Columnista:
Francisco Cavanzo García
El clima o la guerra atómica, ¿cuál es la más grande amenaza del mundo democrático en el siglo XXI? La respuesta es un poco más dura de enfrentar que cataclismos hollywodescos; sin embargo, asimismo es más sencilla: la amenaza a la libertad de expresión. No obstante, no solo estoy hablando de las aterradoras cifras de desapariciones o asesinatos de periodistas o investigadores en la región latinoamericana, en donde las personas no pueden ejercer su profesión sin temor a consecuencias dantescas en sus países aparentemente civilizados. Hablo más bien, de asesinatos morales, que eliminan, cancelan y obliteran vidas completas en cuestión de segundos, con algunos caracteres y un par de clicks.
A finales de los años 40, George Orweel escribió y publicó su novela 1984, en ella se relatan las vicisitudes y penurias de Winston Smith, un ciudadano ordinario en un mundo distópico y antidemocrático, gobernado por un partido único que dicta qué es la verdad y qué es lo correcto. En el mundo creado por Orwell, el Partido y el Gran Hermano han logrado cambiar la estructura mental de sus ciudadanos, allí dos más dos no son cuatro, sino cinco; ahí, quien controla el pasado controla el futuro y quien controla el presente controla el pasado. El poder ejercido desde el Partido no consiste solamente en tener el monopolio «legítimo» de la fuerza, sino en resquebrajar, desarmar las mentes humanas y en recrearlas en las formas más convenientes para ellos. No obstante, algunos lectores se preguntarán: pero ¿este tipo de qué habla? Esto parece sacado del Tercer Reich o de alguna dictadura comunista, esto no pasa en el mundo contemporáneo. Y es allí donde muchos estarían peligrosamente equivocados.
El control de lo que pensamos ya no recae en regímenes autoritarios únicamente, ahora son diferentes sectores defensores de distintas ideologías que se encargan de moderar y aplicar la forma en la que opinamos, en el modo en el que hablamos, en la manera en la que concebimos nuestras vidas. Ha nacido un Ministerio de la Verdad que genera una nueva forma de expresarnos, una neolengua, encarnado particularmente en corporaciones gigantescas.
A través de los últimos años, y con el crescendo de las redes sociales, una desbandada de información ha invadido nuestros teléfonos, nuestras laptops y nuestros hogares; a pesar de esto, cuando se supone que toda clase de voces serían permitidas en diferentes debates públicos, son tan solo algunos los que ostentan la llamada iluminación de la verdad, y se les es permitido expresarse. Desde ambos espectros políticos se cancelan no solo las opiniones contrarias o las declaraciones controversiales, por medio de redes como Twitter; se cancelan las vidas de las personas, se han perdido trabajos, amistades o relaciones en consecuencia de estos ataques multitudinarios a opiniones divergentes.
En los primeros días del 2021 esto es más que obvio. Importantes voces como las de algunos miembros de la nuevamente sublevada guerrilla de las FARC o como la de Donald Trump (a pesar de lo controversial de los ejemplos es claro que estas corporaciones de Internet se han ungido como jueces y verdugos para dictaminar quién puede o no expresarse). Han quedado silenciadas para siempre en el ciberespacio; y más allá de los juicios morales que se puedan ejercer en contra de sus opiniones, la libertad es un derecho fundamental e inherente a la existencia de los seres humanos ya sea que estemos de acuerdo o no con lo que se expresa.
El Internet se ha transformado en el arma de destrucción masiva más peligrosa, no solo para la libertad de expresión, sino para la libertad en general. Si algunos grupos pretenden moldear la manera en la que nos expresamos, quién evitará que pasen a otro ámbito social, cómo nos vestimos, por quién votamos, a quién amamos. La intención de algunos sectores políticos es la de reescribir el mundo a su imagen y semejanza, cada libro ha sido reescrito, cada imagen, repintada, cada estatua, calle y edificio han sido renombrados, cada fecha ha sido alterada… La historia se ha detenido.
Nada existe excepto un presente sinfín en el que el Partido siempre tiene la razón. Así, es como George Orwell nos advirtió de un futuro desesperanzador y en apariencia inalcanzable, la responsabilidad de que el siglo XXI no sea como 1984 recae en cada uno de nosotros.