¡¿Por qué me tocó nacer en Colombia?!

¿Cuándo fue la primera vez que sintieron que no encontraban su lugar en el mundo, que nadie los entendía, que nadie se preocupaba por ustedes?, ¿cuándo fue la primera vez que sintieron que un lugar, una persona los abrazó con el alma y les calentó el frío del corazón?

Opina - Conflicto

2020-09-16

¡¿Por qué me tocó nacer en Colombia?!

Columnista:

Ana Prada-Paéz

 

¿Cuándo fue la primera vez que sintieron que no encontraban su lugar en el mundo, que nadie los entendía, que nadie se preocupaba por ustedes?, otra pregunta, ¿cuándo fue la primera vez que sintieron que un lugar, una persona los abrazó con el alma y les calentó el frío del corazón?

Por mi parte, no me acuerdo cuándo fue la primera vez que me sentí fuera de lugar, seguramente fue cuando era niña, pero, recuerdo llegar por primera vez a Pasto. Las 22 horas de viaje en bus desde Bogotá no fueron suficientes para resolver mis preguntas sobre cuál podía ser mi lugar en el mundo, como una bogotana profundamente inconforme con la realidad de su ciudad, convencida de que tenían que existir más opciones para los que no son sentíamos a gusto con las dinámicas capitalinas.

La ciudad sorpresa, una ciudad fría me abrazó tan pronto llegué en época de carnaval, como si el volcán Galeras se hubiera apiadado de mí, de mis preguntas, de mis dudas y las hubiera convertido en un sendero. En las fincas campesinas de San Felipe, Yacuanquer, Obonuco, la Florida, Ancuya, Sandoná y El Encano encontré en un tinto con pan más que comida, encontré un motivo.

¿Por qué ir a trabajar a zona roja? una vez me preguntó una amiga hace muchos años, inicialmente, aceptaba trabajos en zonas rojas porque era poca la oferta de profesionales interesados en trabajar en esos lugares, y porque sentía que no tenía nada que perder, con el paso del tiempo, las montañas, los ríos, las quebradas, las parcelas, las huertas, el piedemonte, los bosques, las personas las historias me permitieron ver de aquello de lo que no me había dado cuenta, de que Colombia está llena de motivos.

Tal como cuenta Molano en sus cartas a su nieta Antonia, recorrer Colombia a lomo de mula inspira, te invita a sentipensar un propósito en el amor a un país que nos exaspera, nos conmueve y nos interpela diariamente. Sentir tan cercanas las luchas por el territorio, porque lejos de pensar a las personas que viven en las regiones como bandidos y desadaptados, los entendemos como personas arraigadas a su territorio, a sus montañas y sus ríos, que han encontrado su motivo en permanecer en el territorio, un derecho que sigue costando vidas.

No están escritas las preguntas que le hice a las montañas del macizo, sentada en el parque de Policarpa, Nariño o en El Tarra visitando cultivos de pancoger de pimentón o andando en silencio por el río Caguán. Pensando, sobre todo, sobre la vida, los recuerdos, las conversaciones. Admirando los paisajes colombianos la vida pasa como una fotografía en cinco minutos, la gratitud de llegar a tiempo a una comunidad lejana a compartir palabra sobre el futuro soñado y que te reciban con un queso caqueteño recién preparado. Trasnochar en Puerto Matilde, región del Magdalena Medio, escuchando historias de cómo los paramilitares se llevaron casi todo, menos la dignidad de las personas.

En días como estos creo que más de un colombiano nos preguntamos por motivos para permanecer esperanzados por nuestra condición de colombianos. Me parece que basta con mirar a nuestras montañas, nuestros mares, nuestros ríos, nuestros bosques, sus historias y las de quienes los defienden para entender que la lucha realmente no es entre centro, derecha o izquierda, es de personas profundamente heridas que buscan un camino, que quizá en la dignidad, en la reconciliación, en verse en los ojos del otro pueden encontrar ese calor en el corazón que no hemos podido encontrar empuñando un arma para matar al hermano.

 

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Ana Prada-Páez
Viajera, columnista, fan de la comida local y emprendedora. Ana es amante de la ruralidad latinoamericana, ha acompañado procesos productivos orgánicos y agroecológicos en Colombia, México, Guatemala, Costa Rica, Ecuador y Perú, trabajando para poner su granito de arena en la construcción de un campo más diverso, soberano y digno. Rotary Peace Fellow.