Según Mainwaring, Scott, Ana María Bejarano y Eduardo Pizarro Leongómez (2008) en el presidencialismo latinoamericano el presidente tendrá coaliciones en tanto tenga un número significativo de sillas cercanas a su ideología y acuerdos programáticos, pero sobre todo, mientras tenga qué ofrecer a los congresistas, ya que el futuro presidente habrá aprendido que estos son clientelistas.
En Colombia solo ahora aparece en la escena la variable ideología, gracias a la “polarización” que enfrenta el país, y dado que por fin la izquierda parece tener un lugar en nuestra llamada democracia. Pese a este gran avance en el que parece por fin existir un debate amplio sobre el futuro del país, las decisiones de César Gaviria reflejan precisamente la forma meramente clientelista en que la política colombiana se ha realizado durante mucho tiempo.
Ya escuchamos al Partido Liberal estar dispuesto a apoyar un partido (y al parecer ya hizo acuerdos) que modificará (o romperá) el Acuerdo de Paz y con ello pondrá en riesgo una de sus más recientes banderas, aunque pretenda negarlo. Sacrificó a De la Calle al no permitirle unirse con Fajardo para garantizar al resto de la bancada los beneficios a los que están acostumbrados, con Duque (o si le creemos a Gaviria, con Vargas Lleras).
Por eso, es que Gaviria dice que es “preferible ser gobierno”. Si Gaviria le permitía a De la Calle unirse con Fajardo y este pasaba, entonces no tendría votos que ofrecerle ni a Duque ni a Lleras, con quienes los beneficios son más seguros, pues el Partido Liberal no es santo de la devoción de Fajardo.
Si bien es cierto que la coherencia ideológica y programática de los partidos en Colombia no es una característica que podamos esperar, no por ello debemos dejar de exigirla y lo que nos dejan ver las elecciones presidenciales de este año es el hecho de que, tristemente, cualquiera que quiera ser presidente en el país no necesita solo coaliciones para gobernar, sino maquinaria (“coaliciones” antes de la elección) para poder llegar.
En este sentido, por más sorprendente apoyo popular que un candidato logre tener (como es el caso de Petro, sin entrar a definir si nos parece bueno o malo, o cómo podría llegar a tenerlo la Coalición Colombia) es muy complicado y casi imposible que una adhesión sincera a X o Y campaña compita con el arraigo de las relaciones clientelistas en el país (nunca monopolizado por la izquierda).
Mucho más si recordamos que la mayoría de las personas “no cree en la política” o tiene una actitud de cansancio y conformismo en la que “prefiere al que lo robe menos y le dé más”, que cercena la posibilidad de avanzar hacia algo que en realidad se pueda llamar democracia, en donde el futuro lo determine la gente consciente del valor de su voto y no la maquinaria política y el cálculo electoral que realicen personajes como Gaviria.
Los que apostamos a un gobierno alternativo (viendo como única opción viable para segunda vuelta a Fajardo) sabíamos que si la alianza con De la Calle no se daba, si los votos “de la paz” no se manifestaban, iba a ser muy difícil ganar la presidencia, porque (ojalá me equivoque) aquí no hay demasiada gente dispuesta a competirle con su voto a la clase política tradicional.
Es así como llegamos a la triste conclusión, y ojalá no tenga que ser por mucho más tiempo de ese modo, de que es el clientelismo, junto con un calendario electoral de elecciones legislativas previas a las presidenciales, el que permite calcular cuántos votos a presidencia pone cada partido, es lo que sostiene presidentes con relativa buena gobernabilidad en este país. Entonces el punto importante es: ¿De qué nos sirve la gobernabilidad si el pueblo que vota con convicción no es capaz de poner un presidente? ¿Tendremos a la gobernabilidad como excusa para mantener la desigualdad?
Y no digo que solo los de izquierda voten conscientes, habrá muchos ganaderos y terratenientes que le voten a la derecha porque los tiene bien a ellos, ellos también votan conscientes. Pero la clase media y baja es la que trabaja más fuertemente para que la riqueza siga acumulándose en los monopolios y estas clases son la mayoría de la población, pero también son los más cansados de la política, porque a ellos, y sobre todo a la clase baja, nunca los han representado bien.
¿Tan malo es nuestro sistema educativo como para que votemos en contra de nuestro bienestar? Yo creo que sí, y esa es la única solución: Educarnos y hacernos ciudadanos con criterio propio, porque si nos quedamos esperando a que el sistema político cambie nos seguiremos muriendo en los hospitales por haber nacido en estrato bajo. Y sí habrá mal que dure 100 años y pueblo que lo resista.
El sistema político solo se va a reformar cuando los cambios en la arena electoral lo hagan sentir amenazado (como lo muestra lo que ha pasado con la reforma anticorrupción) y esos cambios los decidimos nosotros.
El problema no se solucionará pronto ni fácil, pero tenemos que entenderlo y visibilizarlo. La democracia, por lo menos en su sentido normativo, sí tiene que ver con igualdad y justicia, o si no ¿democracia para qué?
Imagen cortesía de El Espectador.