Columnista:
Norvey Echeverry Orozco
Sí, negros, no morenos. Miles de negros cavaron las columnas que sostienen en pie los edificios de Bogotá, Caracas, Barcelona, Buenos Aires y New York. Más de veinte millones de negros, en 1500, fueron extraídos a la fuerza como esclavos desde el África a América para soportar las plagas devastadoras que traían los españoles, las cuales habían matado a más de 45 millones de indígenas. En el continente africano quedaron sus mujeres, sus hijos, sus muertos. Una negra, cuando fui a Cartagena, me vendió la mejor arepa de huevo que he probado en la vida. Esa negra, vestida con un delantal azul, me recordó a la negra Juana, el personaje de un relato escrito por un amigo llamado John Dayron. La negra Juana, en la narración, es la que vende en cada esquina chontaduro con sal. Varios negros de Colombia, Cuba, Nigeria, México y Venezuela, sobre trenes, lanchas rápidas, submarinos y barcos, a esta misma hora, con sus estómagos vacíos, intentan llegar a las fronteras de los Estados Unidos y España, para realizar los trabajos que los blancos aborrecen.
Un negro, cargando libros bajo su brazo, ha sido de los mejores docentes que he encontrado en la academia. Un centenar de negros jóvenes, al bordo de las carreteras, con sus fusiles terciados, alzan sus pulgares y sus paletas de pare y siga, con miradas tristes al no poder estudiar. Esos negros jóvenes, contra otros negros jóvenes, se matan en la guerra. Un negro suena a esta hora en el reproductor de internet, con una canción llamada Te invito. Entre las noticias, los medios del mundo centran la atención en Minneapolis, Estados Unidos, donde las llamas, los gritos y las piedras dañan lo que se encuentran a su paso. La furia es descomunal.
La negra Celia grita su azúcar, como pidiendo justicia por la muerte de George Floyd. Otro negro, desplazado del Chocó por la violencia, llegó a Medellín en los años ochenta para cavar las columnas en las que se soporta el peso que lleva y trae el Metro de Medellín. Un negro, en 2008, llegó a ser el presidente de los Estados Unidos. Tres negros, en el reproductor, cantan otra bella canción llamada Somos Pacífico. Otro negro, el mes anterior, me sonrió en la calle ofreciéndome bagre y bocachico. Un negro, amigo mío, en el municipio de Turbo, creó Visaje Negro —como es descrita en su página de Facebook: una herramienta etnoeducativa digital que busca difundir las tradiciones de la comunidad negra para promover el autoreconocimiento étnico en los jóvenes—. Ese mismo negro, además, capta con una cámara bellas fotografías de su región. Mábel Lara, con sus crespos hermosos y su piel brillante, es de las mejores presentadoras de noticias que tiene Colombia. Aquí, allá, al medio; saca uno, dos, tres: ese es Juan Guillermo Cuadrado con un balón de fútbol en Italia. Aquí, allá, al medio; sacaba uno, dos, tres: ese era Michael Jordan jugando baloncesto en Estados Unidos.
El censo del año 2005, arrojó que Colombia tenía una población negra de cuatro millones, y que de ellos, solo el uno por ciento ocupaban cargos públicos. Los negros nos han dado tantas alegrías: en el fútbol, en la música, en el cine, en la política, en el baile, en la ciencia, para que un policía, con su rodilla, impida que vivan. Han sido tantas las injusticias cometidas en su contra, que no es para menos la altura de sus incendios, los vidrios rotos, las piedras lanzadas, los gritos que aclaman justicia. Qué vivan, como lo dije al inicio, todos los negros del mundo.