Ser de izquierda

Yo, hoy no tengo miedo de decir que soy de izquierda. Y ser de izquierda en estas elecciones es ser capaz de reconocer que perdimos, pero hemos ganado un poco.

Opina - Sociedad

2018-06-06

Ser de izquierda

Cuando pasen las elecciones, no culparé a los votos en blanco de la segunda vuelta. Ni me enfrentaré a los que no estuvieron de acuerdo con que un revolcón radical solo hubiera podido darlo la resurgente izquierda política. Seguro que sus razones son igual de válidas a mis aspiraciones.

Una vez conozcamos el nombre del nuevo presidente, respiraré hondo y sacaré de dentro el apasionamiento coyuntural por las ideas que defiendo: la equidad social, las libertades individuales, la paz, el fortalecimiento del campo. Esas ideas de las que nos han convencido que son filosofía comunista, castrochavista, populista, pecado, abominación o, desde la postura menos radical, una vaina inalcanzable en el corto plazo.

Eso sí, seguiré creyendo que, como país, otra vez votamos engañados. Mecieron una medalla frente a nuestros ojos y nos hicieron repetir que la equidad era quitarle al rico y darle al pobre y volverlo vago. Nos señalaron mirar por la ventana y nos convencieron de que a los vecinos les regalaron todo y por eso es que ahora mueren de hambre. En coro respondimos ¡No queremos ser como Venezuela!

Fue difícil explicar que la equidad era como cuando la hija de una vendedora de cebollas puede ingresar a la universidad pública y compartir el aula de clases con hijos de microempresarios, jueces, investigadores de renombre que pagan unos dos millones por semestre, mientras a ella le cuesta mil pesos. No porque quiera todo regalado, sino porque hace parte de ese porcentaje de la población cuyos recursos escasamente le alcanzan para vivir. Pero ese microcosmos de equidad permite que se le garantice el derecho a estudiar. Y un derecho es algo que te pertenece, no que te regalan.

No fue fácil exponer que el respeto por las libertades individuales significa que si alguien quiere ser evangélico, tenga la libertad de serlo y la garantía de que no será perseguido o violentado por eso; pero también que si quiere ser musulmán, artista, gitano, gay, casarse, tener hijos, no tenerlos, tener solo uno, adoptar, abortar, vestirse, peinarse, VIVIR, COMO QUIERA, siempre y cuando no afecte la libertad del otro. O ¿Por qué crees tener derecho a predicar en un parque, por ejemplo, pero no toleras que un chico transexual vaya al colegio vestido como se sienta cómodo?

Me cansé de repetir que la paz jamás se hace con la guerra ni con los hijos de otros. Que lo que vivimos durante 8 años fue un oasis que nos mostró un remanso de paz, mientras asesinaron a más de 10 mil personas que no tenían nada que ver con el conflicto. Nos hicieron creer que el enemigo único era la guerrilla, mientras otros persiguieron, torturaron, desplazaron y exiliaron. Invadieron tierras, las volvieron baldías, se apropiaron de ellas, las volvieron seguras, las volvieron poder. Dramatizaron un proceso de desmovilización, acondicionaron los marcos judiciales, extraditaron a los que nos podían decir la verdad. Lo aceptamos con la cabeza gacha porque estábamos mamados de la guerra, dijimos.

Nos negaron saber quién nos violentó, nos mató, nos descuartizó. Nos señalaron un único enemigo y lo odiamos. Se rieron de nosotros, tal vez. Y en medio de ese espejismo de paz, nos creímos poderosos para desarmar al adversario. Ya se nos habían olvidado la guerra, sus huellas, las víctimas y dijimos que No a un acuerdo de paz.

No obstante, por primera vez en décadas, hay hospitales militares vacíos, gran parte del campo sin armas, campesinos libres, niños sin miedo, familias completas. Se nos empapan los ojos cuando lo sabemos, pero nos gritaron ¡Ni perdón ni olvido! Y que la paz era una farsa, que la guerrilla iba a gobernar. Y ¿eso qué significa?, preguntamos. Se miraron entre ellos para acordar con los ojos qué decir: “Que nos vamos a volver como Venezuela”, repitieron y lo creímos. Entonces nos quitamos las lágrimas de las mejillas y empuñamos la mano firme sobre el corazón grande. Elegimos.

Y, por lo menos a mí, se me esfumaron las esperanzas de que al campo lleguen por fin las carreteras, la luz, el agua potable y la educación; de que la tierra vuelva a tener producción agraria y fuentes de empleo; de que se les garantice a las comunidades elegir su vocación económica; de que se protejan los bosques, los ríos, nuestra inmensa biodiversidad. Yo voté por la posibilidad de que al menos el 40% de esas propuestas se cumplieran. Es que ¿Cuándo nos han cumplido todo?

Cuando pasen estas elecciones seguramente repetiré que me dueles, Colombia. Sin embargo, recordaré que vivimos un momento histórico: la primera jornada electoral en un país sin guerrilla de las FARC y la mayor votación por la izquierda en dos décadas. Lo uno, permitió que muchos campesinos pudieran votar por primera vez y por el candidato de su preferencia sin que un arma les apuntara a su conciencia. Lo otro, significa que hay una juventud esperanzada, convencida, comprometida en volver a Colombia un país más justo.

En cualquier caso, las personas ya no tienen miedo a expresar ser de un lado. Yo, hoy no tengo miedo de decir que soy de izquierda. Y ser de izquierda en estas elecciones es ser capaz de reconocer que perdimos, pero hemos ganado un poco.   

 

 

( 3 ) Comentarios

  1. ReplyJhon jairo valencia patiño

    Gran aporte y no tengo miedo de decir que quiero un mejor pais sin guerra y corrupción

  2. Totalmente de acuerdo, ser de izquierda es tener mente y pensamiento coherentes para reconocer que quienes manejan el pais, nos han hecho creer que izquierda y populismo son iguales; que izquierda es sinónimo de expropiar al que tiene; que izquierda es ser violento y reclamar sin medida. No, ser de izquierda es sentir que somos un país pujante que puede avanzar con equidad y justicia social hacia un mejor bienestar común.

  3. ReplyEstefani Carrasco

    Gran compromiso, como comunicadora social sabemos que el lenguaje crea realidad. Inspirador texto.
    Cariños desde Arica, Chile, donde también hace rato queremos cambiar las mentiras que nos vienen diciendo desde el 90

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Jenifer Martínez
Comunicadora para el cambio social, egresada de periodismo de la Universidad de Antioquia. Trabajo en proyectos sociales y de educación en infancia y adolescencia. Los últimos tres años me he dedicado a entender la relación entre la comunicación y la educación. Me gusta escribir, dibujar y hacer fotos.