Un reto periodístico: la diversidad

Opina - Medios

2016-07-10

Un reto periodístico: la diversidad

Les propongo una forma de acceso al tema de la diversidad y el periodismo a través de hechos como la masacre de 49 personas en aquella discoteca de Orlando. ¿Fue una agresión del estado islámico? El asesino era musulmán, el EI reivindicó la acción, los musulmanes no toleran la homosexualidad por razones religiosas, por tanto ¿se trató de una acción política? ¿Fue acaso un crimen dictado por la intolerancia?

El otro hecho es menos violento: “En eso consiste la construcción de la paz (la aceptación de la diferencia)  Colombia tiene que rehacerse como sociedad no violenta. Aquí nos agredimos porque el otro piensa distinto, porque el otro come distinto,  porque el otro mira distinto. Es a gritos o a bala; y ninguno de los dos es respetuoso del ser humano. Entonces me parece que en la construcción de la paz en Colombia esto tiene que ser vital”. Estas afirmaciones las hacía la ministra de educación Gina Parody en una reciente entrevista sobre el tema de su relación homosexual con la exministra Cecilia Álvarez.

Los lectores de El Tiempo ese día, si leyeron el periódico a la hora del desayuno sintieron que se solidarizaban con esa pareja, o que se les agriaba la leche por su rechazo visceral a esta expresión de la diversidad. El hecho es que esa entrevista planteó vivamente el tema de esta reflexión que, o se hace con adjetivos y emoción, y nada cambia, o se razona y se abren las puertas y ventanas de la voluntad, y habrá un avance del pensamiento.

Aún debo plantearles un tercer hecho que será el último de esta introducción. Imaginen la escena:

De un lado, con el gesto duro, acentuado por la frialdad de sus ojos azules y el gesto altivo de la mandíbula casi cuadrada, el uniformado; y delante de él, con su pobre uniforme de rayas, con la gorra en la mano, el prisionero que se grabó todos los detalles de ese momento: cuando hubo terminado de escribir levantó los ojos y me miró: aquella mirada no se cruzó entre dos hombres; si yo supiese explicar a fondo la naturaleza de aquella mirada intercambiada como a través de la pared de un acuario entre dos seres que viven en medios diferentes, habría explicado también la esencia de la locura del tercer Reich.

Lo que pensábamos y decíamos de los alemanes se percibió en aquel momento. El cerebro que controlaba aquellos ojos azules y aquellas manos cuidadas decía: esto que hay ante mí pertenece a un género que obviamente se debe suprimir. En este caso particular, conviene primero cerciorarse de que no contiene ningún elemento utilizable”

asasaaaLo leído es tomado del relato de Primo Levi sobre su experiencia de Auschwitz, y allí se plantea claramente el problema: hay dos clases de humanos: los de su raza, los de sus creencias, los de la sociedad que ha adoptado, y esos merecen vivir; los otros: otra raza, otra lengua, otras costumbres, vivirán si nos son útiles. Primo Levi sobrevivió porque era químico y podía aportar al comando de química del campo de concentración. Es el mismo criterio que uno advierte en el asesino de Orlando y en los que convierten en asunto de exclusión social – esa forma de muerte incruenta- a los diferentes en opción sexual, a los de otra raza, opción política o situación económica. Este, amigos es el tema de nuestra reflexión.

Los tres episodios tienen un elemento común: el rechazo de la diversidad. Fue intolerable que fueran gays, o no musulmanes; que sean pareja dos mujeres que, además, son altas funcionarias del estado; o que sean de otra raza, creencia, lengua o nacionalidad.

Frente a lo diverso se da el rechazo, cuando cabrían la aceptación, la acogida y el enriquecimiento humano con el nuevo aporte de la diversidad. Esta es una riqueza a la que se renuncia por razones como estas.

Al dividir el mundo entre buenos y malos, desaparece la diversidad y emerge un universo de absolutos que contradice la realidad cotidiana que muestra y demuestra que nadie es bueno integral ni malo total porque todos llevamos  un principio de diversidad que nos hace una mezcla de bondad y maldad en distintas e innumerables proporciones.

También tiene que ver la actitud ante lo diverso y diferente con la idea de la felicidad.

La filosofía corriente que se alimenta de los estereotipos que difunden los medios de comunicación, especialmente de la visión que da la publicidad, llega a convencer a las grandes masas de que la felicidad es tenerlo todo. Así, la prosperidad equivale a felicidad y ser próspero es pertenecer a una clase elegida, por encima y distante del lumpen de los no elegidos.

Esta percepción del otro es el punto de partida para el hallazgo de la diversidad; ya el solo hecho de reflexionar sobre el ensimismamiento y autosuficiencia del solitario y de entrar en el universo ajeno, libra al yo de su pequeñez y abre las vías anchas de la alteridad y hacia la diversidad.

Ese solo reconocimiento del otro implica un incipiente acercamiento a la diversidad. Esto, por cierto, nos da la certeza de que episodios como los mencionados al principio, tienen que ver con la incapacidad de los humanos para ver y descubrir ese continente inexplorado que es el otro, porque exige salir de sí mismo e ir al encuentro del otro por lo que él es, el diverso, no por el provecho que él representa para mí. La idea de la felicidad centrada y agotada en el sí mismo es, pues, otra explicación.

Deriva de lo anterior  la mala solución al dilema: la diversidad, ¿peligro o riqueza? El diferente, ¿da seguridad o inseguridad?

Hay que aceptar que el que no es como uno, cuestiona mis seguridades. Lo que uno tenía como único y absoluto, se relativiza cuando el otro encuentra su seguridad en otras ideas, otros modos de obrar o de ver. El otro con su diversidad mide el peso y consistencia de mis seguridades de modo que se vuelve válida la pregunta sobre lo bueno o lo malo del diverso.

Para el psiquiatra Eric Fromm no hay duda:” si no fuera por aquellos que en algún momento fueron capaces de pensar distinto a lo que piensa el rebaño, la humanidad estaría todavía en la edad de las cavernas”. Son explicables la duda y la ansiedad ante los propósitos de cambio, pero no justifican la inmovilidad ni el rechazo defensivo de lo diverso. Todo cambio pone en juego comodidades y seguridades. Se explica, por tanto, la pregunta sobre la diversidad y el cambio: ¿son amenaza o riqueza? Porque amenazan la seguridad que da lo establecido y ya experimentado, o lanzan al riesgo de lo nuevo y desconocido. Pero esa momentánea seguridad contradice la más profunda naturaleza de los humanos que es la del cambio y la búsqueda constante.

La diferencia, la diversidad creadora acaba por reconocerse como progreso, como paso adelante dentro del estancamiento y pobreza de lo uniforme.

Ryszard Kapuscinski, el visionario periodista polaco, agregó a las anteriores consideraciones que “el otro a mí se me antoja diferente y diverso, pero igual de diferente y diverso me ve él”. Todos llevamos dentro nuestra diversidad como parte del tesoro de ser nosotros y no otros.

También se rechaza la diversidad por prejuicio. Nuestro modo de pensar está lleno de opiniones prejuiciosas que aparecen, como lo genético en gestos y costumbres, en expresiones aceptadas, aunque sin sustento, como las que registran Collo y Sessi: “el hombre es más racional, la mujer es intuitiva” Pregunten ustedes por el fundamento científico o basado en la realidad cotidiana y tendrán que aceptar la naturaleza de pre-juicio de esa afirmación que, sin embargo impone actuaciones, decisiones en tareas de selección en las que se descartan las posibilidades de la mujer y deja desconocidos e inutilizados los valores de la mujer.

Examinados a la luz de estas afirmaciones, otros ejemplos de diversidades desconocidas o rechazadas, se concluye con los citados Collo y Sessi, que el prejuicio recorre, como primera etapa, esta de la opinión apresurada e interesada; en segundo lugar, discrimina y aleja a un grupo que clasifica como extraño, o ajeno al resto de la sociedad; y, en tercer lugar, el prejuicio ataca, como se ha visto en la historia de los judíos, víctimas del prejuicio nazi, o en el caso de los negros víctimas del prejuicio que creó el apartheid o el rechazo de los gays en nuestras sociedades de hoy. Siempre el prejuicio, esa atribución o negación de características, mantenida por el desconocimiento o por el odio.

El papel de la prensa.

Déjenme recordar un episodio histórico y emblemático que nos da indicios sobre ese papel.

Recuerda el filósofo Marina que en los periódicos del 11 de diciembre de 1948 pasó desapercibida la aprobación de la declaración de los derechos del hombre. Puesto que el hecho trascendental había ocurrido en París, hay que mirar la prensa francesa. Le Monde le dedicó una pequeña columna bajo el insípido titular:  “La declaración de los derechos humanos ha sido adoptada”, Le Figaro informó en apenas cinco líneas;  Le Matin ignoró el hecho y L’humanité del partido comunista francés elogió al representante de la Unión Soviética que había salvado la tolerancia, del dogmatismo de los Estados Unidos. No nombró la declaración.

No era una cuestión de principios que negaran la importancia de los derechos humanos que la impusieron. Creo que había más inconsciencia e insensibilidad frente al asunto; algo parecido a lo que hoy ocurre cuando predomina en las primeras páginas el último gol por sobre otro tema. No se trata de una posición ideológica sino de la insensibilidad del negociante que solo piensa en su dinero como principio y fin de todas las cosas.

La diversidad es un tema que adquiere valor informativo cuando se la mira desde lo humano; más aún, revela todas sus posibilidades informativas  vistas desde lo humano. Esa mirada es posible cuando  se afina la sensibilidad, y como ustedes lo ven, aunque hoy se cuenta con todos los recursos técnicos de lo digital esto no basta. Hay que ir más allá. Aún la más sofisticada de las aplicaciones digitales resultaría pobre si no estuviera animada por la sensibilidad ética que suponen la apertura al otro y el espíritu de servicio.

Ni el periodismo exclusivamente técnico, ni el que se limita al registro notarial de los hechos cuentan con la capacidad para valorar las diferencias ni las diversidades.

Los consejos sobre la empatía necesaria para identificarse con las personas a las que llega la información del periodista son importantes, pero no suficientes porque no basta que hagamos nuestros los dolores, expectativas o alegrías de la gente; también tiene que hacerse nuestra la diversidad, dentro de un ejercicio de tolerancia activa que es aquella que, más allá de  del curioseo de las diferencias, las aprecia y valora como un don. El buen periodista descubre, valora y admira lo diverso bajo el presupuesto de que la diversidad pone de manifiesto las riquezas, no siempre conocidas ni difundidas de lo humano.

El ejercicio profesional del periodista le ofrece, casi a diario, la oportunidad de explorar y valorar esa diversidad, en el diálogo con sus fuentes, en el encuentro con los protagonistas principales y secundarios de los hechos, todos distintos, cada uno con su propia singularidad de ideas, sentimientos, cultura o lenguaje; la apuesta periodística es la de revelar esa singularidad, sin romperla ni mancharla.

Si a esa apuesta profesional se le agrega una valoración, que yo comparo con la de los catadores de café o de vino, que afinan todos sus sentidos para lograr en cada cata el perfil en el que constan, como valores propios, las características de su diversidad, para hacerlas conocer. En el ser humano hay una singularidad más compleja y unas características de mayor valor.

maestro-javierEl ejercicio periodístico guiado por ese respeto y entusiasmo por la diversidad, necesariamente produce piezas informativas de calidad. Es lo que explica la calidad de las mejores crónicas, de las impactantes entrevistas o de los reveladores perfiles, que le dan al lector la clave para entrar al deslumbrante   paisaje de unos seres humanos irrepetibles y únicos, que es lo que deja al descubierto la diversidad.

Esta es la idea que palpita en la conclusión a que llegan tanto Herbert Kelman como los doctores Spillman, después de explorar los caminos más anchos para llegar hasta las raíces del odio que alimenta las guerra. Ese odio comienza a debilitarse cuando los combatientes se miran a los ojos y se reconocen como personas con un rostro y un nombre, con singularidad y diversidades y no como seres sin rostro, globalizados bajo una sigla: paracos, farcos, elenos, en nuestro caso. Darles  ese nombre y ese rostro, mostrarlos en su singularidad y diversidad es una fascinante tarea periodística que le da rostro y nombre a la guerra y a la paz.

Un segundo consejo del antropólogo es que no existen culturas superiores e inferiores, solo hay culturas diferentes, afirmación que, tenida en cuenta, elimina los odiosos sesgos racistas, étnicos o de género, religión o cultura en la información.

Complementa lo anterior la afirmación de que las personas de otra raza o cultura invariablemente encierran y rezuman dignidad, respeto por sus valores establecidos por su tradición y costumbres; observación que corrige la actitud de mirar lo que ellas contienen de distinto de nuestra cultura, para juzgarlas a partir de lo nuestro.

Finalmente, el mismo Kapuscinski comparte con sus lectores la que ha sido para él una clave de entrada al mundo de la diversidad del otro sin violentarla y con capacidad de valorarla: “mi experiencia de convivir con otros muy remotos durante largos años me ha enseñado que la buena disposición hacia otro ser humano es esa única base que  hace vibrar en él la cuerda de la humanidad”.

Si la cultura de Estados Unidos hubiera asimilado esa buena disposición hoy vivirían las 49 víctimas de Orlando, la conciencia de ese país no estaría sometida al juicio severo que hoy afronta y, lo que es más sorprendente, estaría en vía de desaparición la institución de la guerra.

La guerra, en efecto, es el resultado de la presión de las creencias y sabidurías absolutas que hacen desaparecer el diálogo, las diferencias y la diversidad e imponen la barbarie del pensamiento único y el mundo monocolor de los uniformes y lo uniforme.

En cambio, la aparición de la paz con su ámbito de libertad, propicia la aparición de voces múltiples, de pensamiento en efervescencia y en evolución constante, y de manifestación de las riquezas de la condición humana. Es la fiesta y el goce de las diferencias que hacen de lo humano una sorpresa inagotable.

 

Publicada: 10 Jul de 2016

( 1 ) Comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Javier Dario Restrepo
Periodista experto en ética periodística, catedrático de la Universidad de los Andes y conferencista en temas de comunicación social. Director del Consultorio Ético de la FNPI. Ha sido columnista en El Tiempo, El Espectador, El Colombiano y El Heraldo.