Pregúnteme cuánto me importa

Opina - Sociedad

2016-07-20

Pregúnteme cuánto me importa

El escritor de esta columna imagina lo que sería la respuesta de un congresista a las críticas formuladas por un tuitero.

Amigo tuitero: reciba mi saludo cordial. Soy congresista y quiero informarle que me importan un carajo sus opiniones.

A usted le indignan mis actos, lo sé. Por ejemplo los beneficios brindados cada tanto a mi departamento con la construcción de polideportivos, o los puestos públicos para mis amigos. Le molestan esas situaciones que permito, contrataciones jugosas por todo el país, proyectos de ley injustos cuyo fin es enriquecer empresarios (y de paso ensanchar mis propias arcas), opacar debates e investigaciones dirigidas al grueso de mi bancada, incluso a colegas de otros partidos.

He leído sus tuits donde me insulta, se burla de mi papada o de mi vientre abultado y hasta se regocija emprendiéndola contra mi esposa, mis hijos y mi madre; me ha llamado “criminal”, “ladrón”, “rata”. Y lo que deseo decirle es simple, amigo: me resbalan esos insultos y mofas pues no tienen ningún efecto.

Mientras usted redacta sus ofensas a través de Twitter, yo estoy ocupado en asuntos más productivos como mis negocios particulares (sí, esa es la razón por la cual soy congresista) u obstaculizando los negocios de otros congresistas. Muchos tuiteros le celebran sus frases ingeniosas – los he leído, no crea que sólo lo leo a usted – y manifiestan estar de acuerdo: “no dejemos que nos roben”, escriben, “¿Hasta cuándo vamos a mantener a esos ladrones del Congreso?” se preguntan. Cuando leo esas declaraciones indignadas siento una profunda lástima. Porque gente como usted se dedica a la ficción mientras yo me dedico a la realidad.

Ninguno de sus minúsculos panfletos de Twitter modificará el orden de las cosas.

Imagen cortesía de: maxitell.wordpress.com

Imagen cortesía de: maxitell.wordpress.com

Por varias razones: las decisiones que me han permitido enriquecerme se toman desde los poderes públicos, no desde una red social de internet donde cualquier persona puede cacarear lo que quiera y cuanto quiera; si usted aspira a que se mejoren las condiciones de este país, es decir, que personas como yo no estemos lucrándonos a punta del esfuerzo de las demás, debería dejar sus críticas de teclado y lanzarse al juego de la política, hacerse elegir y venir a quitarme el puesto (aunque lo veo difícil en su caso, hay que abandonar la tranquilidad del computador o del teléfono y salir a las calles para ser político pues nadie, ni siquiera las estrellas de Twitter, puede gobernar mediante internet); mis votantes no viven en Bogotá, señor tuitero, ni tienen cuenta de Twitter porque ellos habitan pueblos o veredas lejanas y se conforman con las migajas que les boto cada vez que hay elecciones, mercaditos, camiseticas, juguetes.

Siga entonces con sus alaridos digitales, amiguito. Me critiquen o no, estoy inmune. Yo también seguiré llenando mi barriga. Debería preguntarme cuándo nos encontremos – aunque no lo creo porque me disgusta mostrarme en público -, cuánto me importan sus pedradas. Le daría una palmadita en la espalda, me ajustaría el nudo de la corbata, le ordenaría a mis quince escoltas que no se detuvieran, que siguiéramos caminando, y recordaría la inutilidad de discutir con los inferiores.

Lo más probable es que mi respuesta sea reírme a carcajadas en su cara.

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Darío Rodríguez
Ese es el problema.