Pequeño ministro

En los últimos años, se han instalado burócratas que no han hecho más que desfigurar la educación pública.

Opina - Educación

2018-07-04

Pequeño ministro

El clamor de maestros y maestras para que el Ministerio de Educación sea ocupado por alguien que sepa de educación no es irrisorio. A contrapelo de las realidades sociales, en los últimos años, se han instalado burócratas que no han hecho más que desfigurar la educación pública y que la han puesto patas arriba en desmedro de su importancia cultural y social. Mientras en los escritorios se plantean estratagemas para elevar la calidad de la educación (concepto devenido en demagogia), en la escena escolar el hambre, la violencia, la escasez, el hacinamiento golpean con brutal crudeza.

En la brega social, la educación no ha sido un derecho para el pobre y, en el ejercicio de la misma, se ha usurpado su valor directo. Las élites políticas han enflaquecido el sentido formativo para nutrirlas con su calostro mercantil. La escuela pública, a toda costa, ha padecido y resistido los gobiernos que no la miran con respeto y que, por el contrario, tiemplan cada vez más su dedo para señalarla y juzgarla con un agobiante clasismo. Gobiernos con desvaríos faraonescos que no escuchan ni atienden.

En una visita del presidente Santos —acompañado de su otrora ministra de Educación Gina Parody— a una escuela pública en Cartagena, y luego de pronunciar el eterno e insípido discurso acerca de la educación (ya saben: mejorar la calidad, mejorar los resultados), un niño le entregó una carta, que el mismo presidente leyó: “Hice este papelito escondido, anoche, antes de dormirme, para darle un saludo (…) y pedirle que nos regale un parquecito”. El niño cartagenero, en su inocencia, demuestra la sabiduría de la que han carecido los gobiernos, y da, por supuesto, una gran pista: el énfasis debe hacerse en las vidas humanas, más que en vínculos externos.

Desde la practicidad del ejemplo cabrían las preguntas ¿Qué sentido tiene mejorar los resultados en las pruebas estandarizadas, cuando el aprendizaje social, corporal y cognitivo (aquel que posibilitan los parques escolares y que corresponde a un adecuado ambiente educativo) es sacrificado? ¿Cuál es el costo vital y experiencial que asumen los niños y niñas en esa configuración híbrida de escuela-empresa? ¿Se atienden las prioridades de la educación pública? El niño invita a pensar en los fines de la educación y, además, en la revisión del fondo y las formas de las políticas educativas. Tal sabiduría infantil, con atributos filosóficos y pedagógicos, debería ser atendida.

Ahora, dudo que nombren a alguien cercano y defensor de la educación, pues eso implicaría contrariar las políticas del gobierno (que siempre han beneficiado a las élites), y que como bien se establecen en el programa de Iván Duque, no se acercan a las demandas específicas del campo educativo y menos a las de las comunidades. Mucho más cuando el jefe de su partido, el senador Álvaro Uribe Vélez, ve en el sector educativo a un enemigo colectivo.

Mientras nombran ministro de educación, propongo volver sobre los intereses y las necesidades de los niños y niñas, pues no puede existir mejora de la educación sin su reconocimiento, y si me apuran, propongo a este niño como el reemplazo de la actual. Quizás así no se hacen tantas burradas (con el perdón del burro).

«Los niños deben ser muy indulgentes con los adultos. Pero, claro está, nosotros que comprendemos la vida nos burlamos de los números». (El principito. Antoine de Saint Exupery).

 

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Imagen tomada del Ministerio de Educación Nacional de Colombia

 

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Marco Fidel Gómez Londoño
Profesor e investigador. Integrante Grupo de investigación Prácticas Corporales, Educación, Sociedad- Currículo (PES). Universidad de Antioquia.