Columnista:
Francis Rangel Riveros
Primero lo primero, alta resistencia al clima. Los despiadados climas en la ciudad, se han vuelto una característica de la misma, ya que siempre bañada por el sol llega a alcanzar temperaturas de más de 38 °C., convirtiendo en una cuestión de supervivencia adaptarse a este para desarrollar tareas diarias que impliquen mantenerse en el exterior.
Si quiere hacerse la vida más amable, se necesita sentido del humor para leer las vallas instaladas, por un alcalde ausente, que proclaman frases como “Ecociudad del agua y la energía”, ya que al llegar a casa y abrir el grifo, hay una alta probabilidad de que el agua salga color café, incluso con sabor a tierra. No se preocupe, pues pese a que la lengua no se insensibiliza, con el tiempo usted sí.
Es mejor contar con un oído bien desarrollado para escuchar, o no. Barrancabermeja está llena de ruidos con vida propia, estos son de diferentes épocas, tienen colores, poseen identidad y música, porque cada quien pone el ‘sonsonete’ que quiera, así esté a un metro de distancia del otro. En esta tierra la alegría sin bulla no tiene ningún significado y así el escándalo pasa a ser de todos y de nadie, pues nadie es responsable, pero todos hacen parte de su presencia, a tal punto que para algunos los límites del respeto “al vecino” empiezan a volverse invisibles. Una de las épocas en donde este fenómeno se convierte en parte de la cotidianidad es diciembre, cuando caminar por el andén en el corazón del comercio es presenciar una lucha por ver qué almacén tiene los pulmones más fuertes para pregonar los artículos que vende y los bafles con más potencia para opacar al resto.
Hágase a una buena bolsa, resistente y ojalá reutilizable. En la ‘hija del sol’ casi en cada cuadra puede encontrar una tienda, micromercado, supermercado o una carreta en la calle repleta de frutas de todos los colores, sabores y tamaños, que llegan prácticamente a la puerta de su casa. Incluso los árboles nutridos de mangos, a disposición de todo aquel que sea tan intrépido como para bajarlos, son comunes en la ciudad y es tan cotidiano vivir entre patillas, piñas, fresas, papayas, limones criollos y demás, que para los barranqueños deja de ser algo tan mágico como lo que realmente es. Así, se vuelve una fiesta para el paladar vivir en un territorio rebosante del dulce néctar de casi todos los frutos que se alcance a imaginar.
Para alegrar el paso y alivianar la sed, aparecen en la calle, bajo el pleno rayo de sol, las ventas de aguas azucaradas: hay de limón, de manzana verde, de caña de azúcar, de tamarindo y de todo lo refrescante que uno se pueda imaginar. Si el vendedor es de corazón amplio o usted le cayó bien, puede pedir ‘ñapa’ antes de continuar con su caminata, lo bueno es que se consiguen casi en cualquier parte y son una solución inmediata para hacerle frente al inclemente sol que siempre hace compañía. Lo más importante es no pensar mucho qué tan inmaculada es el agua, usted mejor disfrute, potable o no, en este caso siempre sabe bien.
Y continuando con el manual, le recomiendo puntualmente a las mujeres, caminar con precaución y siempre alertas. En el viento casi imperceptible de la ciudad hay un aroma a machismo, en donde los hombres se autoadjudican permisos para decir cosas con descaro y vulgaridad, mirar sin vergüenza e incluso tocar con perversión. Para ellos, me gusta pensar que no todos, el cuerpo femenino es un artículo, el cual pueden adquirir cuando les plazca, sin que la opinión de la verdadera dueña de este cuente de alguna manera. De esta forma, caminar sola se vuelve tortuoso y aterrador. Mi recomendación, luego de vivir 18 años en la calurosa, es no quedarse callada, esos “caballeros” no siguen siendo tan valientes y varoniles una vez son expuestos al escarnio público.
Por otro lado están los insectos, hay por montones. Aquí se pueden ver cucarrones, cucarachas, mariposas, pitos, grillos, chicharras, a los que se les termina cogiendo cariño; lo más bonito es que de todos ellos aprendemos que no hay enemigo pequeño, que se hace parte de un territorio vivo y en constante crecimiento.
De último, pero como más importante, está el amor a la tierra, ella es tolerante, agradecida y resiliente; que por muy caliente y ruidosa, siempre extiende los brazos para recibir a quién lo necesita. Donde la amabilidad, la alegría y el folclor de su gente lo invitan a quedarse, a tomarse una cervecita charlando en la noche, ver el atardecer en el puente vía a Yondó, comerse un buen pescado frito en el Llanito, o disfrutar un típico milo con banano. Es importante recordar que es un hogar donde todos son bienvenidos, pero que nacido en él o no, aquí todos somos huéspedes, no dueños, estamos de paso y siendo esta nuestra casa hay que aprender a cuidarla para que la bella, siga siendo bella ‘hija del sol’.
Que bella descripción de la ‘Hija del Sol’! Me transportó a mi ciudad natal, a la que llevo en el alma y en mis venas!
Volví a vivir los calores inclementes, los ruidos de la vida cotidiana en la calle, los sabores de las frutas tropicales, el son de la música, los llamados de los comerciantes y los piropos, no siempre galantes que muchos hombres utilizan para llamar la atención de las bellas mujeres que habitan nuestro ‘Puerto petrolero’.
Gracias Francis Sofía por este bello escrito; una vez más Felicitaciones!
No había leído antes mejor “radiografía” de mi añorada ciudad natal, la ciudad del petróleo, de la alegría, del baile, de la música y del bullicio. La ciudad que no duerme!
Mis aplausos efervescentes y muchas felicitaciones Francis Rangel porque se ha lucido con este manual descriptivo de supervivencia en nuestra querida Barrancabermeja.
Uy no! Con esta radiografía me desanimé para vivir allá!!!!