Lugar común: ¡País de mierda!

Ejercemos el racismo, la discriminación, el complejo de descendientes de la raza aria, para imponer la sumisión en una rara mezcla de hipocresía y necedad.

Opina - Sociedad

2018-06-15

Lugar común: ¡País de mierda!

Nací hace 71 años y tal vez uno de los recuerdos más antiguos que tengo es la crónica del 9 de abril de 1948 que hacía mi padre. Es decir, violencia. Hablaba de muerte, de saqueos. Y cuando tuvimos la oportunidad, durante nuestro bachillerato, de estudiar Historia de Colombia, la tranquilidad no aparecía en la narración. No había paraíso; siempre la constante: el infierno de la guerra. La inestabilidad, el desmedro de sus dirigentes, su rapiña, el sucio sedimento de la política (parece una redundancia).

Hemos visto la enfermedad del mundo, del género humano. Y nuestro país, este accidente geográfico, como una licuadora, líder en verter ingredientes malsanos. De esa variedad y riqueza naturales ¿qué hemos hecho? Abuso, destrozo, manejo irresponsable; tan solo beneficio económico de minorías.

Prevalidos de estar en uno de los países mejor dotados del planeta, creemos que es eterno y que podemos gastarlo a voluntad. La clase política (mañosa por naturaleza) toma las riendas para dirigir el saqueo. Y como bárbaros y mongoles, en hordas amangualadas se reparten el botín, mientras  miran, por encima del hombro, a la población que somos, borregos adocenados, ingenuos y proclives a las prebendas, a las migajas que puedan desprenderse del banquete.

¡Ah! Y nos falta hablar del poder tras bambalinas: El Clero. No hemos podido llegar al laicismo total. Inmiscuido siempre con su control, su estandarte religioso y de doble faz, que hace las tres comidas con la autoridad de turno. La influencia, antes literal, expresa, como de un monarca, ahora es soterrada, con sectores de la clase política que van ataviados con ideas clasistas, retrógradas e inquisitoriales. Que cada quien tenga la religión que quiera. Pero cuánta ceguera producen las religiones, cualesquiera sean!

Y esto ha sucedido por más de doscientos años, entre guerras, que son nuestro pan. No hay memoria, porque no hay tiempo. Y si lo hubiere, no existe el espíritu de corrección, está el oportunismo. Repetición de errores avalados por leguleyos, cada vez más corruptos.

Ejercemos el racismo, la discriminación, el complejo de descendientes de la raza aria, para imponer la sumisión en una rara mezcla de hipocresía y necedad.

Lo único que tenemos claro es la inequidad, que no disminuimos; lo contrario, la agrandamos en un apetito de poder y acumulación de bienes y capitales. Teoría, estadísticas, lucimiento de burócratas dando explicaciones ante medios de comunicación.

Y lo peor, exiliados por la violencia, dentro y fuera del país, negamos la brutalidad en todas sus formas. Somos atacados permanentemente por la peste del olvido; anestesiados por el dolor de tanto árbol caído, no nos dejan ver el bosque, que es el país.

Nuestra mente es mendaz. Nuestra caridad, con uñas. Somos fantoches, exhibicionistas y superficiales. No sabemos lo que tenemos, lo que nos circunda. La clase política es escoria, desecho, hez.

Confieso mi edad para certificar que tengo suficiente gran angular para haber visto el deterioro, el robo; la ambición desmedida; una relamida vanagloria que esconde el polvo, la suciedad, bajo el tapete.

Miren hacia atrás: sinuosidad, altos y bajos sin propensión al equilibrio. Solo improvisaciones. Una cuerda floja. Un país de mierda.

Solo la lente del fotógrafo sensible y perspicaz, del escritor crítico, del artista vidente, muestran nuestra verdad, lastimosamente para la contemplación de miopes y continuistas de regímenes caducos. No queda sino un camino: el escepticismo.

 

Ilustraciones cortesía de Marco Melgrati.

( 2 ) Comentarios

  1. La lucidez de don Luis es lapidaria. Quien lee sus palabras dirá que han sido escritas con amargura pero no es tal, quienes lo conocen saben de su fe en el hombre y más que en él, en su capacidad creadora. Su texto no es mas que realidad, una realidad a la que mira de frente y de la que no se deja apabullar pues tiene claro que de cada individuo depende el todo. Es un optimista que la tiene clara.

  2. Somos lúdicos e imperfectos por naturaleza y «brinconiamos» el juego de la política.

    El objetivo del juego es ganar (satisface el ego), recrearse y aprender (experiencia de pocos); cuando el talentoso muestra su ventaja, se saca el haz de la manga (trampa) para evitar perder.

    Este insano arte es la herramienta de los políticos conspiradores que ganan ingeniosamente la partida de ajedrez usando mayormente los peones mientras protegen las piezas principales

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Luis Alberto Arango Puerta