Hace unos días, la sede del parlamento de Paraguay ardió en llamas, y los miembros de la Asamblea Nacional de Venezuela se quedaron sin su inmunidad y facultades constitucionales. Ambos eventos me impresionaron de sobremanera teniendo en cuenta las razones que motivaron estos hechos: la reforma para aprobar la reelección presidencial, en el primer caso, y la decisión poco democrática del Tribunal Superior de Justicia en el segundo. La pugna para mantener el equilibrio y la separación de los poderes se torna cada vez más compleja, mientras que los ciudadanos observamos la arena política “arder”.
No debería ser así. La sociedad civil no tiene porqué reducir su papel a ser un simple observador de todo lo que tratan de hacer con los sistemas democráticos, y en el Cono Sur parece haber mayor conciencia sobre esto. Las dictaduras del siglo pasado todavía calan en la memoria regional, aunque en la tierrita padezcamos de amnesia colectiva.
Olvidamos casi a la misma velocidad con la que recordamos, y la indignación mostrada en las marchas del fin de semana contra “la corrupción” se desvanecerá con el siguiente episodio de “Yo me llamo”.
Es entonces cuando podría hablarse de la resiliencia y de la idiosincrasia: parece que Colombia y Venezuela soportan demasiado, casi a costa de su propio bienestar. La gente se pregunta cómo es posible que en el país vecino no haya un cambio de régimen, pero olvidan que aquí nos acostumbramos a más de medio siglo de violencia sin mediar palabra. Nos adaptamos a las mayores perversiones sistémicas, pero nos cuesta entender que ese mismo sistema puede cambiar, tanto para mejorar como para empeorar.
En Paraguay, se teme a la concentración del poder, a que surja un nuevo Stroessner después de más de 20 años de trabajo tratando de consolidar un régimen democrático. No obstante, las naciones hijas del libertador Simón Bolívar están tranquilas ante sus líderes populistas, quienes suelen socavar las instituciones con sus actuaciones. Ahora bien, aunque cada país crea, desarrolla y mantiene su propia arena política, los hechos de estos días nos hacen pensar en la posibilidad del cambio, y en los contrafactuales (mejores o peores) que podrían darse. Así, el incendio en el parlamento se convierte en la alegoría perfecta para pensar escenarios posibles en nuestros países.
¿Qué pasaría si cae el régimen de Maduro en Venezuela? ¿Qué podría pasar si Paraguay se mantiene sin reelección presidencial? ¿Cómo sería Colombia sin sus ancestrales prácticas clientelistas? Ante estas preguntas, podríamos imaginar el escenario positivo de democracias latinoamericanas sólidas, pacíficas y felices. ¿Y el escenario negativo? ¿es el caos, la inestabilidad, el fuego?
No creo que haya una respuesta fácil para estas preguntas, ni posturas simples frente a estos temas. Hoy la ciudadanía está particularmente dividida, y en nuestras maltrechas democracias los ganadores solo superan a sus contendores por escasos decimales. Por ahora, las movilizaciones están a la orden del día, y los escenarios para el cambio son infinitos.