Manifiesto de un mestizo

En Antioquia nos persiguen muchos estigmas y se refuerzan cada vez que, al escuchar aquellas arengas, decimos cuán regionalistas extremos somos: ¡Viva mi Antioquia federal!, o: ¡sin Antioquia el resto del país no es nada!, o: ¡van a saber lo que es bueno cuando seamos una república independiente!

Opina - Sociedad

2019-07-05

Manifiesto de un mestizo

Autor: Eddie Vélez Benjumea

 

Tal parece que cada vez son más los colombianos de bien. ¿O me equivoco? De «buenas costumbres» patrias. De actos firmes y rectos, y que llevan siempre la mano en el corazón, buscando las sendas del conservadurismo y prolongar, hasta más no poder, las tradiciones autóctonas de nuestro pueblo criollo y mestizo, que en ocasiones corroen las banderas insignias que nos hacen el pueblo que somos.

Soy criollo de pura cepa. De chicharrones de veinticuatro patas, fríjoles verdes y aguacate criollo. De ajiaco y patacones con hogao. De mojarra frita y arepa de huevo con ají. No tengo poncho, pero sí me queda, y mi carriel paisa y el machete los cambié por una máquina de escribir y hojas para narrar las historias que tiene este pueblo por mostrar.

He de decir que respeto y celebro las tradiciones de mi pueblo patrio. Por ello mismo me hierve la sangre cada vez que en otros países, al conocerme, dicen con malicia: ¡háblame che Pablito! ¡Mira, límpiate la nariz, la tienes empolvada! ¡Pero vos sos loco paisita!

¿Por qué, por las actitudes de unos pocos, debemos pagar todos? Es como si estuviéramos marcados por un estigma tan añejo y amargo como un vino mal conservado. Pareciera que fuéramos eso que no quieren y temen en el resto del mundo.

En Antioquia estos estigmas nos persiguen. Se refuerzan cada vez que, al escuchar aquellas arengas, decimos cuán regionalistas extremos: ¡Viva mi Antioquia federal!, o: ¡sin Antioquia el resto del país no es nada!, o: ¡van a saber lo que es bueno cuando seamos una república independiente!

Pero, ¿qué es esto? ¿No ven que ese agridulce separatista y egocéntrico, del que muchos alardean sin pensarlo dos veces, nos hace menos ricos en lo que realmente deberíamos serlo?

Soy paisa de pura cepa; de comer arepa con mondongo, carne molida con arroz y tajadas de plátano maduro, pero ese orgullo malo, mezclado con sevicia y la tal malicia indígena (término mal empleado) de la que muchos alardean, no me caracteriza y no debería hacerlo con ningún habitante de esta tierra accidentada por cordilleras escarpadas, mares de siete colores y planicies infinitas.

El «colombiano de bien», creo, por el contrario, es trabajador. No es vivo, es ‘camellador’; no es ‘cospirete’, es inteligente. Si hubiese un manifiesto mestizo no sería, por supuesto, hecho por alguien que se crea de raza aria y de sangre azul, de ínfulas fascistas y discriminatorias cual gomelo de quién sabe cuál estrato.

Este es un pueblo forjado por gente buena, no como esos que dicen ser «gente de bien» que, contrario a su decir, malogran lo bueno que se ha hecho en este pueblo. Sin fanatismos, sin semillas petulantes de agria grandeza, sin mal sabores en la boca por pasados oscuros que quieren ocultar, yendo a misa de domingo a las seis de la mañana para salir a hablar mal del vecino, presumiendo elementos característicos de sus tierras oriundas como si fueran disfraces, y recogiendo panela y arroz para donarlos a causas nobles que no son suyas.

El verdadero colombiano de bien no le desea el diablo a nadie. No dispara la lengua diciendo: «usted no sabe quién soy yo», y mucho menos hijueputea a lo maldita sea por cada bocanada de aire que respira como si tuviera una metralleta en los dientes.

Hábleme de un verdadero colombiano de buenas costumbres cuando me demuestre que tiene sus raíces en los campos arados de estas tierras. Cuando me diga que labora día y noche, no solo para gastarse el salario en aguardiente —que rico sí es—, sino para llevar el sustento a la familia que como es costumbre, va liderada por la matrona de bravo temple, amor maternal y cuidados de madre santa.

¿No es suficiente con el estigma que nos dejaron algunos en los años ochenta? Jóvenes, nos hablo a nosotros. ¿Qué tal si cambiamos esto? Nuestros padres lamentablemente no pudieron. ¿Qué les parece si dejamos de creernos lo más avispados y comenzamos a serlo?

¿Qué dicen, si dejamos los fanatismos de lado, esos religiosos, políticos, deportivos y comenzamos a construir un país potencia en agricultura, en tecnología, en educación e innovación?

¿No creen que podemos ganar todos, si en lugar de competir entre nosotros, hacemos equipo y logramos cumplir los objetivos que nos planteemos?

A mí cuando me preguntan: ¿cómo es un colombiano de bien?, respondo: es todo aquel que hace, más de lo posible, por ayudar a crecer este terruño de gente que siempre me mostraron pujante y nada de lo que en el exterior dicen.

 

Manifiesto

Como verdadera gente de bien no discriminaré a mis semejantes. Sería contraproducente, a mis principios, negar la existencia de una mentalidad abierta a la tolerancia y el respeto de otras creencias.

Mis principios y valores no me permitirán encontrar odio alguno frente a una propuesta diferente de paz y reconciliación. La malicia indígena, de la que tantos hablan, no será malicia y, mucho menos, estará en mí.

Seré diáfano en mis argumentos y encontraré el camino arriero para lograr mis quereres. Buscaré, siempre, el mecanismo para encontrar la claridad en mis pensamientos y mis actos y palabras no estarán emponzoñadas con sevicia.

 

*Este, el manifiesto de un mestizo, busca enseñarle a los que se creen «gente de bien» cómo actuar para que en verdad puedan ostentar ese título con decencia.

 

 

Foto cortesía de: Mauricio Agudelo

 

 

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Eddie Vélez Benjumea
Periodista independiente.