Hoy, 8 de marzo del 2017, nos encontraremos dos posturas: Por un lado están quienes celebran el día de la mujer; las felicitan, les dan flores y chocolates, dicen que son lo más hermoso que hay y unas guerreras. Lo cual puede ser verdad, pero que no obedece a un asunto exclusivamente del sexo.
Dicen estar muy agradecidos y agradecidas, porque sin nosotras nada sería igual y la mayoría, para medio día, estará etiquetada en una imagen en las redes sociales que dice algo como “Soñadoras, atrevidas, COMPLICADAS, lindas, apasionadas…Feliz día” o “Feliz día para todas las hechiceras que transforman en luz la vida”.
Por otro lado están quienes no celebran, sino que ven este día como una fecha para protestar, luchar, reclamar y alzar una voz en contra del machismo y la desigualdad de género. Un día para recordar las luchas de las mujeres, un día para el feminismo.
Son posturas opuestas, y en la primera va a ser posible que haya quienes aseguren que es completamente inofensivo celebrar éste día, que es sólo un simbolismo, que recibir las felicitaciones y la rosa no tiene nada de malo. Lo sé porque yo solía pertenecer a ese primer grupo y esta columna es mi reivindicación.
Hoy en las empresas recaudan fondos para invitar a sus empleadas a chocolates y flores, en un país que es el número 39 en el Global Gender Gap Report (Informe de la brecha global de género) realizado el año pasado por el Foro Económico Mundial. Un informe en el que el país sigue dejando mucho qué desear en indicadores como participación económica, oportunidades laborales, salud, empoderamiento político y logros académicos para las mujeres.
Hoy agradecen a las mujeres su trabajo en Colombia, al interior de la región latinoamericana, donde la brecha de género sigue siendo una de las más altas a nivel mundial (30%)* superada por el Este de Asia y el pacífico (32%) y por Medio Oriente y el Norte de África (39%), lo que da testimonio de la desigualdad de condiciones laborales y salariales de las mujeres frente a los hombres, desigualdad que según el mismo informe puede ser reducida con voluntad política de forma exitosa hasta en un 85%.
Qué vamos a celebrar, no sólo en Colombia sino en el mundo, si hay culturas en las que aún se considera una maldición nacer con vagina, donde las mujeres aún se consideran propiedad de los hombres y están bajo su “tutoría”, donde deben caminar detrás de los hombres como señal de respeto, donde la ablación del clítoris es una práctica normalizada.
Hay poco por celebrar cuando hoy por hoy son gabinetes de hombres en su mayoría los que deciden si las mujeres tendrán o no derecho a abortar.
Para qué flores si seguimos siendo víctimas de violencia de género, para qué tarjetas en tonos pasteles que refuerzan estereotipos de género diciendo que somos la alegría de nuestro entorno, ya sea la oficina, el colegio o el hogar, si cuando luchamos por la igualdad nos llaman “feminazis”.
Para qué serenatas, si vivimos en un país donde los hombres se enojan y nos dicen que exageramos cuando les pedimos no darnos ningún tipo de cumplido en la calle: -¿Ni siquiera uno respetuoso? Reclaman cínicamente. Sí, ni siquiera uno “respetuoso”.
Para qué chocolates por parte de una sociedad que no se indigna de manera colectiva –y real– ante la violación de niños y niñas; donde la iglesia, el Estado y el sistema judicial culpan a las víctimas y siendo cómplices de que la violencia de género y sexual se tornen en algo cotidiano y sistemático.
Después de entender todo esto, yo pasé a ser parte del segundo grupo, del que no celebra sino que conmemora una fecha que nos recuerda que aún hay trabajo por hacer; derechos y espacios por conquistar. Pasé a ser del grupo de las feministas. A compartir sus causas y su búsqueda por la igualdad entre los géneros, que es lo que pretende el feminismo así haya quienes piensen y prediquen falazmente lo contrario.
El feminismo no promueve el odio a los hombres; tampoco debería ser usado entre mujeres para juzgar, descalificar o demandar cosas a otras. El feminismo busca irrumpir con las asignaciones de roles y de género, históricas y culturales cuya ambición es perpetuar la subordinación de la mujer.
El feminismo trabaja en abolir desigualdades que no sólo oprimen a la mujer declarando su inferioridad al considerarnos “seres más emocionales que racionales” por ejemplo, sino que crean también para el hombre modelos normativos que lo violentan; un ejemplo básico: crear el imaginario de que los hombres jamás deben llorar, todo deben soportarlo y ser los proveedores por naturaleza.
Si usted querido lector, hombre, mujer o del sexo que desee considerarse, ve en este día más que una celebración, la conmemoración de la lucha de las mujeres que murieron en esa fábrica, o de las mujeres de aquella huelga de hambre, o se le pasan por la cabeza las conquistas de las sufragistas que lograron que las mujeres pudieran votar, o de cualquiera que haya aportado a esa búsqueda de la igualdad consignada en el feminismo, tal vez usted pueda llegar a ser un feminista.
Pero no se asuste, no es algo malo. Ser feminista significa reconocer y combatir las brechas y violencias que mencioné anteriormente. Significa, por ejemplo, pedir el mismo salario por el mismo empleo. Ser feminista en palabras de la escritora y novelista Chimamanda Ngozi Adichie, significa creer en la igualdad social, política y económica de los sexos.
*En este informe, el puntaje más alto que puede obtenerse es 1 (igualdad) y el menor es 0 (Desigualdad) y Colombia obtuvo 0.0727.