Nostalgia

Opina - Política

2017-08-03

Nostalgia

Publican los periódicos fotografías nostálgicas de los presidentes Juan Manuel Santos y Nicolás Maduro cuando sus relaciones eran inmejorables.

Y uno siente la misma sensación que experimenta cuando encuentra, en los más recónditos rincones de su cajón de cosas viejas, aquellas fotos de la primera novia: esa con la cual las relaciones se acabaron hace tiempos, con la carita recostada en el hombro y la sonrisa pícara a flor de labios.

Son crueles los periodistas que acompañan estas fotos melancólicas con duros epigramas: “Colombia no reconocerá resultados de la Constituyente de Maduro en Venezuela”.

Como si para la vigencia institucional del vecino país fuera vital (en términos de Derecho Internacional) semejante reconocimiento por parte del vecino de al lado.

En esto como en otras cosas, se equivoca el Presidente Juan Manuel Santos. Él está acostumbrado a los auto-goles; se le ha dicho aquí varias veces.

Y ahora está a punto de marcarse otro: ¿qué carajos hace el señor Presidente de Colombia metido en los berenjenales del patio vecino? ¿Quién lo llamó a opinar o dar consejo?

Santos es un mandatario que hizo «diana 10» con el proceso de paz,  pero que no tiene nada más que mostrarle a la posteridad, distinto de una cuantos cientos de casas gratis y varias decenas de kilómetros de carreteras hechas, sobre todo en Antioquia, que los malagradecidos paisas no le han valorado, y que paradójicamente se ha dedicado, como diría el gran fabulista español Félix María Samaniego en su entrañable soneto “La Serpiente y la lima”, a “dar coces contra el aguijón”.

En efecto, ¿para qué carajos se mete Juan Manuel Santos en predio ajeno? ¿Qué necesidad tiene el presidente Colombia de opinar o de participar en el proceso venezolano?

Desde 1830, la República integrada de Colombia, que incluía a Venezuela y Ecuador, dejó de existir. El Presidente de Nueva Granada ya no es el mandatario que rige los destinos de esas dos fracciones.

Entonces ¿qué hace Santos interviniendo y opinando en los asuntos internos del hermano país?

En una vieja revista femenina que no les faltaba a mis hermanas en mis épocas de infancia existía una columna llamada “Vestidas por sus enemigas”. El presidente Santos, tan bien vestido siempre, parece asesorado ideológicamente por sus enemigos: no da una.

Y lo único que se ha ganado es vaciada tras vaciada del mandatario vecino, que aunque carece de modales está asistido por la razón.

Si el presidente Nicolás Maduro ha convocado a una Asamblea Constituyente, es asunto de él y de los venezolanos. No se ve la razón por la cual la oposición ese país, que alega ser mayoritaria, le tiene miedo a esa convocatoria, pues si son mayoría inevitablemente habrán de imponerse. Si no lo son, deberán soportar las consecuencias de la democracia que es el gobierno de las mayorías. Pero al final eso es asunto de ellos y de nadie más.

Juan Manuel Santos nada tiene que hacer ahí. Ese no es su problema.

Colombia se desmorona por la corrupción. Las cárceles están monstruosamente hacinadas y en ellas se viola minuciosamente los derechos humanos. La salud está manga por hombro. La educación es una vergüenza. El desempleo, aunque registró un índice favorable de un punto (creámosle al DANE), no es propiamente el más encomiable. El crecimiento económico está en entredicho por los organismos expertos, etc. etc.

Esos son los renglones en los cuales la Presidencia de la República tiene que emplearse a fondo. ¿Qué objeto tiene cazar peleas con el mandatario vecino? Hay que dejar a los venezolanos resolver, ellos solitos, sus problemas internos. Afronte usted, señor presidente Santos, los múltiples retos del pueblo colombiano que son muy variados y gánese de verdad el puesto a que aspira en la Historia, no solo como conquistador de la paz y ganador de un premio Nobel, sino como un presidente mesurado, que supo respetar el derecho a la autodeterminación de los pueblos vecinos.

 

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Armando López Upegui
Historiador, Abogado, Docente universitario y Maestro en Ciencia política.