Presentamos el lado oculto de la nueva apuesta del canal de deportes que no todos queremos: El Ultimate Fighter.
¿Deporte? Cuando el canal deportivo que supuestamente todos queremos debería estar presentando abundante información sobre los deportes olímpicos como previa al máximo evento mundial que se realizará en agosto, la programadora despilfarra sus horas al aire con cuestionadas prácticas que arruinan la vida y paradójicamente la salud de los deportistas con una barbarie llamada Ultimate Fighter.
Este evento que resalta las hematomas, hemorragias, lesiones y, en algunos casos, los homicidios (véase caso Carvalho) nació en las peleas clandestinas de Irlanda, las cuales como producto de la globalización terminó llegando al Brasil. En cuestión de pocos años y gracias al emprendimiento de las cadenas de cable estadounidenses estos espectáculos se empezaron a transmitir en los años noventa, también motivados por la “marketinera” y poco exigente audiencia de ese país (léase, seguidores de Donald Trump).
Como era de esperar, y parafraseando a un sabio que manifestaba que lo “tremendo” se aprende enseguida y lo “bello” tarda en la vida, era lógico que este circo romano contemporáneo que mezcla artes marciales, boxeo y prácticas pandilleras, con dos protagonistas encerrados en una jaula, llegara de modo rimbombante a las pantallas de nuestra televisión.
Carvalho, la nueva víctima
La práctica de Ultimate Fighter se viene destacando al proveerle a los cada vez más exigentes espectadores, la adrenalina que al parecer produce ver sangre, moretones, lamentos y lesiones, como si en los noticieros nacionales faltara poco. El pasado mes de abril y pasando casi inadvertido por la mayoría de medios, el portugués Joao Carvalho con 28 años falleció, poco después de perder su combate ante Charlie Ward por «K.O. técnico» en el Estadio Nacional de Dublín, en un evento promocional del Extreme Fighting.
Mientras los espectadores alicorados vitoreaban al vencedor de la prueba y los televidentes veían la repetición degustando pop corn, se dice que en el camerino de Carvalho la zozobra era total.
Los lamentos y muestras de dolor del púgil se convirtieron 25 minutos después en un silencio eterno. El tribunal de expertos que acompañaban la faena solo atinaron a decir que la responsabilidad era del réferi, quien pudo haber suspendido la paliza minutos antes. Como sucede con la justicia de un país al norte de Sudamérica, los empresarios fueron absueltos y no hay culpables. Son gajes del oficio, se reseñó.
Los seguidores y quienes se lucran de esta actividad manifestaron que el caso de Carvalho era excepcional, omitiendo los trágicos finales de Tyrone Mimms, Sam Vásquez, Michael Kirkham, Douglas Dodge, entre otros. Para ellos el boxeo (el cual es un deporte olímpico) expone más a los deportistas por involucrar más golpes en la cabeza, sin aclarar que en el Ultimate Fighter los impactos hacia la humanidad de los contrincantes se hacen con puños, codazos, rodillazos y patadas.
Lo que no se quiere que se sepa
El neurólogo estadounidense Charles Bernick, contra todo pronóstico y con la mirada sigilosa de los empresarios de Las Vegas, inició un estudio sobre las consecuencias que sufre quien vive de exponer su cabeza a todo tipo de golpes para ganarse la vida en las peleas UF. La imposibilidad ética de iniciar un proceso experimental con voluntarios que se dejaran mensualmente partir la cabeza durante 2 horas o más, complicó el inicio de los estudios una década atrás.
Ya con la presencia en la actualidad de púgiles de UF retirados y enfermos, el doctor Bernick logró demostrar que las lesiones más frecuentes de estos personajes son la pérdida de la memoria y la disminución del volumen cerebral, lo que conlleva, a mediano plazo, a cambios en la personalidad (depresión y tendencias suicidas) y una notable disminución del rendimiento cognitivo.
La sacudida una y otra vez de la cabeza por golpes (en el caso de la UF no se utilizan guantes que absorban la energía como en el boxeo) repercute directamente en el cerebro, que acumula la cinética del impacto.
De allí se desprenderían casos como el mal de Parkinson, encefalopatía traumática crónica y la amnesia, tan comunes en los boxeadores. Como era de esperar, los detractores del estudio (casi todos empresarios televisivos) pusieron en duda los resultados, dando como ejemplo al exitoso pugilista Joe Fraizer quien murió a los 67 años de causas ajenas a los golpes recibidos y a Michael J. Fox con mal de Parkinson sin haber recibido nada distinto en su vida que dinero por sus actuaciones.
Mientras los académicos y las autoridades que velan por la salud de los deportistas se ponen de acuerdo, lo único evidente es que la televisión seguirá atiborrándonos con la presencia de estos combatientes, mientras centenares de deportistas que se preparan y concentran para los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro pasan inadvertidos u olvidados. Definitivamente la máxima de Juvenal “Mens sana in corpore sano”, está lejos de ser la prioridad del canal deportivo que, al menos nosotros, nada queremos.