No es que haya que proclamar, con sarcasmo y aire de superioridad, sobre una independencia a penas nominal porque seguimos bajo el yugo de Estados Unidos de Norteamérica, como se ha vuelto natural en varios medios de opinión. Eso en realidad es un poco de lo no quisiera que siguiera pasando.
Una nación, cualquiera de occidente, es la heredera de una cultura que ya no existe ni entiende; su territorio se configuró por una serie de accidentes históricos y algunos personajes con malas ideas o intenciones, y los países latinos, en particular, mantienen un legado cultural de una madre patria que odian y de la cual reniegan.
La sola idea nacionalista es insulsa, ilusa y propia de los delirios fanáticos. Schopenhauer nos dice “Todo imbécil execrable, que no tiene en el mundo nada de que pueda enorgullecerse, se refugia en este último recurso, de vanagloriarse de la nación a la que pertenece por casualidad.” Hay variaciones con regiones, ciudades y hasta barrios, pero la idea del filósofo se deja traslucir: la identidad de grupo como solaz para la ausencia de logros propios.
Así las cosas, todos nos preocupamos en mayor o menor medida de lo que pasa en un pedazo de tierra o las personas que nacieron allí, porque accidentalmente compartimos ese origen; un terreno que además es delimitado por accidentes históricos en los cuáles no tuvimos participación. Dicho de otra manera, bien pudimos ser parte de un Estado Nación que incluyera los territorios actuales de Perú y Ecuador, si Santander y Bolívar no hubieran tenido tantas distracciones.
No estoy diciendo que en defensa del razonamiento debamos ser egocéntricos e individualistas, sino que olvidemos las discriminaciones por territorio de nacimiento; dejemos de pensar en hacer un mejor país y comencemos a hacer un mundo mejor.
Esto nos quitaría varios prejuicios sobre las personas “porque es paisa” o “así son los costeños” o de mayor alcance “típico alemán” además de provocar actuaciones más conscientes y empáticas con todas las personas.
Además, el principal efecto positivo, será dejar de mirar por encima del hombro a otras personas porque son de países “menos desarrollados” o andar aspirando a que lo acepten a uno en otra nación “porque allá se vive mejor”. Estar juzgando a las personas por el territorio en el que nacieron es una forma de prejuicio que no deberíamos permitir, incluso si hablamos de nuestro propio territorio colombiano.
Yo no creo que Colombia sea mejor que otros países de la región, tal vez tenga algunos indicadores que presumir pero comparte origen con sus vecinos, y definitivamente no debe aspirar a ser parecido a países imperialistas que han construido sus sistemas económicos con guerras.
A riesgo de caer en un cliché, muy localista por cierto, quiero decir que deberíamos ser más ciudadanos del mundo y menos fanáticos de personas por la única razón que azarosamente nacieron en la misma nación, que no hemos ayudado a configurar.
En este sentido, ser más conscientes de nuestras coincidencias nos lleva a ser mejores ciudadanos del mundo, haciéndonos más responsables de nosotros mismos, y así mismo dejar de adjudicarnos victorias en las que no participamos, está bien la solidaridad, pero no el triunfalismo que es hijo bastardo del fanatismo territorial.
En todo caso: felices fiestas patrias, que ojalá sirvieran para hacer un repaso de la historia de la región y nos aterrice en nuestro lugar, que es realmente cualquiera.