Columnista:
Oscar Camilo Duarte Silva
La Revolución Francesa fue un suceso que quebrajó el paradigma monárquico, lo que conllevó a una reforma de infraestructura política, en donde la moral de «el hombre explotado por el hombre» fuera sepultado, dando paso a una nueva sociedad fundamentada en la fraternidad, la libertad y la igualdad. Este hecho histórico es producto del estado de inconformidad en el que se encontraba el pueblo, ya que la brecha de desigualdad era una realidad descarada que los reyes de antaño eran incapaces de resolver, puesto que la esencia de estos personajes es ser delfines privilegiados por una sangre, así mismo, carecen de las habilidades de un líder y son cegados de la soberbia, lo cual evidencia lo obsoleto de esta forma de gobierno, que en la actualidad persevérese.
Este acontecimiento permuto en las raíces de los estados globales, por consecuencia, la esperanza era visible para las clases bajas. No obstante, decapitar la cabeza de una serpiente de «sangre azul» no fue suficiente, puesto que hoy en día el dicho de que se duplica le queda corto, el mejor ejemplo es el Estado colombiano, el cual se encuentra disfrazado bajo la siguiente consigna platónica:
Colombia es un Estado social de derecho, organizado en forma de República unitaria, descentralizada, con autonomía de sus entidades territoriales, democrática, participativa y pluralista
Lo anterior, se sedimenta en la Constitución del 91, pues la verdadera naturaleza de este conglomerado de personajes es mantener la sólida herencia monárquica del poder. Joaquín Sabina afirma: «La monarquía es un déficit democrático que sufrimos por herencia».
La premisa simboliza la opinión de personajes como Gaitán, Jaime Garzón, Alfredo Molano, Fals Borda que han manifestado sobre el error de estos burgueses en implementar forzosamente, un modelo político europeo que es incompatible con el contexto colombiano. Lamentablemente, la verdad es la antítesis para la monarquía, lo que conlleva que la violencia sea el verdugo que silencie estas voces, ya que como dice Fernando Soto Aparicio: «aquí primero se dispara y luego se pregunta».
Este comportamiento de violencia es impulsado por las familias políticas como los Santos, los Pastrana, los Char, los Valencia, los Lleras, etc. Delfines con delirios de dioses, en donde la política es su show de entretenimiento. En esta obra de teatro la justicia es esclavizada a sus caprichos y la comunidad colombiana recibe el papel de bufón.
Batman, dice: «Mueres siendo héroe o vives lo suficiente para volverte un villano». Esta frase hace hincapié en los llamados personajes que se perfilan como un Moisés ante el pueblo, pero que su bipolaridad es perfecta para disfrazar el narcisismo que tienen, lo cual genera el atasco, en el que se encuentra la sociedad colombiana, puesto que el conformismo es más placentero que el cambio. Así mismo, el privilegio de su tradición les permite el libertinaje sin escrúpulos, sumado a esto el ambiente antipático que se respira en el país, lo que conlleva que Colombia sea el camello sumiso y encadenado a su amo, que por temor o desinterés no se atreve a romper las cadenas, sino limitarse a resistir las heridas y olvidar con el tiempo.
Lo anterior pone en cuestión: ¿cuándo la reforma de la realidad monárquica dejará de ser una utopía?, ¿cuándo seremos capaces de exterminar las cabezas de esta serpiente? y ¿cuándo se podrá alzar la voz sin temor de ser las víctimas de la censura?, puesto que es triste ver que esta tierra de colores sea demacrada por el color rojo de la sangre de personas que discrepan en adaptarse y buscan el cambio, al final quedan reducidos en epopeyas producto de la carnicería de estos delfines.