Los resultados del plebiscito realizado el 2 de octubre han dado lugar a una serie de análisis y comentarios sobre el futuro de las negociaciones con las FARC, la legitimidad del gobierno nacional, el papel del uribismo luego del triunfo del No que lideraron, e incluso sobre el histórico problema de la abstención en Colombia que ha revivido el debate en torno a la obligatoriedad del voto.
En principio debo decir que siempre me incliné por la postura que desde una perspectiva pragmática sostenía que la refrendación jurídicamente no era necesaria. Si bien muchos, incluso del sector del Sí, manifestaron que era una forma de garantizar legitimidad para su sostenibilidad en la implementación, lo cierto es que constitucionalmente el presidente tiene la facultad de firmar ese tipo de acuerdos y podría no haber esperado a que un país con tan poca solidez en materia de comportamiento democrático, fuera quien decidiera si terminaba la guerra al menos con uno de los actores.
Y es precisamente el fruto de años de odio, rencor y politiquería mediocre, lo que pesó mucho en el resultado del plebiscito. De un lado, dejamos unos acuerdos técnicos – tal vez demasiado – imperfectos pero integrales, en manos de una clase política rancia y desprestigiada a nivel nacional, alejada de las regiones, mientras muchos de quienes lideraron el No se aprovecharon de las emociones colectivas como el temor y el rencor, así como de la desinformación, para lograr muchos de los adeptos que llevaron al ligero ´triunfo´ del pasado domingo.
Es un ligero triunfo, incluso si hubiera sido a la inversa, pues realmente estamos hablando de una quinta parte del censo electoral que apoyó el Sí, y otro tanto el No. Es cierto que por reglas de mayoría hablamos de un triunfo, pero uno al que debemos agregarle el interrogante no solamente sobre la fractura nacional sino sobre el hecho de que un poco más del 60% decidió no participar del proceso, bien por apatía, desinformación o simplemente por la desconfianza y desesperanza heredada, que en cualquier caso debe ser un motivo de preocupación.
Ahora bien, es posible que en realidad nos enfrentemos en este momento a una posibilidad de construir mayor consenso sobre los acuerdos, incluir las voces de otras fuerzas sociales e incluso de voces regionales y lo cierto es que tal vez nos podamos aproximar incluso a una sociedad civil que presione para sostener el esfuerzo que con gallardía los equipos negociadores llevaron durante estos años y que las cifras recientes sobre el conflicto reafirman.
Tenemos la oportunidad de aprender de la lección de grandeza de la población de Bojayá y Jambaló, así como trabajar más por zonas como Norte de Santander para una pedagogía de reconciliación. Quiero creer que esta es la oportunidad que se nos acaba de abrir.
Lamentablemente me resulta difícil, especialmente cuando hacemos recuento de los argumentos de quienes lideraron el No y se basaron en exasperar emociones como el temor, el rencor, el odio; en mentiras, falacias y argumentos del hombre de paja, como afirmar que las tierras serían entregadas a la guerrilla o que se sustituiría el orden constitucional, lo cual se desvirtúa con el acogimiento al fallo de la Corte Constitucional; incluyeron en las discusiones temas de familia y género que no tenían lugar en el debate, especialmente porque en el acuerdo nada se refería a la familia; han reconocido que no tienen propuestas claras para renegociar y lo poco propuesto o es igual a lo acordado, o incluso llega a desmejorar lo contenido, como por ejemplo en el tema de amnistía a guerrilleros que no hubieran cometido delitos de lesa humanidad o graves. Esta parte se encuentra en el punto 40, página 136 del acuerdo y además se acompaña de las condiciones para garantizar el equilibrio de la ecuación entre justicia, verdad y reparación, las penas alternativas, las medidas de restricción de la libertad y todo un modelo y programa basado en justicia restaurativa que garantizaba la sostenibilidad de quienes dejaban las armas en la vida civil como mecanismo para desincentivar la reincidencia.
Esto solamente me pone en el dilema sobre el querer creer y la evidencia que me muestra la existencia de intenciones de revanchismo, ambición de poder y desprecio por las víctimas.
Es un atributo asociado a la racionalidad humana aprovechar las adversidades o tiempos de crisis y transformarlos en oportunidades. Quiero creer que esta es uno de esos momentos históricos en los que podremos levantar la frente como humanidad. Quiero creer.
Publicado el: 5 Oct de 2016