiento social definía una sensación de enojo, y hasta odio, a raíz de los ultrajes, las malas condiciones económicas y los contextos sociales en los que muchos han tenido que crecer. Sin embargo, muy poco sabía sobre esto, y llenarlos de conceptos inventados en mi subjetividad y poco conocimiento sería una ligereza en la que no caeré, por tanto, pregunté a un joven psicólogo sobre el tema, buscando que, desde su visión profesional, podamos entender a qué se refieren cuando nos tildan de resentidos sociales.

Para contextualizarnos, los resentidos sociales en el sentido estricto de la palabra no existen, o al menos su concepto no está definido bajo ese nombre, pero la memoria colectiva y el odio de clases podrían ser considerados componentes de ese innovador insulto. Guille, el psicólogo, me explicaba los dos términos que van a constituir los requisitos con el fin de pasar el examen de resentimiento social.

Por un lado, encontramos la memoria colectiva, haciendo referencia a los recuerdos de un grupo social con respecto a situaciones que ha vivido su comunidad, recuerdos que van a marcar el desenvolvimiento de este grupo dentro de sus relaciones y su contexto personal. El conflicto se encuentra en esas situaciones donde los recuerdos han causado un impacto negativo, en este caso, se generarían resentimientos que, con sus efectos secundarios, traen el segundo componente de los resentidos sociales: odio de clases.

En este punto, Guille, expresaba lo siguiente:

El resentimiento normalmente termina siendo generalizado, lo que lleva a aseveraciones extrañas, por ejemplo, la gente archimillonaria que tiene el control sobre el país ha oprimido a la clase obrera por años. Es lógico que la gente entienda que «la clase alta está en contra de la clase baja» y que (por memoria colectiva) las clases se enfrenten por generaciones.

Cabe resaltar que, antes de iniciar este examen de clasificación, tenía la idea de que definitivamente yo no era una resentida social. Con base en mi precario concepto, y bajo la presión de una palabra con tanta carga negativa como lo es «resentimiento», no podía considerarme a mí como un ejemplo de tal calificativo. Era una ofensa. Yo no odio a nadie, pensaba, solo reclamo lo lógico, lo justo. Pero, después de escuchar estas definiciones empezó la curiosidad y la duda a merodearme la mente, ¿será que entro en esa definición? Analicemos.

En primer lugar, la memoria colectiva es natural, y en el caso colombiano, recordar intacto el sufrimiento de un país se ha convertido en un peso, una carga que, en más de una ocasión, desemboca en frustraciones, tristezas y decepciones. Pese a tales sentimientos, se hace inevitable rememorar el dolor de la patria y la tierra que se ama, y si no tuviera estos recuerdos que causan impotencia y se reviven todos los días con cada muerto y malas noticias, significaría que estoy pereciendo por dentro, sin memoria, sin consciencia, con el alma marchita y envenenada, viviendo en una burbuja de fantasías creada bajo mi apatía y desinterés por la realidad del otro.

Los recuerdos de la Colombia que las generaciones anteriores han vivido, quedaron latentes en la voz de esos que transmitieron los sucesos oralmente, en la tinta de los que escribieron sobre las tragedias y en los videos de quienes lo llegaron a documentar bajo el lente. Mil maneras de evitar que se borre la historia y se pierda la consciencia en que esa memoria colectiva permanece palpitante a la hora de desarrollar mi posición frente a la realidad de la nación.

Ahora, el odio de clases suena demasiado fuerte para mí, nada más escribirlo me hace sentir una nube negra rondando entre las teclas, amenazando con alguna fatalidad, dando un aviso previo. El odio es un concepto que siempre he evitado tener en mi diccionario, en mi concepto, es el detonante de las peores masacres, el impulso de todos aquellos a los que critico con vehemencia y el alimento que perpetúa el conflicto al que tanto desagrado le tengo.

Así que, no, no odio a la clase alta ni a los políticos. No odio a nadie. Lo que sí es cierto es que aborrezco la desigualdad de este país, me causa nauseas pensar la forma descarada en que se reparten las riquezas, ver cómo el pobre no sale nunca de la miseria, mientras se burlan con cinismo de esos que sobramos: indígenas, campesinos, estudiantes y trabajadores. Con corbata y saco, o jeans y camiseta, en el caso de uno que otro Char, dicen entender la realidad del pueblo colombiano, pero, a la hora de la verdad llegan al Congreso a legislar para el padrino político y no para el pueblo.

Creo, tras esta introspección, que no entro en este término de odio de clases. En todo caso, me atrevo a decir y me arriesgo en la afirmación, que la mayoría de los afectados por este adefesio de insulto pasan por la misma situación. Han sido señalados como resentidos sociales por reclamar justicia y pedir respeto a la ciudadanía, por pronunciarse en contra de fatídicas decisiones o por celebrar noticias de esperanza como aquel soplo de justicia del pasado 4 de agosto, cuando en medio de lo que parecía una ilusión nos decían que ‘El Innombrable’ iba a quedar en prisión domiciliaria. Allá en la finquita, con los caballos, pero detenido. ¿Y quienes celebraban? Los resentidos sociales.

Lo que le falta entender al uribismo es el concepto de justicia. No hay odio ni resentimiento por querer justicia. Así no funciona, no es una regla de tres. Al menos, de mis columnas no leerán letras que destilen más veneno a la tierra envenenada. Tal vez, hay quienes conservan esa espina y tienden al odio generalizado hacia la oligarquía colombiana, como mencionaba Guille; pero de mi parte, y sé que de parte de muchos otros, lo que pido no es más que lo que la Constitución reza: dignidad.

Si me llamaran resentida social por pedir que en este pueblo grande y bonito se deje de obrar en contra del pobre, el indígena, el campesino, el de clase media, el trabajador o el estudiante, entonces que lo hagan. Si me ven como resentida social por pedir que a un hombre, sin voluntad de cambio y con ausencia de arrepentimiento, se le ponga a pagar por las maldades que ha ejecutado en esta tierra maltrecha, entonces a sus ojos que lo sea, igual poco o nada importa lo que entre las vendas entiendan.

Pero, realmente, desde los términos analizados, únicamente aplico en la memoria colectiva, que agradezco a la vida y a los libros permitírmela tener ¿qué sería de mí si no recordara? Pero, en el segundo aspecto, el odio, no encajo y nunca lo haré. Y si en el debate me tienen que llamar resentida social con el objeto de atacar mi posición en favor de la justicia y la reivindicación, les comento que como insulto es decadente y, como soporte argumentativo, deficiente. Aunque, si para no ser catalogada como tal debo festejar la humillación del pueblo y la destrucción del territorio, prefiero cargar con la rótula de resentida social.

Entonces sí, que me digan resentida social, porque si ese es el precio de tener memoria y pedir justicia, reclamar los muertos de los ancestros, de los que no son mi familia pero son mi patria, los derechos de los niños que conocí aquel día en un salón sin sillas, del estudiante que con las uñas saca adelante su futuro, del médico al que no le han pagado y del campesino al que han olvidado… definitivamente soy una resentida social, ojalá sin cura, a fin de que me mantenga viva la consciencia y la memoria en cada desastre nuevo, aunque ojalá no para siempre y que en algún momento se acabe el hilo negro que teje las tristezas de este país. Mientras, no pase, aquí seguiré, rajando de las malas decisiones y los pésimos políticos, defendiendo, al menos con mis letras, mis palabras y mis actos, lo que mi ciudad, mi región y mi país merecen: dignidad.

 

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Tatiana Barrios
Barranquilla, Colombia | Estudiante de Derecho de la UA.