¿Seguiremos soportando el viejo orden?

Dos siglos y la misma vieja venda sucia sobre nuestros ojos. La misma historia en constante repetición. Los mismos viejos odios inamansables. La misma enfermedad sin cura, y nosotros, frente a una pantalla, tan sedados, tan distraídos y tan mal alimentados toleramos ese inmenso espectáculo que da la clase política.

Opina - Política

2019-11-20

¿Seguiremos soportando el viejo orden?

Autor: Andrés Ballesteros

 

Quienes tiran piedras a las tanquetas y Policía son vándalos y delincuentes. Los que rompen los vidrios de los bancos y las multinacionales son vándalos y delincuentes. Los que queman llantas y bloquean las vías de la ciudad son vándalos y delincuentes. Los que hacen pintas en las fachadas de los edificios son vándalos y delincuentes. Esos encapuchados que patean los cilindros cargados con gases lacrimógenos que dispara la Policía, son llamados vándalos y delincuentes en un país que empieza a hastiarse de la clase política gobernante.

Se trata del mismo viejo discurso de hace dos siglos. El viejo argumento de la oligarquía rancia y vanidosa que nos gobierna y que en estos tiempos modernos, se confabula con los medios de comunicación. Es el mismo círculo enfermo, el mismo juego oscuro.

Como si estuviéramos condenados a padecer esta herencia por toda la eternidad. Como un cáncer que hace metástasis y nos carcome las entrañas. Como el más grande de los males que desató la caja de Pandora; este viejo orden y su dictadura de odios descomunales prepara con maña su montaje e interviene ante la opinión nacional y con mentiras corta, censura y pacifica..

De a poco nos vamos convirtiendo en el país de la ceguera de Saramago donde lo más bajo de la condición humana va creando un ambiente propicio para tocar el fondo. El problema va a ser que estemos dispuestos a pararnos. Es que nos negamos a ver más allá del orgullo que nos despiertan las instituciones militares y la Policía, nuestra condición es la guerra. La misma vieja guerra, la que nos vendieron y sigue ahí, silenciosa. Matándonos.

Somos un país de indulgencias que se llena de alabanzas con sus gobernantes, como si ellos estuvieran por encima del bien y del mal, hechos a imagen y semejanza del creador. Por eso nuestra condena es la ignorancia y la sumisión eterna.

Somos un país con un profundo desarraigo que no mira más allá de su propia comodidad; que tolera la corrupción y los vicios del poder; que ignora la desgracia en que vive sus vecinos, que se regocija cada día en su propia podredumbre. Por eso nuestra condena también es al olvido y la devastación y al saqueo.

La brecha entre los ricos y los pobres es cada vez más extensa. El modelo económico en que vivimos está diseñado para arruinar todos los aspectos de nuestra vida. Consumimos para encajar en unos estándares; nos mienten de la manera más vil para mantenernos bajo control. Distraídos, sedados, entretenidos y mal alimentados, mientras ellos, la clase política y los poderosos, nos roban de los bolsillos nuestros sueños e ilusiones.

Contribuimos sin darnos cuenta a que el dominio del poder sea una maquinaria que funciona a la perfección. Es allí, en ese punto, en que cualquier manifestación que reclame dignidad y haga un llamado a la vida misma, es vista como una amenaza que planea romper ese iluso escenario perfecto en que estamos y lo que no es afín a él, ineludiblemente será visto como una desviación de la moral.

Es por eso que cuando en las calles desborda la humanidad, y quienes no temen salir a ella, muchas veces tienen que verse obligados a cargar piedras para defenderse de la violencia de la Policía antimotines, para que luego se les estigmatice y se les haga ver como vándalos y delincuentes.

Así como se estigmatiza a los que rompen los vidrios de los bancos y las multinacionales; a los que taponan las vías de la ciudad; a los que rayan las fachadas de los edificios y los que usan capuchas en las marchas. Del mismo modo como se tacha a cualquiera que opine y haga diferente en un país que cada día va más empujado al abismo, a la inviabilidad y el fracaso. Suena tan ridículo, pero nosotros mismos ayudamos a conducirlo a ese destino.

Dos siglos y la misma vieja venda sucia sobre nuestros ojos. La misma historia en constante repetición. Los mismos viejos odios inamansables. La misma enfermedad sin cura, y nosotros, frente a una pantalla, tan sedados, tan distraídos y tan mal alimentados toleramos ese inmenso espectáculo que da la clase política.

Y la burbuja parece que nunca explotará. No bastará con tirar piedras o romper vidrios. Ni siquiera bastará con taponar las vías, quemar llantas y rayar paredes. Nada va a justificar tanto inconformismo, nada va a romperse, ni siquiera con la menor estupidez. Nuestra enfermedad se llama hipocresía. Nuestra bandera es el odio. Nuestro regocijo la indolencia. Nuestro alimento es el miedo. Un país pide a gritos acabar la pasividad, y nosotros, ¿a qué más estamos esperando?

 

 

 

 

( 2 ) Comentarios

  1. Cuando en una sociedad la conciencia tiene precio el cual varía como en cualquier mercado, donde el que se acerca no es el comprador sino el vendedor, sin pudor sin ninguna vergüenza para buscar la oferta que más le conviene económicamente, sin ninguna convicción porque en su infinita ignorancia no la tiene ni la entiende como tampoco le importan las consecuencias de su acto.
    En una sociedad sin identidad sin sentido de pertenencia, egoísta y egocéntrica que no le importa el color del trapo que llaman bandera fino el precio que le pagaron por vestirla así no se de su talla como tampoco le importa lo ridículo que se vea o el daño que se hace a si mismo ya que ese trapo no es una armadura y el que su comprador puede a su antojo apretar destruir y arrebatar con lo que hay por dentro: El colombiano del común.

  2. Que me vea obligado a recoger piedras para defenderme de la policía; no es tan claro toda vez que una protesta de manifestación de inconformismo por la calidad de vida que llevamos y que es realizada por humanos contra humanos; nos muestra la descomposición social en la que vivimos.La agresión entre el mismo pueblo no es acertado; porque no protestamos dejando de consumir lo que nos indican las grandes marcas.

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Andrés Borja
Conversador entre copas - Futbolista frustrado - Intento de músico