¿Por qué deberíamos hablar específicamente de feminicidios?

A pesar de que pueda parecer aburridísimo (o no) enterarnos sobre cuestiones legales o cualquier otra cosa que nos dé herramientas para luchar contra el sistema sexo/género que reproducimos, las personas feministas y no feministas tenemos el deber de formarnos** para dar estas y muchas otras discusiones.

Opina - Política

2020-06-30

¿Por qué deberíamos hablar específicamente de feminicidios?

Columnista: 

Mariana Muñoz

 

Durante estos días he sentido un constante sentimiento de dolor e indignación al ver las cifras de feminicidios en el país y en el mundo. Sé que muchas y muchos tienen la misma sensación de que la violencia de género no se detiene y, que además, parece cobrar fuerza en ciertos momentos. También sé que hay muchas y muchos otros que en cambio cuestionan la idea de feminicidio y se preguntan por qué no se cataloga como un homicidio o por qué salen tantas mujeres feministas y no feministas a rasgarse las vestiduras por los hechos. Por eso creo importante que alimentemos la conversación sobre la violencia de género y el feminicidio como su expresión máxima.

Algo importante para discutir respecto a este término es parte de la historia de su nacimiento. La palabra feminicidio se construye en América Latina tras una investigación de Marcela Lagarde donde buscaba comprender las violencias que vivieron un grupo de mujeres secuestradas en Ciudad Juárez en México, que además fueron violadas, torturadas y asesinadas. No parece una coincidencia que el término surgiera en América Latina teniendo en cuenta que esta es la segunda región donde más matan mujeres por el hecho de ser mujeres. Aunque a este antecedente se le suma la contribución de la sudafricana Diana Russell con el término femicide y otras discusiones anglosajonas sobre el significado de dicho concepto siglos atrás.

Como decía, América Latina es la segunda región donde más matan mujeres después de África. Las cifras durante el año pasado son disientes de la realidad que vivimos las mujeres latinoamericanas dada la violencia basada en género (que por supuesto también se produce en otras partes del mundo) y donde se reproducen constantemente los roles y la discriminación por género. Es increíble que más o menos cada dos horas es asesinada una mujer y, que para el año 2018, por ejemplo, murieron más de 3500 mujeres por el hecho de ser mujeres. Las cifras en el mundo son abrumadoras: en un solo día se cometen aproximadamente 137 feminicidios y como varios países, tanto en América Latina como en el mundo, no han tipificado el delito de feminicidio en sus sistemas penales o pueden existir fallas de identificación del delito en el sistema jurídico, seguramente la cifra de feminicidios es mayor.

Según UNWomen, el feminicidio se define como el “asesinato de una mujer por el hecho de serlo, el final de un continuum de violencia y la manifestación más brutal de una sociedad patriarcal. Este fenómeno ha sido clasificado según la relación entre víctima y victimario en cuatro categorías: i) Feminicidio de pareja íntima, ii) Feminicidio de familiares, iii) Feminicidio por otros conocidos y iv) Feminicidio de extraños, todos estos atravesados por las diferentes opresiones que viven las mujeres día a día”

En esa definición se encuentran por lo menos tres cosas para pensar. La primera es que, cuando se habla de que asesinan a las mujeres por el hecho de serlo, lo que se quiere decir es que a las mujeres nos matan como resultado de dinámicas patriarcales donde el simple hecho de concebirnos como mujeres nos hace más proclives a sufrir dichas dinámicas. A las mujeres las matan menos que a los hombres, sí, es cierto, pero quienes matan a las mujeres son en su mayoría hombres. A las mujeres las violan más que a los hombres, también es cierto, y además quienes en su mayoría las violan son hombres. Y la lista sigue.

La segunda cosa a resaltar es que el feminicidio es un hecho violento que la mayoría de las veces se produce tras una cantidad de sucesos violentos previos que culminan en dicho feminicidio. A eso se refiere la idea del continuum de violencia: todo comienza con humillaciones, desprecio, luego siguen los empujones, el control, luego los golpes y, finalmente, el feminicidio. La violencia va escalando hasta que no hay marcha atrás y la violencia basada en género encuentra su máxima manifestación en el feminicidio.

La tercera cosa para pensar al respecto es que a diferencia de las muertes de los hombres, que son perpetradas en su mayoría por otros hombres, en general por desconocidos o enemigos; a las mujeres las asesinan mayoritariamente sus familiares, amigos, parejas o exparejas y, en general, aquellos hombres que forman o formaron parte de su vida y de sus hogares. Según las Naciones Unidas, más de la mitad de los feminicidios en el mundo son cometidos por familiares o parejas. Vale la pena además ver las cifras en Colombia donde, por ejemplo en febrero de 2020, la mayoría de los casos en los que se reporta quién fue el feminicida se trata de alguien que había tenido algún tipo de relación familiar o sentimental con la mujer asesinada. Hagan el ejercicio de buscar los otros informes y podrán evidenciar el patrón con facilidad.

Y no se trata de que patologicemos a estos hombres. No es que los feminicidas sean enfermos mentales o se encuentren en un estado de “ira e intenso dolor” como en muchas ocasiones alegaban los abogados defensores de estos para atenuar las penas frente a delitos donde claramente el feminicida ejercía violencia de género. Más bien se trata de hombres o sujetos masculinos nacidos y criados en el machismo, la discriminación basada en género, los roles de género patriarcales, entre muchas otras dinámicas violentas, y que reproducen esos patrones del sistema patriarcal en sus vidas y con respecto a las relaciones afectivas que construyen.

Un hecho que me produjo pesadillas por semanas y me indigna profundamente fue el feminicidio que sufrió Rosa Elvira Cely. Este hecho motivó la presión suficiente para que se promulgara la ley que tipifica el feminicidio en Colombia y, despertó tanta rabia en el movimiento de mujeres y el movimiento feminista, que puso de manifiesto en muchos medios de comunicación que a las mujeres* nos asesinan, nos torturan, nos violan, nos secuestran y demás.

Enunciar esas violencias basadas en género, nombrarlas, hacerlas reconocibles y contextualizarlas o situarlas a partir del sufrimiento tan atroz de cuerpos feminizados, como el de Rosa Elvira Cely, permitió que se abriera una conversación social, política y jurídica sobre por qué matan mujeres, quiénes lo hacen, cómo lo hacen y qué deberíamos hacer como sociedad para evitarlo. Sin embargo, me queda la horrible sensación de que tienen que pasar todas estas violencias, los feminicidios de Daniela Quiñones, Heidy Soriano, su hija de 4 años y de Yenny Vega, para que como sociedad volvamos a darle pista a todas esas preguntas y discusiones sobre los feminicidios, para que no invisibilicemos y normalicemos las violencias que viven las mujeres.

Por ejemplo: ¿por qué será que el abogado de Santiago García Zamora a quien se señala de haber cometido el feminicidio de Daniela Quiñones pide que el asesinato no sea considerado feminicidio, sino homicidio, aun cuando los relatos que ha recogido la prensa sobre el caso concuerdan con algunos de los elementos que menciona la ley? A pesar de que pueda parecer aburridísimo (o no) enterarnos sobre cuestiones legales o cualquier otra cosa que nos dé herramientas para luchar contra el sistema sexo/género que reproducimos, las personas feministas y no feministas tenemos el deber de formarnos** para dar estas y muchas otras discusiones.

Por eso hay que ir a la Ley Rosa Elvira Cely, donde se establecen las pautas para considerar el asesinato de una mujer como feminicidio en Colombia, pues es importante recordar que NO todos los asesinatos de mujeres son feminicidios. Si por ejemplo la mujer es asesinada como producto de un robo y, eso es todo lo que podemos decir del hecho, seguramente ese caso no será considerado un feminicidio en Colombia, mientras que si la mujer es asesinada por su expareja tras años de maltratos y golpes o violaciones, seguramente se consideraría un feminicidio. Por esto la ley establece algunos parámetros para que sepamos qué elementos caracterizan a un feminicidio:

  1. a) Tener o haber tenido una relación familiar, íntima o de convivencia con la víctima, de amistad, de compañerismo o de trabajo y ser perpetrador de un ciclo de violencia física, sexual, psicológica o patrimonial que antecedió el crimen contra ella.
  2. b) Ejercer sobre el cuerpo y la vida de la mujer actos de instrumentalización de género o sexual o acciones de opresión y dominio sobre sus decisiones vitales y su sexualidad.
  3. c) Cometer el delito en aprovechamiento de las relaciones de poder ejercidas sobre la mujer, expresado en la jerarquización personal, económica, sexual, militar, política o sociocultural.
  4. d) Cometer el delito para generar terror o humillación a quien se considere enemigo.
  5. e) Que existan antecedentes o indicios de cualquier tipo de violencia o amenaza en el ámbito doméstico, familiar, laboral o escolar por parte del sujeto activo en contra de la víctima o de violencia de género cometida por el autor contra la víctima, independientemente de que el hecho haya sido denunciado o no.
  6. f) Que la víctima haya sido incomunicada o privada de su libertad de locomoción, cualquiera que sea el tiempo previo a la muerte de aquella.

[Las negrillas y cursivas son mías].

Por ello cuesta creer que se pueda alegar el asesinato de Daniela Quiñones como un homicidio y ya, como sugiere el abogado de Santiago García Zamora, si su razón para matarla es que ella se negó a tener sexo con él y que por eso merecía ser atacada con un arma blanca en su cabeza para luego desnudarla y tirarla al río Cauca. Y aunque pueda parecer que no es necesario dar aquellos detalles, estos son importantes para notar cómo ese hombre ejerció acciones de opresión físicas y simbólicas sobre el cuerpo y la vida de Daniela, por ejemplo. En esos actos no solo se vislumbra el desprecio por la vida de las mujeres, sino un ejercicio de poder sobre nuestros cuerpos donde no se nos considera dueñas de nosotras mismas, sino que más bien vivimos bajo la voluntad del deseo y la violencia masculina. No es no, pero algunos creen que no podemos negarnos a tener sexo con ellos.

Además de estas y muchas razones que tienen que ver con la misma manifestación del sistema patriarcal y la reproducción del desprecio por la vida de las mujeres, se encuentra el hecho de que la tipificación como feminicidio, en comparación con el homicidio, contempla penas más altas y la imposibilidad de realizar preacuerdos con los jueces. Si se omiten todas aquellas manifestaciones violentas específicamente contra las mujeres, como las descritas en la ley anterior, la tipificación como homicidio de un feminicidio le da ventajas jurídicas al posible agresor, y hace manifiesto el desprecio por las víctimas. Es que las mujeres no aparecemos por ahí muertas, más bien nos asesinan y muchos de esos asesinatos son por el mismo hecho de ser mujeres. Y qué me dicen del desprecio que demuestra este abogado al referirse a Daniela como “la niña”; esa corta afirmación me da para escribir otro par de columnas.

Por eso es importante reconocer, como lo hace UNWomen, que el feminicidio “hace parte de las múltiples y complejas violencias contra las mujeres, y no puede entenderse sólo como un asesinato individual, sino como la expresión máxima de esa violencia, en la que el sometimiento a los cuerpos de las mujeres y extinción de sus vidas tiene por objetivo mantener la discriminación y la subordinación de todas”. No son casos aislados, no es que a tal mujer le gusta que le peguen o que ella se lo buscó porque salió de noche y con falda, sino más bien, que hay que trabajar por identificar todos aquellos patrones de comportamientos masculinos y femeninos que contribuyen a que la expresión máxima de todo ese montón de violencias contra las mujeres sea el feminicidio.

La importancia del feminicidio y de su reconocimiento y enunciación es justamente hacer evidente de manera pública ese desprecio y las otras muchas manifestaciones del sistema patriarcal y, en específico, de la violencia basada en género. Si lo que no se nombra, no existe, vale la pena resaltar el valor simbólico de la tipificación del feminicidio en países latinoamericanos donde ocurren decenas de feminicidios por día; así como resaltar que el reconocimiento de este delito es una apuesta política que pretende no solo hacer visible la violencia machista y patriarcal, sino también intentar frenarla, pues cómo cambiamos alguna dinámica sin hacerla reconocible.

Es hora de llamar a las cosas por su nombre y, más específicamente, por el nombre que nos da herramientas políticas, simbólicas y jurídicas para reconocer, denunciar y unirnos contra la violencia basada en género.

Ya basta. No olvidamos. Por las que ya no están, por nosotras y por las que vienen.

 

*Cuando hablo de mujeres incluyo por supuesto a las mujeres trans, porque las mujeres trans son mujeres y porque la ley contempla que el feminicidio en Colombia se lleve a cabo por la identidad de género; es decir, contempla que las mujeres trans sean asesinadas por ser mujeres trans.

** Escribí otra columna sobre la importancia de la formación feminista para todas y todos: https://www.laorejaroja.com/por-la-construccion-de-mas-gafas-feministas/.

 

Ilustración: cortesía de La voz de la frontera

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Mariana Muñoz
Feminista, antirracista y politóloga. Construyo desde los feminismos diversos en SITUADAS y presento #MalditoGénero.