Columnista:
Juan Macías Pabón
¿Qué puede uno pensar de un subpresidente que tiene pura pinta de presentador y que no sabe dónde está parado o cómo llegó ahí; de un expresidente que es quien realmente da las órdenes desde una cárcel de 1 500 hectáreas y de una bancada oficialista permeada de corrupción?
El descontento generalizado que se vive en el país no es por obra y gracia del Señor de los Milagros o la Virgen de Chiquinquirá, la responsabilidad recae directamente sobre la descarada corrupción y mala administración de los recursos que existen en Colombia por parte del Gobierno nacional, y que año tras año nos ha cabalgado a esta actualidad. Una actualidad donde se ha desnudado por completo el entramado existente entre las instituciones, los políticos y el narcotráfico.
Audios, vídeos, textos y declaraciones destapadas por el periodismo investigativo e independiente de Colombia —ese que no se deja comprar— pusieron en evidencia la podrida red corrupta en la que estamos atrapados, y de la cual luchamos para salir.
Una lucha que se plantó firme, a finales del año 2019, con la instauración del gran paro nacional, donde las distintas agremiaciones mostraron su descontento hacia este Gobierno ruin, tirano y mentiroso, que alimentó en campaña al pueblo con mentiras y utópicas conspiraciones para lograr su objetivo de seguir amarrados al poder.
Con el cuento de que «nos íbamos a volver como Venezuela», nos metieron a un inepto como «presidente». Un hombre sin carácter y bueno para nada —Bueno, sabe hacer pinolitas y toca la guitarra medianamente bien— que se ha permitido quedar en ridículo ante el evidente control que Álvaro Uribe Vélez tiene sobre él. Sí, porque insisto, es un preso quien nos gobierna.
Es tan notorio el desgobierno, que los territorios están sometidos al control de los grupos armados ilegales y narcotraficantes. Aquel que alza su voz de rechazo, muere y su sangre resalta aún más el color rojo que ha teñido todo el mapa del país.
Las masacres no cesan. En toda la extensión del territorio nacional nos están matando. Jóvenes, líderes sociales y firmantes del acuerdo de paz, son la carnada preferida de estos grupos de exterminio. Ante esto, el Gobierno cada día está más ausente, se limita a recitar el mismo libreto cada vez que ocurre un nuevo asesinato.
Frases como «lamentamos profundamente los hechos…», «desde el gobierno nacional investigaremos para que…», «he dado instrucciones a…», se repiten una y otra, y otra vez en la voz del subpresidente Duque, pero de acciones concretas, que lleven a defender la vida de las personas expuestas e identificar las causas reales de las masacres en mención, nada. Absolutamente nada.
Las instituciones como la Policía o el Ejército, que se suponen deben defender al pueblo, levantan sus armas en contra de el. Esto, debido a la venia del Gobierno nacional, que ha dado vía libre a que los uniformados ataquen a la población y ha justificado, aun sin existir justificación, cada una de sus acciones.
Es por ello por lo que surgen cuestionamientos como ¿qué pueblo vive seguro, si quien debe defenderlo se convierte en su tirano?, ¿ante estos acontecimientos el pueblo no debe alzar su voz y mostrar su descontento?
Las manifestaciones en el país no son «porque sí», estas tienen un trasfondo y va ligado a la negra historia dirigencial en Colombia. Una historia donde muchos políticos, casi fosilizados ellos, siguen vigentes en el acontecer nacional.
El país debe desprenderse de toda esa red corrupta que lo ha consumido y que ha marginado a la mayor parte de la población. Se hace obligatorio revelarse y luchar por lograr esa restructuración tan necesaria en Colombia.
Dar batalla por los sueños de todos: los que conocen la historia, los que la han padecido, los que han comido cuento y creen que viven en un paraíso, los que desviaron su camino, aquellos que perdieron el interés. Todos. Esta lucha de hacer mamola al desgobierno pretende visibilizar la mentira en la que hemos caído, pero más que eso, busca generar en las personas una consciencia social y colectiva que nos lleve a formar una Colombia inclusiva, de verdad, de perdón, de amor, de oportunidades y condiciones óptimas de vida para sus habitantes.