La paz como pedazos que caen

La paz es poner la propia carne. Alistarse al frente de las filas. Sentir la vida ajena. ¿Quién dijo que ese relato es fácil y suave? Es estremecedor, porque la paz es verdad que demuele muros blindados.

Opina - Conflicto

2020-10-08

La paz como pedazos que caen

Columnista:

Julián Bernal Ospina

 

Cuántos años habrá que esperar más para que el sol ilumine la otra cara de la piedra. Algunos parecen no darse cuenta de que hay un impulso recíproco en el ambiente: que el antes enemigo en el campo de batalla en realidad es un campesino que también aró la tierra como la aró la madre, como la aró el padre. Que los fusiles camuflados, las botas de hule, las balas son en lo fundamental una mano que ofrece un tinto, que atiende al extraño. Esta simpleza profunda: descubrir que la cara oculta de la piedra es la cara que vemos al espejo.

Esos años son ahora. Desde hace cuatro, para ser precisos. Fruto de los Acuerdos de Paz, guerrilleros y miembros del Ejército han visto que están hechos de dramas y de amores. Han tenido que desarmar la historia que por imposición les fue asignada y reconocer que existe la vida más allá del monstruo-come-hombres. Tantas noches en la selva oscura temiendo verse para ahora detallarse las arrugas a la luz de un campo despejado. De esa permanente alerta quedarán tal vez la respiración agitada de un sueño nocturno y el abrir de los ojos desesperado, como queriéndose salir despavoridos de sí mismos. Hasta que, de tanto dormir, las pesadillas se acostumbren a la tersura de una sábana.

Nunca son lugares comunes los comunes lugares ignorados. Verdades ocultas que se van rezagando a propósito de una elección del sesgo. Hay que repetir la misma verdad a fin de que se la comprenda con su drama particular: es fácil mandar a matar cuando las órdenes se dictan en un teclado, a cientos de kilómetros, con el único peligro del cuchillo con el que se corta la cebolla.

Cuando la vida no está en riesgo el espíritu se hincha y el menos valiente es el más gallardo gendarme. Cuando no son los propios hijos los que accionan los gatillos los engendros tienen que morir, de alguna manera, para salvar la patria. Aparente misericordia: escudo de la hipocresía.

La paz es poner la propia carne. Alistarse al frente de las filas. Sentir la vida ajena. ¿Quién dijo que ese relato es fácil y suave? Es estremecedor, porque la paz es verdad que demuele muros blindados. La otra verdad que no se quiere oír es la paz. Desprenderse de las armas, mirarlas atentos, y lanzarlas al vacío es la paz. Cuando la verdad, por años evadida, sale a la luz, tiemblan los cimientos de una sociedad acostumbrada a la mentira para vivir más tranquila. La verdad es trasgresora de lo que se conoce como cotidiano, y una sociedad dispuesta a ella es capaz de reconocerla y construir un entorno común.

La paz como pedazos que caen. La imagen más profunda es ver que caen los de la guerra para construir los de la paz. Los antiguos enemigos acérrimos en la selva —o los escondidos tras las formas del cemento– deben ser ahora los amigos de la paz. Antes de perpetrar cincuenta años más de terror, habría que cuestionarse, con el alma puesta en las palabras, cuál es el sentido de una guerra como un círculo vicioso de poder y prejuicios y cuál es el sentido verdadero de la paz. Aquello que significa que una mujer sepa, después del colchón como tierra y de los árboles como techo, que ya había olvidado cómo se siente el agua caliente bajar por la piel sin el temor de una emboscada.

 

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Julián Bernal Ospina
Soy por vocación escritor. Trabajo como escritor freelance. Escribo ficción y no ficción. En no ficción, sobre temas políticos y culturales. Para mí la escritura ha sido una forma de encontrarme, y una forma de involucrarme con la humanidad de los otros. Tengo un blog en el que escribo sobre literatura en la coyuntura: julianbernalospina.com. Me preocupa sobre todo la imaginación. Defiendo la idea de que la literatura es un lugar de riqueza y sensibilidad humana que toda persona tiene el derecho de vivir.